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SVETLANA ALEKSIÉVICH | Premio Nobel de Literatura

“En Bielorrusia vivimos una situación del estilo de Chernóbil”

La escritora Svetlana Aleksiévich denuncia que Lukashenko minimiza el peligro del coronavirus y pone en riesgo a la población

La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, en Moscú en junio de 2017.
La escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, en Moscú en junio de 2017.Sefa Karacan/Getty Images
Pilar Bonet

El presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, menosprecia la propagación del coronavirus en su país y frente a este líder desafiante se encuentra una “sociedad asustada, enferma e incapaz de oponerse” cuando la mandan a la calle a festejar desafiando el peligro. Así lo opina desde Minsk la escritora Svetlana Aleksiévich, premio Nobel de Literatura de 2015. Algo parecido sucedió en 1986 tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil, afirma la gran cronista de aquella tragedia en una entrevista por Skype con EL PAÍS.

Aleksiévich se refiere a Bielorrusia como una “sociedad durmiente”, un calificativo que dice haber acuñado tras tomar el pulso a los círculos de oposición a Lukashenko: “Me di cuenta de que nuestra sociedad es como alguien que duerme y no puede despertarse porque no le trabajan ni los músculos ni el cerebro”.

“Desde hace más de 25 años Bielorrusia es dirigida por Lukashenko. Estamos ante un sistema autoritario y una sociedad durmiente y atrofiada. La sociedad no está entrenada para la independencia, ni para la crítica y la autoprotección y ni siquiera desarrolla estas facultades. La sociedad civil es apenas un embrión”, concluye la escritora.

Pasan de las 13.00 (una hora menos en la España peninsular) de este miércoles y Aleksiévich permanece en su piso con estupendas vistas al estanque en el centro de Minsk. A su espalda se adivina el confort de su acogedora cocina. Confiesa que sale poco a la calle por encontrarse en el grupo de riesgo por edad (cumplirá 72 años a fines de mes) y por la inflamación de un nervio que se agudiza cada primavera.

“Muchos temen menos a la muerte que a la pérdida del trabajo o a los conflictos con el poder; los pequeños empresarios que no quieren enfrentarse, aunque se van a arruinar por razones obvias; los funcionarios del Estado, toda esa gente que tiene algo que perder”, afirma Aleksiévich.

Lukashenko y los medios de comunicación oficiales minimizan el peligro del coronavirus y el presidente, desoyendo los consejos de la Organización Mundial de la Salud, ha convocado un grandioso desfile el 9 de mayo para festejar el 75º aniversario del fin de la guerra con la Alemania nazi. El líder aseguró que nadie sería obligado a asistir, pero desde los centros de trabajo llegan otras voces. “La realidad es que la gente no quiere ir al desfile y que a las organizaciones y fábricas se les ha hecho saber cuántos deben ir, así que se trata de una asistencia ‘voluntaria-forzada’. No habrá ni un solo invitado importante. Es difícil saber qué pretende Lukashenko”, dice Aleksiévich, y califica los festejos de “espectáculo tragicómico que se traducirá en un rebrote del virus”.

Bielorrusia no es una isla. “Las clínicas están llenas de infectados. No se atiende a otros enfermos, se los manda a casa. Pero la prensa oficial esconde lo que sucede de verdad”, dice. El número oficial de contagiados de la covid-19 en Bielorrusia a 6 de mayo es de 19.255 y el número de muertos de 112 (cinco de ellos en la última jornada). La población del país es de casi 9,5 millones de habitantes.

La sociedad en parte parece haber asumido la actitud del líder. “Hay una psicosis social aventada por el presidente y por los medios de comunicación”, afirma cuando se le mencionan enunciados tomados de partidarios de Lukashenko, tales como “nuestra medicina puede vencer a cualquiera” o “podemos desafiar al virus como en el pasado desafiamos otros peligros”. Ocurre un desdoblamiento; por una parte, se calla y no se protesta, y por la otra, se toman medidas de supervivencia, opina. “La mayoría de la gente se ha puesto mascarillas, no sale a la calle, toma vacaciones por cuenta propia y no deja que sus hijos vayan a la escuela”, dice. En esto último, las autoridades tuvieron que ceder tras las vacaciones primaverales. “No pudieron imponerse, porque hay muchos hijos únicos y los padres no quieren arriesgarse”, señala.

