El virus que retrataba a países (y qué mal sale España)
La pandemia acentúa la posición dominante de Alemania en Europa mientras expone el fallo sistémico español
Como una luz fría y terrible que irrumpe de repente en una velada, el coronavirus expone sin piedad quién realmente somos. No solo, como bien pronto se podía intuir, la magnanimidad o pusilanimidad de los individuos: también, queda evidente ahora, de qué madera están hechos Estados, instituciones, organizaciones. De los cuerpos presentes en esa interrumpida velada europea —tan dulce en el recuerdo de antes de que se prendiera la luz— el español está entre los más desmejorados. Quizá el que más.
España está en el furgón de cola de Europa tanto en indicadores sanitarios como económicos; además, en estrecha vinculación causal con esas dos debacles, también parece situarse a la cola en términos políticos, con un nivel de crispación y partidismo altísimo, aunque esto último no sea medible con datos numéricos. Hay países con un impacto sanitario acumulado terrible (Reino Unido), otros que ahora mismo sufren a un nivel parecido aunque un poco inferior (Francia), otros que van rumbo a contracciones económicas de orden de magnitud similares aunque un poco más leves (Italia), y, por supuesto, muchos en los que la dinámica política no es exactamente inspiradora. Difícil, sin embargo, encontrar un país con un panorama tan sombrío en todo el horizonte como en España.
Hay factores predeterminados que influyen en el impacto, y que no son en sí mismos ni buenos ni malos como el estilo de vida, el grado de interconexión y apertura de las sociedades, urbanismo. Pero, en definitiva, no es eludible que la pandemia es una enorme y terrible prueba que evalúa la capacidad colectiva de una sociedad: su capacidad de organizarse, su red sanitaria, educativa, de protección social, etc.
La Alemania que este sábado cumple 30 años unida, desde hace tiempo en inequívoco ascenso hegemónico en el continente, queda retratado sin duda alguna en la fría y terrible luz pandémica como el cuerpo más fuerte. Rasgos de pragmatismo, eficiencia y moderación impregnan su acción; el gran margen fiscal permite un potencial de ayudas de Estado enorme; la decisión de aceptar el endeudamiento común de las instituciones europeas le otorga un crédito político mayúsculo.
El cuerpo de la frágil Italia, aquejada por décadas de inestabilidad política y estancamiento económico, parece demostrar por su parte la legendaria flexibilidad y capacidad de adaptación. En algunas ocasiones ha sido oportunismo y hasta volte-face; en otras es agilidad. Tras ser golpeada la primera, está gestionando la segunda fase claramente mejor que España.
Francia ve confirmada su inferioridad con respecto a Alemania, pero a la vez el vigor de sus servicios públicos y ciertas ventajas inherentes al centralismo. Aquí nada de rollos entre poder central y regionales.
La agradable velada en penumbra se acabó. La luz es molesta. Conviene sin embargo aprovecharla para verse bien.
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