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Los caminantes venezolanos vuelven a migrar

La precaria cotidianidad del país y la reapertura de la economía en Colombia reactivan el éxodo de miles de personas tras meses de paralización por la pandemia

Florantonia Singer
Migrantes venezolanos descansan, el pasado 30 de septiembre, en la ciudad de San Cristóbal antes de cruzar la frontera con Colombia.
Migrantes venezolanos descansan, el pasado 30 de septiembre, en la ciudad de San Cristóbal antes de cruzar la frontera con Colombia.Johnny Parra (EFE)

Juan estaba terminando un encargo de trabajo en una zona montañosa de Táchira, el Estado venezolano fronterizo con Colombia. Allí se cruzó con un grupo de personas con bolsos y maletas. Le preguntaron por dónde bajar hasta la frontera. No es el primero con el que se ha topado en las últimas semanas. Los migrantes que abandonan, o vuelven a abandonar el país a pie se multiplican de nuevo de tras siete meses de cuarentena por la covid-19. En los primeros meses de confinamiento, miles de personas regresaron por la falta de recursos y el miedo a la enfermedad. Ahora, la crisis de Venezuela los expulsa una vez más. El cierre ha supuesto una paralización casi total del país a la que se ha sumado la escasez de combustible, el colapso de los servicios públicos y la tensión social y política.

Todos los días Juan, que prefiere mantener su nombre oculto por seguridad, ve grupos de personas que salieron de sus casas a pie con rumbo a otro país. Más de cinco millones se fueron en busca de oportunidades en los últimos seis años, según el cálculo de Naciones Unidas y alrededor de dos se instalaron en la vecina Colombia. Los ha documentado para el Diario Calle, un medio comunitario de la ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira, y a través de redes sociales informa sobre lo que ocurre en el tenso corredor binacional. “Días atrás vimos el ingreso de connacionales, pero como se reactivó la economía en Colombia a la gente le parece mejor regresar y a otros van a intentarlo porque acá la cosa está muy mal”, comenta el reportero, de 40 años. En Venezuela el 96% de la población apenas tiene ingresos para comer y el salario mínimo, es decir, el que percibe la mayoría de la población activa, está en menos de un dólar, el más bajo de la región.

Juan ha entrevistado a familias enteras que caminan desde los Estados de Yaracuy, Barinas, Valencia, Caracas incluso desde Barcelona, en la costa oriental del país a 850 kilómetros de la frontera. “La historia de los caminantes era algo que se veía del lado colombiano”, dice Juan. “La gente que emigraba llegaba a San Antonio en buses y la terminal era un hervidero. Ahora no tienen dinero y tampoco hay buses por la cuarentena y por la falta de gasolina. Les toca caminar”.

Una de las que se cruzó fue Migdalia Tabares, de 34 años, que iba con sus cuatro hijos de entre siete y 14 años de edad. La mujer había regresado a Venezuela en agosto, después de estar cinco años en la ciudad de Bucaramanga. Tenía la intención de quedarse en su país. “Cuando vi todo, que el bolívar [la divisa local] no existe, que la comida es carísima y que mis dos hijos pequeños están tan flaquitos, decidí regresar y llevármelos porque no podían seguir ahí con mi mamá. La cosa allá está horrible”, cuenta por teléfono un viernes por la mañana antes de salir a vender las empanadas y café con los que sobrevive en Colombia. Caminaron 21 días entre Maracay y Cúcuta. En algunos tramos pidieron un aventón, en otros durmieron los cinco a la orilla de la carretera.

Los municipios fronterizos de Venezuela se mantienen en cuarentena estricta desde marzo, con un toque de queda que va de las cuatro de la tarde hasta las diez de la mañana. La multiplicación de puestos militares y policiales en las vías principales para controlar el confinamiento ha hecho que los caminantes tomen empinados caminos de montaña para evadir a la policía y las posibles extorsiones para permitirles seguir el recorrido. Pueden ser ocho horas de caminata de montaña entre San Cristóbal, la capital del Estado Táchira, y San Antonio, la última ciudad venezolana antes de cruzar a Cúcuta. Aun así, Juan asegura que a diario llegan centenares.

La frontera permanece cerrada por las autoridades, pero por las trochas o caminos informales siguen el trasiego de migrantes, que deben pagar ente 10 y 30 dólares a los grupos irregulares que controlan esos cientos de pasos. “Si llegan de madrugada, o tienen que esperar para pasar porque hay algún problema en las trochas, se quedan durmiendo en las plazas en San Antonio, en la calle, por todas partes se les ve”, cuenta el vecino y reportero. En redes sociales también han corrido las fotos de los caminantes a ambos lados de la frontera. Esta semana se vio la escena de una gandola —un camión de gran tamaño con remolque— dando un aventón de 70 kilómetros entre Cúcuta y Pamplona a decenas de venezolanos. Periódicos locales reportaron que a diario pasan por esa ciudad colombiana unos 600 venezolanos, familias enteras con niños, a los que una ya consolidada red de solidaridad ayuda con un plato de sopa y agua.