La situación actual recuerda mucho la que se produjo tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil, cuando los dirigentes del partido comunista convocaron a los trabajadores a las manifestaciones del Primero de Mayo. “Es una situación absolutamente del estilo de Chernóbil. Lukashenko fue a la aldea y bromeó diciendo que no veía el virus, como muchos años antes los dirigentes del partido pedían que les enseñaran la radiación”, afirma. “Lo que pasó con Chernóbil es lo que pasa hoy, pero la gente no lo relaciona”, sentencia.

“La conciencia patriarcal es incapaz de conectarse a la nueva realidad en la que el mal, la muerte y el peligro aparecen con otro ropaje”. “Pero los que tienen hijos enfermos, esos sí son capaces de gritar”, dice. “En Vitebsk, la ciudad más infectada, pasan cosas horribles”, asegura y recuerda la muerte del actor Víctor Dashkévich, de 75 años. “Lukashenko lo humilló diciendo que era viejo y que tenía que haberse quedado en casa, porque la muerte de un actor conocido a causa del coronavirus destrozaba el esquema que consistía en esconder a las víctimas, atribuyendo su fallecimiento a una neumonía indefinida”, afirma.

El dios de una tribu

De Vitebsk —cerca de la frontera con Rusia— llegan alarmantes historias sobre el contagio de médicos locales. En Minsk el personal médico ha sido concentrado en residencias especiales donde residen para evitar que contagien a sus familias y también para que puedan seguir trabajando jornadas de 12 y 14 horas, dice Aleksiévich, que afirma tener información de varias fuentes sobre esta práctica. “La gente que yo conozco recoge dinero para comprar comida a los médicos que no pueden tenerse en pie y yo he donado para ayudar a los ancianos solitarios y a los perros abandonados”, señala. Y explica que muchos dueños dejan marchar a sus animales domésticos ante la incapacidad de atenderlos.

“Han muerto muchos médicos, porque no tienen medios de protección. En las pequeñas ciudades y los pueblos todavía hay menos que aquí y los médicos y enfermeros son verdaderos kamikazes. El Estado no estaba preparado para ello y, aunque ahora intenta dar mascarillas y hacer algo, hemos tenido cuatro meses en los que no se han preparado”. “Lukashenko se comporta como el dios de una tribu capaz de hacer retroceder al virus con solo mover una mano”, añade.

El comportamiento de Lukashenko contrasta en este caso con el del presidente ruso, Vladímir Putin, que ha pospuesto los festejos por el 75º aniversario de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. “Creo que nadie puede influir en Lukashenko y que este se esfuerza en hacerlo todo al revés de Putin. Si Putin renunció al desfile, Lukashenko tiene que hacer desfile; si Putin declara una cuarentena, Lukashenko no hace cuarentena. Rusia se negó a alimentar a Bielorrusia y Lukashenko está ofendido. Rusia cerró su frontera y Lukashenko de nuevo está ofendido. Putin intenta gestionar la situación racionalmente, sus medidas tienen por objeto salvar a la gente y salvarse a sí mismo, pero Lukashenko se caracteriza por el desafío”, señala. “Lukashenko juega y lo terrible es que la gente muere por este juego, pero si el virus nos ignora, el presidente sacará dividendos de esta situación”, concluye.

"Todo bajo control"

Se sorprende Svetlana Aleksiévich de “que la gente se comporte como si fuera inmortal, como si nunca se pudiera poner enferma, como si tuvieran una protección especial” y piensa que ese es el efecto que tienen los medios de comunicación y el mismo presidente Alexandr Lukashenko cuando aseguran que “todo está bajo control”. ”En la Segunda Guerra Mundial no había problema para encontrar kamikazes. Y aquí ahora tengo la sensación de que se encontrarán todos los kamikazes que sean necesarios. Creo que no es tan fácil librarse del pensamiento patriarcal y la cuartelaría, de la confianza ciega en el poder”, dice.


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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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