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El asesinato de seis cooperantes, un desafío para la estrategia francesa en el Sahel

Francia compara la muerte de los trabajadores de una ONG en Níger al atentado contra el Bataclan en París

Restos del coche calcinado en el que viajaban los seis cooperantes franceses asesinados en Níger el 9 de agosto
Restos del coche calcinado en el que viajaban los seis cooperantes franceses asesinados en Níger el 9 de agostoBOUREIMA HAMA (AFP)
Silvia Ayuso

Para François Hollande, la orden de lanzar el 11 de enero de 2013 una operación militar en Malí, que dio origen a la presencia hasta hoy del Ejército francés en el Sahel bajo la Operación Barkhane, fue “el día más bonito” de su carrera política. Para su sucesor en el Elíseo, Emmanuel Macron, el domingo 9 de agosto, cuando seis jóvenes cooperantes galos, cuatro mujeres y dos hombres de entre 25 y 30 años, fueron asesinados por presuntos yihadistas en el vecino Níger, fue uno de los más sombríos de su mandato y un recordatorio de la dificultad de combatir el extremismo islámico.

Aunque el ataque, en el que también fallecieron dos nigerinos que acompañaban a los cooperantes, no ha sido reivindicado por ningún grupo extremista hasta la fecha, al Gobierno galo no le cabe duda de que se trata de un ataque que tenía como objetivo matar a ciudadanos occidentales, probablemente franceses. El primer ministro, Jean Castex, lo ha comparado incluso con el atentado en la sala de conciertos Bataclan de París el mortífero 13 de noviembre de 2015, la noche en que 137 personas murieron en una serie de ataques terroristas en la capital francesa.

Siete años y medio después del desembarco militar en el Sahel para combatir el extremismo islamista en sus orígenes y en vísperas del inicio del juicio, el próximo 2 de septiembre, por otro de los atentados que sacudieron Francia, el de Charlie Hebdo en enero de ese fatídico 2015, la brutal muerte de los trabajadores de la ONG francesa Acted pone de relieve una vez más la complejidad de la lucha antiterrorista en tierras propias y ajenas. Pese a ello, Francia no muestra signos de querer abandonar una operación militar que ya ha costado la vida a más de 40 de sus militares, el último el pasado 23 de julio.

“No cederemos ni un centímetro al fanatismo criminal y a los enemigos de la libertad de actuar, de pensar y de comprometerse”, subrayó Castex el viernes durante un homenaje a los fallecidos en Níger, en el que se comprometió también a reforzar la protección de las organizaciones humanitarias para que puedan “continuar haciendo su trabajo sobre el terreno”. Abandonar ahora la zona sería “ceder a los asesinos que nos quieren expulsar”, afirmó, y “dejar en manos de los asesinos y de su ideología de muerte a poblaciones a las que gobernarán por el hambre, el miedo y la desesperanza”, sostuvo.

La contundencia de las declaraciones del Gobierno no logran esconder, sin embargo, las múltiples dudas que ha provocado este nuevo ataque, que parece apuntar a un cambio de estrategia: hasta ahora, se consideraba que el mayor riesgo que corrían occidentales en la zona era la posibilidad de ser secuestrados por los grupos yihadistas que en parte se financian con el dinero de los rescates.

En el ataque en Níger, sin embargo, el objetivo jamás fue el secuestro, sino la muerte inmediata de las víctimas. Según el general Dominique Trinquand, antiguo jefe de la misión militar francesa en la ONU, el hecho de que haya ahora una mayor presencia uniformada en la zona —en febrero, Francia aumentó de 4.500 a 5.100 efectivos la Operación Barkhane— le pone más difícil a los extremistas huir con rehenes e incluso mantenerlos durante meses o años hasta que se negocia su liberación.

“Saben muy bien que tienen pocas posibilidades. Así que los ejecutan de inmediato”, dijo Trinquand a la agencia France Presse. Una acción que, además, puede ser ventajosa a sus ojos, agregó: “Tiene un eco mediático enorme. Todo el mundo no habla ya más que de eso, y se pregunta, ¿qué hace Barkhane? ¿Qué hace el G5 Sahel (Malí, Níger, Chad, Mauritania y Burkina Faso)?”.

Por el momento, no parece que la operación militar internacional liderada por Francia —y en la que también participa España— esté vivamente cuestionada. En la semana que ha pasado desde el brutal ataque, no ha habido un cambio visible en la opinión pública ni tribunas llamando a abandonar la zona. Hace justo un año, el Ministerio de Defensa publicaba una encuesta según la cual el 64% de los franceses apoyan la Operación Barkhane. Y en diciembre, tras un accidente de helicóptero en Malí que causó la muerte de 13 soldados galos, otra encuesta demostró que seis de cada diez franceses siguen apoyando la intervención militar en la región.

No obstante, preocupa, también a muchos expertos, la degradación de la situación que se vive en el Sahel. Según un estudio del Centro de Estudios Estratégicos de África, “en los últimos cinco años, el Sahel ha conocido el aumento de violencia más rápido que ninguna otra región en África”. Los incidentes violentos vinculados a grupos armados terroristas “se han duplicado cada año desde 2015”, una situación que ha provocado la huida de casi un millón de personas. Precisamente en estas poblaciones se centra buena parte del trabajo de la ONG para la que trabajaban los cooperantes asesinados.

Un asesinato investigado como acto terrorista

¿Se conocerá algún día la identidad de los asesinos de los seis cooperantes franceses y dos ciudadanos nigerinos asesinados en Níger? Nadie se atreve a afirmarlo. La fiscalía antiterrorista ha abierto una investigación por asesinatos terroristas y asociación terrorista. Según declaró una fuente de la Fiscalía la semana pasada, se sospecha que el ataque fue premeditado y que sus autores pretendían atentar contra occidentales. Once investigadores especializados franceses están ya sobre el terreno buscando pistas. Estas, por ahora, parecen escasear.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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