La generación que pagará las cuentas de la crisis en América Latina
Los jóvenes entre 15 y 24 años están sufriendo "de manera desproporcionada" los golpes económicos de la pandemia, pero no renuncian a la idea de un futuro más consciente del cambio climático, las desigualdades sociales y el movimiento feminista
“Éramos tan banales”. La voz de Francisco Fernández Soto, un estudiante peruano de 21 años que vive en Lima, entona con culpa. Ser joven, antes de la llegada del coronavirus, “era pensar que tenías la vida completa por delante”, dice. Hasta hace unos meses sentía que si se tomaba dos años sabáticos “los recuperaba mañana”. Pero la covid ha cambiado por completo su percepción del tiempo. La vida se ha detenido y el futuro ha sido engullido por la incertidumbre. Ahora, que le han echado “de la noche a la mañana” del trabajo que tenía como practicante en el diario Correo —parte de los despidos masivos que han hecho distintos medios en meses recientes, entre ellos el grupo El Comercio de Perú—, pensar en los días por venir implica replantearse quién quiere ser y cómo quiere vivir.
La pandemia ha puesto pausa a la rutina de millones de jóvenes en el mundo. Los ha llevado a reconsiderar sus prioridades, sus formas de vida, sus objetivos. Han pasado de imaginar un futuro inclusivo y lleno de oportunidades a reinventarse en un presente intimidante. Nadie sabe cuál será el costo real de la crisis provocada por el parón de la covid, pero los pronósticos alertan de que los jóvenes de entre 18 y 25 años serán quienes se lleven la peor tajada. Y América Latina, una de las regiones que más caro lo pague. Ante la perspectiva de un futuro embargado, la Generación Z en el continente se aferra a la idea de construir una nueva normalidad más consciente de asuntos pendientes como el cambio climático, la desigualdad social y el movimiento feminista. Pero saben que lo tendrán difícil: la economía está ahora en los cimientos de sus preocupaciones.
Terminar la universidad, encontrar un trabajo que le guste, quizás incluso abrir su propio emprendimiento, independizarse, irse de la casa de sus padres. Fernández Soto repasa una lista mental que ha reconfigurado en las últimas semanas ante la pregunta de qué espera del futuro. “Mi principal miedo es que por mi culpa o por una pandemia termine viviendo en casa para siempre”, reconoce. Las antiguas promesas de progreso a cambio del esfuerzo, como la de acceder a una vivienda propia tras muchos años de trabajo, o la idea de que una carrera universitaria pueda garantizar un buen futuro, ya habían comenzado a desintegrarse para la Generación X (los nacidos entre 1965 y 1979, aproximadamente) y la Generación Y (los célebres millennials, nacidos entre 1980 y 1995). Con poca experiencia laboral y sin ahorros, los centennials (aquellos que nacieron entre 1996 y 2010) siguen el camino de sus predecesores y ven alejarse cada vez más estas perspectivas. El temor de Fernández Soto a no poder independizarse tiene su raíz en las historias de la mayoría de sus amigos que se vieron obligados a volver a vivir con sus padres tras perder sus empleos en los últimos meses. “No importa lo que hagamos, a uno le queda en el subconsciente que es un retroceso”.
Como Fernández Soto o sus amigos, al menos uno de cada seis jóvenes han perdido su trabajo durante la pandemia, según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Aquellos que tienen entre 15 y 24 años han sido golpeados “de manera desproporcionada”, con un daño más profundo incluso para las mujeres. Las tasas de desempleo juvenil en algunos países como Brasil, Uruguay o Argentina tenían antes de la pandemia cifras cercanas al 30%, números muy por encima del promedio regional que se acerca al 19%. “La crisis está afectando a los jóvenes con mayor gravedad y rapidez que a cualquier otro grupo. Si no tomamos medidas inmediatas, el legado del virus podría acompañarnos durante décadas”, ha advertido el director general de la OIT, Guy Ryder.
