Sudamérica considera a Brasil, epicentro de la covid-19 en la región, una amenaza
El presidente de Argentina sostiene que el país vecino representa un “riesgo muy grande” por el número de casos y el mandatario paraguayo afirma que no abrirá las fronteras
Las descoordinadas medidas de aislamiento tomadas por los dirigentes brasileños para hacer frente a la covid-19, que han contribuido, según los expertos, al aumento de casos en el país, están poniendo en estado de alerta a las autoridades de los países vecinos, que han obtenido más éxito en la lucha contra la epidemia. Esta semana, el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, ha afirmado que Brasil es “una gran amenaza” para la seguridad sanitaria de su país debido a los altos índices de contagio por el nuevo coronavirus. Ambos comparten 700 kilómetros de una frontera que permanece cerrada desde mediados de marzo. “Con lo que vive hoy Brasil, no se nos pasa por la cabeza abrir nuestra frontera. Brasil es quizás hoy el lugar con la expansión más rápida del coronavirus en el mundo, y esa es una gran amenaza para nuestro país”, ha dicho. El presidente argentino, Alberto Fernández, también ha exteriorizado la misma preocupación y afirmado, en una emisora de radio, que Brasil representa una amenaza para Sudamérica: “Es un riesgo muy grande. A nosotros nos vienen entrando camiones de Brasil con transporte de cargas desde San Pablo, que es uno de los lugares más infectados. Por eso digo, yo no entiendo cuando se habla con tanta irresponsabilidad, la verdad no lo entiendo”, ha afirmado.
Con más de 11.500 muertes registradas por coronavirus, Brasil es hoy el sexto país del mundo con más víctimas mortales por la enfermedad y se ha convertido en el epicentro de la covid-19 en América del Sur con más de 168.000 infectados. Si lo comparamos con sus países vecinos, Brasil ocupa el primer lugar en tasa de letalidad y el segundo en el índice de aumento de casos, solo por detrás de Perú —que presenta un nivel muy alto de testeo y una baja letalidad—, de acuerdo con el estudio elaborado por el Núcleo de Operaciones e Inteligencia Sanitaria (NOIS), formado por científicos de la Universidad PUC-Rio, del Instituto do Coração (InCor) y de la Fundación Fiocruz, entre otras entidades. La publicación, que comparó la escalada del coronavirus en la región entre el 13 de abril y el 4 de mayo, arrojó además que Uruguay, con cerca de 3,5 millones de habitantes, se destaca como el país que tiene las tasas más bajas de aumento y un mayor control de la enfermedad —actualmente, el país suma 707 casos y 19 decesos—. Paraguay, país de 7,5 millones habitantes, también es uno de los que mejor ha contenido la diseminación de la enfermedad, con 724 casos y diez fallecidos.
Pero no han sido solo los territorios menos poblados los que han logrado evitar la propagación acelerada de la pandemia. Argentina, tercera nación por número de habitantes de América del Sur —cerca de 45 millones— es otro ejemplo de país que logró domar, tempranamente, el avance acelerado del virus con dos medidas de aislamiento social. Hoy registra 6.000 casos confirmados y 305 muertes. En el país viven casi las mismas personas que en el Estado de São Paulo, que hoy ya suma 46.131 casos y 3.743 víctimas mortales por coronavirus. El primer caso de la covid-19 en Buenos Aires se registró el 3 marzo, una semana después del primer positivo en Brasil, el 25 de febrero. Sin embargo, fue en Argentina donde se produjo la primera muerte por la enfermedad en la región, el 7 de marzo. Desde entonces, los dos países tomaron caminos muy diferentes y han llegado a resultados igualmente distantes.
Argentina puso en marcha la cuarentena obligatoria el 20 de marzo, cuando aún solo había fallecido una persona como consecuencia de la covid-19. Días antes, el presidente Fernández había decretado el cierre total de las fronteras y dos semanas de confinamiento para todos los argentinos que hubieran regresado al país de alguno de los focos de contagio. La estrategia, desde el principio, ha sido la de acatar las recomendaciones de los epidemiólogos, en detrimento de los sectores económicos que alertaban sobre las consecuencias de una paralización total de las actividades. Fernández asumió personalmente la guerra contra el coronavirus y su popularidad creció a medida que se fue haciendo más evidente el éxito sanitario de las restricciones.