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Un documental

En enero de 2019 el comediante venezolano José Rafael Guzmán acompañó a los caminantes en su peregrinación entre Cúcuta y Bogotá, un viaje de 570 kilómetros y siete días en carreteras que a muchos le dejaron ampollas en los pies y a él, las ingles, en carne viva. El documental Caminantes, que recogió lo que vivió en esos días, se estrenó hace unas semanas en una cadena de Estados Unidos.

Entonces Guzmán encontró el mismo impulso para emprender una migración a pie. “La principal motivación era comer. En Venezuela no se consigue nada y lo que se consigue es demasiado caro, el sueldo no alcanza para nada”, cuenta desde Ciudad de México, donde emigró luego de que censuraran los programas de humor en televisión y radio en los que trabajó en Venezuela y recibiera amenazas de prisión por mensajes difundidos en sus redes sociales que supuestamente violaban la llamada Ley contra el Odio, con la que se ha encarcelado a opositores del Gobierno de Nicolás Maduro.

El camino es de penurias, dice Guzmán, aunque su intención al principio fue hacer humor. “En el camino te encuentras con cualquier tipo de calamidad, te pueden dar ganas de llorar por varias cosas. Pero cuando ya llevas dos o tres días caminando con ellos, eres uno más. A mí no me salieron ampollas en los pies como al resto, pero sí me dio una pañalitis salvaje. Terminé con las entrepiernas en fuego y sangre de tanto caminar”, cuenta. “Hay mucho cansancio y dolor y tienes que lidiar con tus demonios porque no hay cómo volver”.

De la caminata, que es una mínima porción del recorrido que han hecho decenas de miles de venezolanos de los millones que han emigrado, Guzmán sacó algunas lecciones. Los que emigren de esta manera deben llevar comida con alta concentración de calorías como cambures (bananas) o frutos secos, porque puede haber día y medio de distancia entre un refugio. En la carretera, el constante flujo de venezolanos ha generado una red de comunicaciones y apoyo que son fundamentales en el camino. El tramo más duro es el Páramo de Berlín y ahí es importante atender los consejos de los lugareños. Guzmán llegó a ese punto del trayecto cuando todavía quedaba la estela de la noticia de una venezolana que iba con un bebé y murió de frío en una de las heladas comunes en la zona. “La muchacha quiso seguir aunque le habían dicho que era mejor esperar”. Ir en grupos pequeños facilita conseguir un aventón de la suerte. A él le tocó viajar con otras cinco personas en el compartimiento de maletas de un autobús durante seis horas: “No sé cómo no morimos por el monóxido”.

Maltrato a los retornados

A finales de septiembre el director de Migración Colombia, Juan Francisco Espinosa, anunció la prórroga del cierre de las fronteras hasta el 1 de noviembre, que tenían previsto levantar el 1 de octubre. Entonces señalaba que de los 100.000 venezolanos que habían retornado a su país durante la pandemia, 40.000 tenía intenciones de regresar. Calculó que con la apertura de los pasos llegarán al país vecino más de 200.000 venezolanos. Sin embargo, las restricciones al flujo también las ha impuesto el régimen de Maduro, que ha achacado el aumento de los casos de coronavirus en el país al regreso de personas contagiadas en Colombia, a las que ha llamado “bioterroristas”. En Venezuela son sometidas a una cuarentena obligatoria en 271 centros de aislamiento, los llamados Puestos de Atención Social Integral.

Human Rights Watch (HRW) y la Universidad de John Hopkins denunciaron esta semana en un informe los abusos que comete el Gobierno con los más de 130.000 retornados durante la pandemia en albergues en condiciones insalubres y con poca comida, donde no se aplican los protocolos adecuados. “Enviar a los retornados a centros de cuarentena insalubres y sobrepoblados, donde es imposible cumplir con las medidas de distanciamiento social, es una fórmula perfecta para propagar la covid-19”, señala en el informe Kathleen Page, médica y académica de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. “Exigirles quedarse allí por más del plazo establecido de 14 días no hace más que agravar el riesgo de que se contagien y no contribuye a ningún propósito razonable de salud pública”.

Venezuela, según el registro oficial, ha confirmado más de 86.000 casos de coronavirus y suma 731 muertes en siete meses. La limitada capacidad de diagnóstico, con apenas dos laboratorios habilitados en el país pone en entredicho la cifra. En septiembre, modelos matemáticos de la Academia de Ciencias Físicas Matemáticas y Naturales advirtieron que la epidemia estaba en fase de expansión y proyectaban más de 14.000 casos diarios para fin de año. Sin embargo, las autoridades han informado una disminución de los casos en sus reportes, que nunca han superado los 1.500 contagios al día. Maduro habla incluso de que para diciembre, cuando espera renovar el Parlamento en unas cuestionadas elecciones, se reactivarán más sectores económicos.

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