En Latinoamérica, este augurio es como echar tierra sobre lo que ya estaba enterrado. “Es una generación que tenía pocas expectativas de cara al futuro”, asegura Pedro Núñez, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en Argentina. Lleva años estudiando las juventudes y señala la inestabilidad como el factor clave para entender a los centennials. “Los vínculos son más inestables, el trabajo es más precario, las trayectorias educativas son más intermitentes, y todo eso se profundiza con la pandemia”.
“¿Cuándo podremos respirar de nuevo?”
A Georgia Rhote, de 25 años, le gustaba imaginarse en dónde estaría en cinco o 10 años. Nació en Maracaibo (Venezuela), estudió Derecho y se mudó a Buenos Aires en 2018 para realizar una pasantía. Su futuro ya era incierto antes de la pandemia, explica, por ser migrante. Pero ahora, los caminos posibles se desvanecen. “Una de las grandes consecuencias de esto es no poder trazar tu vida”, dice. El desafío en su caso es mayor por ser “mujer, joven, racializada”, enumera, como si estuviera describiendo una carrera de obstáculos. “Si ya era difícil para los jóvenes conseguir un trabajo, todo esto va a imposibilitarlo muchísimo más. ¡Te van a pedir que tengas 30 años de experiencia, pero 25 años de edad!”, bromea.
La estudiante de Psicología Thais da Costa Oliveira (21 años) vio colapsar sus planes con el avance de la pandemia en Brasil. En Río de Janeiro, la ciudad donde vive, la joven vio cómo se paralizaban las clases de la universidad, los planes de boda y su emprendimiento. Abrió una papelería en febrero y el negocio nunca tuvo tiempo de despegar. “Guau, decidí comenzar en un muy mal momento”, dice. A medida que los casos en su país aumentaban, también lo hacía su preocupación. “Estoy angustiada porque no sé cuándo va a terminar todo esto, cuándo podremos respirar de nuevo”.
El factor económico se ha vuelto para los jóvenes un bocado indigerible. “Cuando empiezo a escuchar que el PIB va a caer tanto por ciento y que se espera una caída en los mercados, me llega un sentimiento de incertidumbre abrumador”, dice Sofía Laudanno, una estudiante de Medicina de 24 años de Argentina. “Apago la televisión porque no sé cómo lidiar con eso”.
Tan aterradoras son las consecuencias del colapso para los jóvenes, que más de la mitad de los que perdieron el trabajo han tenido problemas de salud mental —como episodios de ansiedad o ataques de pánico—, de acuerdo con una encuesta retomada por la OIT. El estudio científico internacional Covid-Stress señala que en México los centennials son el grupo más estresado por la situación actual, seguidos por los millennials. Y la mayor preocupación es la economía. Los datos preliminares del resto de países de la región, que se publicarán en las próximas semanas, se encaminan en el mismo sentido.
“Es un momento muy difícil para nosotros”, dice el colombiano Daniel Suárez Álvarez. Este estudiante de Economía de 22 años sufre de depresión, un diagnóstico que se profundizó ante la incertidumbre y el encierro del confinamiento. Los episodios de ansiedad se multiplicaron y tuvo que solicitar asistencia psiquiátrica. “Los jóvenes somos más conscientes de la salud mental y decimos: la forma en la que me sobreexploto laboralmente me está haciendo daño, el no dormir no tiene nada de heroico, sino que me afecta física y emocionalmente. No se trata de sobrevivir, se trata de vivir y estar bien”.
Las carreras del futuro sin un presente
Entre las cosas que se tambalean por la pandemia está además la promesa de que un futuro mejor llega de la mano de la universidad. Las abultadas facturas que implica pagar una carrera en algunos países de la región no se corresponden necesariamente con lo que puede ofrecer el mercado, asegura Mateo Medina Abad, un estudiante colombiano que cursa el último año de periodismo. “Las circunstancias te llevan a preguntarte si vale la pena matricularse, pagar otro semestre o no”. El investigador Pedro Núñez asegura que desde antes ya existía “una preocupación sobre lo que sirve en verdad una carrera”, algo que se ha profundizado con la covid.