Los positivos todavía no se han disparado en el país y el sistema sanitario apenas sufre el estrés de la pandemia. La ocupación de camas UCI no llega al 50% y la suspensión de cirugías programadas mantienen a los hospitales en operación mínima, a la espera del “pico de la pandemia”. En Argentina hay dos provincias en las que no hay ningún caso de coronavirus y otras grandes regiones en las que la tasa de contagio se multiplica cada 25 días. El presidente anunció, el pasado viernes, dos semanas más de confinamiento obligatorio, pero ha tenido que empezar a diferenciar las reglas por regiones. Buenos Aires y la región metropolitana, que concentran más del 80% de los positivos, siguen igual hasta el momento. En las provincias del interior ya empezaron, este lunes, un lento proceso de apertura, con la vuelta controlada de los pequeños comercios y la reapertura de 640 industrias de sectores diversos como el automovilístico, el textil y el del tabaco. No obstante, todavía restringe la construcción, que mueve una gran cantidad de mano de obra. Son medidas duras para un país que ya arrastra dos años de recesión y está en pleno proceso de negociación de una deuda de 70.000 millones de dólares con sus acreedores externos privados. Sin margen fiscal, depende de la impresión de dinero para financiar las ayudas millonarias que el Gobierno de Fernández está repartiendo entre los más pobres y las pequeñas y medianas empresas. El presidente, de momento, asegura resistir la presión empresarial. “No me van a torcer el brazo, voy a cuidar a la gente antes que nada. Terminemos esta discusión en la que nos quieren hacer creer que si abrimos la economía vamos a estar mejor. Hay gente atrapada por la ansiedad de abrir la economía, sin tomar en cuenta la salud”, dijo.
Las decisiones sobre el distanciamiento social en los Estados brasileños también se aplicaron relativamente pronto, pero el nivel de rigidez de dichas medidas ha sido bastante inferior al de la vecina Argentina. A diferencia de Fernández, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, viene negando la dimensión de la pandemia, que tilda de neurosis, y defiende la vuelta a las actividades para salvar la economía del país. Un estudio de Rede de Pesquisa Solidária, una iniciativa de investigadores de diversas universidades e instituciones del país, reveló que una parte significativa de los Estados brasileños empezó a flexibilizar o a apuntar futuras flexibilizaciones de las medidas de distanciamiento social a partir de la segunda semana de abril, sin coordinación y sin datos fiables sobre la cifra de infectados o la fase de expansión de la epidemia. Como resultado, el nivel de cumplimiento del distanciamiento social cayó, incluso en los Estados que no flexibilizaron las medidas, como en São Paulo, que ha prolongado la cuarentena hasta finales de mes.
De acuerdo con la argentina Lorena Barberia, profesora del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de São Paulo y una de las autoras del estudio, una de las principales metodologías que se emplearon en Argentina en el combate a la pandemia fue la existencia de un decreto que obligaba a la gente a quedarse en casa. “No fue como en Brasil, donde solo se cerraron los colegios, el comercio y algunas actividades. Hubo un confinamiento total en todo el país, y estaba prohibido salir a la calle, salvo algunas excepciones. Había una restricción legal, y las autoridades podían multarte”, dice. La medida más restrictiva forma parte de la explicación de las desiguales tasas de aislamiento que los dos países tenían, por ejemplo, la quinta semana después del primer caso de la enfermedad. Mientras que la media en Brasil era del 56%, la de Argentina era del 77%. Asimismo, Barberia apunta que la gestión de la crisis del coronavirus se coordinó de forma diferente en los dos países. “Mientras que en el caso argentino, el Gobierno Federal, en coordinación con sus gobernadores, impuso medidas mucho más restrictivas, en Brasil las medidas de distanciamiento social han sido como en Estados Unidos [actual epicentro mundial de la enfermedad]: moderadas e implantadas con criterios diferentes”.
La epidemióloga Ana Freitas Ribeiro, del Instituto Emílio Ribas, coincide en que la ausencia de un discurso unitario entre Gobierno Federal, estatal y municipal ha hecho que las tasas de aislamiento en el país disminuyan. “Hay lenguajes y mensajes diferentes todo el rato, lo que acaba perjudicando mucho. El presidente dice que el aislamiento no hace falta, y el gobernador de São Paulo te dice que no salgas de casa. Esto [el desajuste] reduce la tasa de aislamiento y aumenta la curva”, explica Ribeiro. A juicio de la epidemióloga, Brasil también se enfrenta a la gran falta de test para la población, lo que dificulta la contención de la enfermedad. Asimismo, Ribeiro sostiene que Brasil ha perdido la oportunidad de haber estancado parte de la enfermedad a principios de marzo. “El periodo de contención inicial fue muy malo. A alguien procedente de Marruecos, por ejemplo, que hubiera estado con ciudadanos chinos y presentase un cuadro gripal, no se le consideraba sospechoso. El Ministerio de Sanidad excluía este caso en el sistema porque en Marruecos todavía no había positivos por coronavirus. Tendríamos que haber pecado por exceso”.
Un informe del Imperial College de Londres, con énfasis específico en Brasil, recomienda acciones más duras para contener la expansión de la pandemia. “Aunque la pandemia brasileña todavía sea relativamente incipiente a escala nacional, nuestros resultados sugieren la necesidad de más acciones para limitar su expansión y evitar la sobrecarga del sistema de salud”, reza el texto publicado el pasado viernes. Según la Confederación Nacional de Salud (CNS), los sistemas públicos y privados de atención de al menos seis estados ya están saturados. El estudio también indica que las medidas de aislamiento social en Brasil no fueron suficientes para reducir el contagio. Sin nuevas reglas de control que reduzcan la transmisión, el país encara la perspectiva de una epidemia que seguirá creciendo exponencialmente, según los científicos.
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