Líneas rojas para Moscú y Ankara en el Cáucaso
El recrudecimiento del conflicto en el Alto Karabaj plantea nuevos problemas a Rusia y Turquía
El conflicto entre armenios y azerbaiyanos en el territorio del Alto Karabaj, que estos días se ha vuelto a recrudecer con decenas de muertos, tiene un trasfondo histórico en el que un papel clave corresponde a las divisiones territoriales de la política nacional de Stalin, que convirtieron la URSS en un espacio sembrado de minas.
El capítulo actual se inició en 1988, cuando las autoridades de la región autónoma del Alto Karabaj (fundada en 1923) pidieron a los dirigentes soviéticos en Moscú que transfirieran ese territorio (perteneciente a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán) a la República Socialista Soviética de Armenia. Ya un año antes, en 1987, en el Cáucaso se había iniciado un trágico éxodo que dejó a Armenia y el Alto Karabaj sin población azerbaiyana y a Azerbaiyán sin población armenia. En diversos episodios de “limpieza étnica” ambas partes cometieron atrocidades que incrementaron el odio mutuo entre las dos comunidades.
El territorio controlado hoy por los armenios no es únicamente el de la autonomía soviética de Alto Karabaj (cerca de 4.400 kilómetros cuadrados), sino que comprende también otros siete distritos alrededor, que en conjunto suman más de 8.000 kilómetros cuadrados. Esta zona, considerada un cinturón de seguridad por los armenios, está en su mayor parte saqueada y despoblada, aunque el Alto Karabaj ha organizado asentamientos de inmigrantes armenios procedentes de lugares como Siria y Oriente Próximo, sobre todo en su parte occidental, por donde pasan los tres corredores que a modo de cordón umbilical unen el Alto Karabaj con Armenia.
Tras la desintegración de la URSS en 1991, la guerra continuó hasta que en 1994 se llegó a un alto el fuego entre las partes. La situación establecida entonces se ha mantenido hasta hoy con incidentes esporádicos.
De todos los choques registrados, los del 27 de septiembre son con mucho los de mayor envergadura por la magnitud de los enfrentamientos y las víctimas, y también porque se suman a otros muchos factores agravantes, que han aparecido en los últimos años y que no existían en los noventa cuando se creó el grupo de Minsk, dirigido por Rusia, Francia y EE UU, bajo la égida de la OSCE, para encauzar las negociaciones entre las partes. En el trabajo de este foro ha habido diversas épocas e incluso algunas en las que parecía posible una solución pacífica, por ejemplo en 2001 cuando EE UU reunió a los presidentes Heidar Alíev y Robert Kocharián en Key West (Florida). Washington se muestra hoy más distante de los problemas del Alto Karabaj y ninguno de los esquemas por fases ideados en estos años llegó a ponerse en práctica, ni siquiera el que hubiera sido un gesto de buena voluntad de poner bajo control de pacificadores dos o tres distritos de los siete ocupados (por ejemplo los de la frontera con Irán) por los armenios fuera de la antigua autonomía. Tampoco los alicientes económicos y de desarrollo (nuevas rutas del petróleo y reapertura de comunicaciones por el Cáucaso) han dado resultado.
En el enfrentamiento con Azerbaiyán, los papeles que han correspondido a Armenia como Estado y al Alto Karabaj, como territorio rebelde, han sido distintos según las épocas. Entre el Estado armenio y el Alto Karabaj se mantiene de momento una división formal. Armenia, que no reconoce al Alto Karabaj como Estado, ha sido dirigida durante 20 años por dos presidentes oriundos del Alto Karabaj, Robert Kocharián (1998-2008) y Serzh Sargsyán (2008-2018), miembros ambos de un lobby duro, dominante en la política de Eriván. El actual primer ministro, Nikol Pashinian, que llegó al poder en 2018, es ajeno a este lobby, pero ha abrazado su causa.
Eriván intenta sacar el conflicto del ámbito regional y colocarlo en el contexto de un enfrentamiento entre Rusia y Turquía en el Cáucaso. Rusia es aliada militar de Armenia, donde tiene una base militar, y ambos países forman parte de la Organización del Acuerdo de Defensa Colectiva (ODKV), lo que significa que Moscú debería intervenir en defensa de Armenia, si este país fuera objeto de una amenaza exterior. Como el Alto Karabaj formalmente no es parte de Armenia, Rusia no se ve en el trance de tener que ayudarla en contra de Azerbaiyán. Otra cosa sería si Azerbaiyán atacara territorio del Estado armenio. Analistas azerbaiyanos dicen temer provocaciones que pudieran justificar una intervención de Rusia en el conflicto. Ocurre sin embargo que Rusia tiene también buenas relaciones con Azerbaiyán, país al que también vende armas.
Turquía, que también suministra armamento a Azerbaiyán además de formar a sus cuadros militares, siempre apoyó verbalmente a Bakú en el tema de Karabaj, pero el tono empleado hoy por el presidente Recep Tayyip Erdogan es más agresivo que antes. La defensa de la causa azerbaiyana por Erdogan puede ser retórica simplemente, pero también podría indicar la disposición de Ankara para rozar o traspasar peligrosas líneas rojas en su relación con Rusia en el Cáucaso, añadiendo así otro foco de tensión a los que ya existen entre ambos países (Siria y Libia). Para Rusia, la explosión de violencia en torno al Alto Karabaj es un conflicto inoportuno, que se suma a otros en los que Moscú se ha involucrado en los últimos años, en Ucrania, en Siria y en Libia. De momento, Moscú se limita a pedir a las partes que dejen las armas y retornen a la mesa negociaciones y de nuevo ofrece sus propios pacificadores.
Rusia y Turquía tienen relaciones complicadas con su pasado imperial y sus dirigentes cultivan a sus respectivos sectores nacionalistas. Por ver está cómo afectará esta nueva fase del conflicto en el Alto Karabaj a estos dos países autoritarios y expansionistas y por ver está también si el Cáucaso volverá a atraer, como lo hizo a principios de los años noventa del pasado siglo, a mercenarios, voluntarios, fanáticos y posesos de la geoestrategia, muy poco interesados por la vida de los azerbaiyanos y armenios locales y reales.
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