La historia de Ashley Carú, de 22 años, revela la fragilidad del paradigma universitario. Recientemente recibida de ingeniera ambiental, la joven chilena perdió el único trabajo que tenía como empaquetadora en un supermercado en el municipio de Pirque, una comuna de la Región Metropolitana de Santiago. Ahora le debe un crédito al Estado chileno por su carrera que no puede pagar por falta de empleo. “He estudiado una de las carreras del futuro y aun así no tengo pega, ¿cómo voy a pagar la deuda sin trabajo?”. Carú participó de las protestas en Chile en 2019 y asegura que cuando pase la pandemia volverá a las calles. “Vamos a arrastrar una deficiencia económica muy grande y la revuelta va a volver porque está flotando el miedo de no tener los recursos para salir adelante”.
Ante lo que pueda venir, los jóvenes de la región se aferran a algunas prioridades, como la importancia de invertir en ciencia. Para algunos, esta ha sido una oportunidad para acceder a un espacio que hasta hace poco era inaccesible, como la academia internacional. “Nunca se me pasó por la cabeza que yo pudiese tener un paper con mi nombre en una revista estadounidense”, admite Sofía Jares, una estudiante de Medicina de 24 años. A mediados de junio, tanto Jares como otros seis compañeros se convirtieron en “Los siete magníficos” de Argentina, un grupo de chicos menores de 25 años convocados para trabajar en un tratamiento con plasma.
“Si de acá a 10 o 15 años se repite, va a ser nuestra generación la que deba comandar la situación”, comenta Florencia Nowogrodzki, otra joven de 24 años que también participa del proyecto de plasma. La idea de que otra pandemia vuelva a acechar al mundo en el futuro se reproduce en el discurso centennial con cierto temor. Por eso, asegura, es necesario invertir en ciencia. La investigación científica en los países de la región ha ido a la baja en los últimos años. Entre 2012 y 2018, Argentina redujo casi un 0,1% del PIB lo que gastó en investigación y desarrollo, según el Banco Mundial. México bajó casi 0,2% desde 2010 y Brasil un 0,1% desde 2015. “Es muy difícil obtener buenos resultados si no hay plata, dependemos del exterior sin saber qué pasa en nuestras poblaciones”.
Las generaciones se definen también a partir de sucesos traumáticos que marcan su forma de actuar. La covid, el trauma que marcará a los centennials, ha dejado huellas hasta en los cuerpos de los jóvenes, que hablan de “sanar el encierro” y se preguntan cuánto va a afectar sus relaciones. “¿Cómo va a ser contactar con otra persona? ¿Vamos a tener citas de 15 días haciendo cuarentena juntos cada vez que veamos a alguien?”, se ríe Julián de Luca (24 años, Argentina). Pensar en una “nueva normalidad” les pone incómodos por las pocas certezas que tienen. “Es impredecible saber cómo se va a modificar la sociedad, pero creo que va a generar más cambios positivos que negativos”.
Pese al panorama desalentador que puedan enfrentar, dan por sentado que estarán más activos en las luchas contra la desigualdad, el machismo o el cambio climático. Y lo harán “reinventándose”, dice la estudiante de Psicología Andrea Riveros, de 23 años. “Puede que los jóvenes seamos los más afectados, pero ahí el papel fundamental será la manera en que lo afrontemos, la resiliencia que tendremos, y cómo usaremos la creatividad para generar oportunidades”, asegura la joven paraguaya.
La mayoría de los centennials sigue soñando con terminar los estudios, conocer el mundo, conseguir un trabajo. Todos, desde su lugar, quieren ahora más que nunca incidir socialmente, aportar en la construcción de un futuro más alentador. La joven maya Nicteé Guzmán May (22 años, México) es el ejemplo más claro: su proyecto es ser maestra para ayudar a moldear una sociedad más abierta e inclusiva. “Decir ‘yo quiero hacer un cambio’ y poder plasmarlo en una nueva generación sería un orgullo enorme”.