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La disensiones en Israel y la presión internacional aplazan la anexión de Cisjordania

Netanyahu afronta los límites de la extensión de soberanía a los asentamientos y el valle del Jordán

Juan Carlos Sanz
Manifestación contra la anexión de Cisjordania, el miércoles en Gaza.
Manifestación contra la anexión de Cisjordania, el miércoles en Gaza.MOHAMMED SABER (EFE)

La agenda de Benjamín Netanyahu para pasar a la posteridad en Israel ha sufrido un revés. Anunciada a partir del primer día de este mes de julio, la declaración de anexión parcial de Cisjordania se ha visto aplazada por las disensiones en el seno de la coalición gubernamental y por el rechazo de los colonos a aceptar el plan de la Casa Blanca. La presión internacional —advertencia de sanciones desde Europa y enfriamiento de relaciones con los países árabes— también han pesado sobre el primer ministro para congelar la extensión de la soberanía.

El sueño de dejar como legado de sus más de 14 años de mandatos la incorporación territorial de un 30% de Cisjordania al territorio israelí tendrá que esperar. Varios ministros confirmaron el miércoles que Netanyahu no va a dar aún el paso de declarar la anexión, una propuesta tan celebrada por el nacionalismo conservador en Israel como condenada en el resto del mundo por violar el derecho internacional. El veterano mandatario, siempre proclive a los golpes de efecto, se limitó a decir que seguirá trabajando con Estados Unidos para lanzar el proceso de anexión “en los próximos días”.

El plan Visión para la paz presentado en enero por el presidente Donald Trump habilita al Gobierno israelí a anexionarse dos centenares de asentamientos, tanto estables como provisionales, y el estratégico Valle del Jordán a cambio de reconocer una entidad estatal palestina en el 70% restante de Cisjordania y en la Franja de Gaza, además de compensar la absorción territorial con algunas poblaciones árabes-israelíes colindantes en la Línea Verde, que hasta la guerra de 1967 sirvió como frontera, o con cantones desérticos en el sur del país.

Establecida como símbolo del Gran Israel en el pacto de coalición que puso fin a más de un año de bloqueo político, la jornada de ayer transcurrió sin que el líder conservador cumpliese su vieja promesa electoral de impulsar la anexión. “No es una fecha sagrada”, sentenció Benny Gantz, su rival en los tres comicios legislativos celebrados en el Estado judío desde abril de 2019 hasta marzo de este año. Ahora le ha frenado como socio de Gobierno al precisar que la lucha contra la ola de rebrotes de coronavirus y la recesión derivada de la pandemia deben ser las únicas prioridades del Ejecutivo.

Otro exgeneral reconvertido en político, el ministro de Exteriores Gabi Ashkenazi, le ha recordado también al primer ministro que sus aliados centristas contemplan el plan de Trump en su conjunto —contando con el acuerdo de dirigentes palestinos y árabes— y no solo volcado en la vertiente de la anexión.

Netanyahu se ha topado además con una corriente de oposición interna radical entre los cerca de 450.000 colonos israelíes de Cisjordania, que integran en gran parte su base electoral. Los líderes de los asentamientos temen que la consideración como enclaves en un futuro Estado palestino de dos decenas de colonias judías aisladas acabe forzando la expulsión de sus 20.000 habitantes.

El mandatario israelí tampoco se ha decidido a anunciar una versión minimalista de la anexión, como habían anticipado analistas de los medios israelíes, limitada a grandes bloques de asentamientos situados en torno a Jerusalén.

Las disensiones internas en el Gabinete israelí han llevado hasta Jerusalén al enviado de la Casa Blanca para Oriente Próximo, Avi Berkowitz, para pedir a Netanyahu que levante el pie del acelerador del proceso de anexión. Sobre las cautelas de la Administración republicana sobrevuela la preocupación por la expansión de soberanía a costa de los palestinos expresada por sus otros aliados regionales: los países árabes suníes que mantienen relaciones con Israel, como Egipto y Jordania, y los que han buscado un acercamiento frente a Irán, enemigo común, en el caso de las monarquías del Golfo.

La comunidad internacional ha encendido el disco rojo a Israel desde la ONU para que abandone sus planes anexionistas. Algunas de las voces más críticas han surgido en la Unión Europea, donde su alto representante, Josep Borrell, lleva meses advirtiendo a Netanyahu de que la apropiación territorial “no pasará sin tener consecuencias”. Francia es uno de los países que con mayor nitidez ha esgrimido la imposición de sanciones culturales y económicas si se consuma la anexión.

Incluso un líder europeo cercano a Israel como Boris Johnson reclamó en una tribuna publicada por el diario Yedioth Ahronoth que no se expanda la soberanía israelí. “Soy un apasionado defensor de Israel, pero espero profundamente que la anexión no siga adelante”, precisó el primer ministro británico, quien adelantó que Londres que no reconocerá ningún cambio sobre la Línea Verde de 1967 que no haya sido negociado entre las partes.

Una ocasión con plazo de caducidad

Los responsables palestinos rechazan frontalmente el plan de paz de Estados Unidos más escorado a favor de Israel tras medio siglo de ocupación. Consideran que hace inviable un futuro Estado. Ante todo por impedir su contigüidad territorial en un mapa agujereado por los asentamientos como un “queso suizo”. Y también por la privación de sus recursos agrícolas e hídricos, así como de una salida al exterior en el Valle del Jordán.

La “oportunidad histórica” para Netanyahu de seguir los pasos dados en las anexiones de Jerusalén Este y los Altos del Golán hace cuatro décadas tiene, sin embargo, un plazo de caducidad que expira en apenas cinco meses tras las elecciones a la Casa Blanca.

Ante el silencio reinante en Israel, la “jornada de la ira” palestina convocada desembocó en multitudinarias marchas de protesta contra la anexión en Cisjordania y en Gaza. Miles de manifestantes desfilaron en el enclave costero, esta vez alejados de las fuerzas de seguridad israelíes desplegadas en la valla divisoria.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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