La rabia y la solidaridad prenden en Beirut tras la explosión que ha dejado ya más de 135 muertos
La tragedia une a una población indignada con su clase política. Varios funcionarios del puerto, bajo arresto domiciliario mientras dure la investigación. El Gobierno promete castigar a los "negligentes".
De nuevo han sido los jóvenes libaneses los que este miércoles se han echado a las calles de Beirut ondeando la bandera nacional, pero a diferencia de otros días, no llevaban pancartas de protesta, sino palas y escobas. Caminaban silenciosos y perplejos, volcados en ayudar en las labores de rescate y limpieza, entre las toneladas de escombros que ha dejado la devastadora explosión que la tarde anterior sacudió el puerto de la capital y ha causado al menos 135 muertos y 5.000 heridos. Todo son hipérboles en un país que atraviesa su peor crisis en medio siglo, registra el mayor número de contagios diarios desde el inicio de la pandemia y se tambalea, por enésima vez, desde sus cimientos. Un enrarecido ambiente se ha apoderado de la ciudad, aún humeante. El martes se respiraba pánico. Este miércoles, rabia.
El presidente libanés, Michel Aoun, ha asegurado que los responsables de la tragedia, a los que llamó “negligentes”, serán castigados de la “forma más severa”. Las autoridades han ordenado ya poner bajo arresto domiciliario a varios funcionarios de la Autoridad Portuaria de Beirut. El ministro del Interior, Mohamed Fahmy, ha explicado que dicha medida se ceñirá por el momento a las personas que desempeñaban altos cargos en el puerto.
Efectivos de rescate y ciudadanos voluntarios buscaban supervivientes entre los escombros. Jóvenes de otras ciudades del país, como la suní Sidón, se trasladaron en autobús para echar una mano en las labores de rescate. Decenas de personas siguen desaparecidas.
“Es indignante que la avaricia de un puñado de políticos corruptos y avaros nos haya llevado a esto”, protestaba Albert Sehnaoui, universitario de 23 años, con los brazos abiertos como abrazando el escenario de guerra que le rodeaba. Se encontraba entre edificios destripados y coches reventados, en pleno barrio cristiano de Gemeize, a pocos cientos de metros del epicentro de la explosión. Responsabiliza a la clase política dirigente de lo sucedido por la dejadez con la que gestiona el país y sus infraestructuras, incluido el depósito de 2.750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas sin medidas de seguridad junto a otro que contenía fuegos artificiales. Esa ha sido la causa de la explosión, según el Gobierno libanés, que ha prometido que los responsables pagarán por ello. “Estamos decididos a seguir adelante con las investigaciones para exponer las circunstancias de lo ocurrido lo antes posible, para hacer que los responsables y los negligentes rindan cuentas y sancionarlos con el castigo más severo”, ha dicho Aoun. Varios grupos de manifestantes, iracundos tras lo sucedido, han arremetido este miércoles contra el Ejecutivo en el centro de Beirut.
Pasados pocos minutos de las seis de la tarde del martes —una hora menos en la España peninsular—, los inmuebles, comercios y viviendas situados en un radio de varios kilómetros del puerto se vieron sacudidos por una potente onda expansiva. Los vecinos se vieron propulsados durante unos segundos en el aire para, según la cercanía al epicentro, caer al suelo o bajo los muros y cristales que colapsaron sobre ellos. Una ensordecedora explosión siguió a lo que todos pensaron en un inicio que era un terremoto, ya que el estruendo se escuchó en Chipre —a más de 200 kilómetros de distancia—, y la magnitud fue registrada por el Observatorio Sísmico de Jordania como equivalente a 4,5 en la escala de Richter.
A la conmoción inicial siguió el caos entre gritos y humo, heridos ensangrentados y el despliegue de ambulancias y militares. Transeúntes buscaban con las linternas de sus móviles algún rastro humano entre los coches volcados en la autopista, las viviendas destripadas como casas de muñecas, aceras plagadas de cristales y comercios sin puertas. Se han declarado tres días de luto nacional y se ha decretado el estado de emergencia durante dos semanas. Muchos libaneses se esmeraban en barrer la alfombra de cristales que cubre un tercio de la ciudad, donde 300.000 personas han tenido que salir de sus casas (en el gran área metropolitana residen 2,2 millones de personas) y los daños materiales se estiman en miles de millones de euros, según el gobernador de Beirut, Maruan Abboud.
La investigación abierta por el Gobierno suscita escepticismo entre los vecinos de Gemeize. “Será como todas las investigaciones que se abren para luego echar tierra por encima porque siempre hay uno de los de arriba involucrado”, decía este miércoles un irritado transeúnte. Precisamente este viernes iba a pronunciarse el Tribunal Especial para Líbano sobre el magnicidio con coche bomba del ex primer ministro Rafik Hariri en Beirut desde hace 15 años. Pero la lectura de la sentencia se ha aplazado al 18 de agosto para respetar el luto tras la explosión.
Saad Hariri, también ex primer ministro e hijo del anterior, ha sido de los primeros políticos en manifestar públicamente “serias dudas” sobre la naturaleza fortuita del accidente debido a “las condiciones, el lugar y tiempo de la explosión”. El compuesto químico del depósito es conocido por su uso como fertilizante, pero también para confeccionar cabezas de misiles, y el emplazamiento del silo que ha ardido con el estallido es una zona restringida que fuentes militares libanesas asocian con el partido-milicia Hezbolá. En un país adicto a las teorías de la conspiración, las versiones de lo sucedido difieren.
“No nos creemos nada de ellos [por los políticos]. ¡Tienen que irse todos!”, proseguía el universitario Sehnaoui encaramado en lo alto de un coche que junto con sus compañeros intentaba apartar del camino. Pero lo cierto es que es su generación la que abandona el país ante el desempleo masivo y el sistema clientelista. Como tantos otros, este joven ha optado por estudiar fuera, en Madrid, de donde regresó hace apenas una semana para visitar a su familia.
El optimismo de los jóvenes que han plantado un ave fénix en la plaza de los Mártires de Beirut como símbolo de “la capacidad ciudadana de renacer cada vez que los dirigentes destruyen el país” —en palabras de la artista Hayat Nazer y autora de la escultura— choca con el derrotismo de la generación que protagonizó la guerra civil (1975-1990). Para el septuagenario Omar Shami, ya no hay solución para un Líbano “estructuralmente sectario y corrupto hasta las entrañas”. “Es mejor que los jóvenes se vayan, nunca he visto este país tan mal”, lamentaba el anciano sentado bajo una improvisada tienda donde ciudadanos y ONG locales depositaban comida y agua para vecinos y voluntarios.
Una inusitada solidaridad aconfesional germina ahora entre los escombros como lo ha hecho entre la sociedad civil libanesa desde que el pasado 18 de octubre estallaran las protestas populares exigiendo la caída en bloque de la clase dirigente. Acusan a los políticos de parasitar los recursos estatales y repartirse el poder sobre la base de cuotas confesionales (18 oficialmente reconocidas en el país).
En medio de la tragedia, se han visto algunos momentos de esperanza, como cuando el joven Hissam ha sido rescatado tras permanecer 15 horas atrapado bajo los escombros. Los presentes le han recibido con aplausos.
Pero la desolación es el sentir generalizado. La gente ha aprendido a abrazarse con la mirada, a veces triste por encima de las mascarillas. Ni abrazarse pueden en tiempos de pandemia y tragedia.
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