El cielo más limpio que nunca (y debajo los mismos tufos de siempre)
El parón general nos regala una atmósfera cristalina, pero permanecen los reflejos de insolidaridad, reproches exagerados, tolerancia ante derivas autoritarias y excesivo catastrofismo
Los europeos vivimos estos días bajo el cielo más limpio de nuestras vidas. Sin embargo, debajo de él pueden notarse los mismos tufos de siempre.
Asomarse a una ventana o balcón –contemplar el cielo o inspirar el aire– es una pequeña revancha del espíritu en estos tiempos de reclusión. La abrupta hibernación del sistema productivo y de los transportes regala a Europa una atmósfera cristalina. Algunos la disfrutan desde estupendas terrazas o chalés, otros desde simples ventanas, pero al cabo es un placer democrático que depende más de la disposición de uno que de su cartera.
Paradójicamente, debajo de este cielo nuevo, se olfatean en Europa los mismos malos olores de siempre: rasgos de insolidaridad, reivindicaciones exacerbadas, lentitud, tolerancia ante actitudes autoritarias y, acompañándolo todo, demasiada propaganda (que magnifica los fallos y menosprecia los logros) e insuficiente pragmatismo.
En cuanto a la falta de solidaridad, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, reconoció en una carta publicada el jueves por el diario La Repubblica que “en los primeros días de la crisis, ante la necesidad de una respuesta europea común, demasiados han pensado solo en sí mismos. (…) Ha sido un comportamiento dañino y que pudo ser evitado”.
En términos médicos, Europa fue más lenta en suministrar ayuda a Italia –país en la primera línea de la emergencia– que potencias externas; en términos económicos, los primeros compases han sido marcados por una amarga trifulca entre gobiernos sobre la mutualización de la deuda.
Holanda ha llevado su posición de intransigencia económica hasta extremos desafortunados y ahora se emplea en una afanosa ofensiva para reformular su imagen. El ministro de Finanzas concedió que algunas de sus declaraciones fueron poco empáticas –con miles de muertos sobre la mesa y millones de parados– y el primer ministro holandés promueve un plan de solidaridad –que sin embargo no vale ni siquiera como antipasto en Roma o Madrid–.
Pero, por el otro lado, en el bando de los que reclaman la solidaridad, retumban las habituales reivindicaciones y reproches que minimizan fallos propios, agigantan los ajenos, olvidan beneficios históricos, eluden considerar con pragmatismo el estudio de opciones alternativas.
En cuanto a dinamismo, desde luego el arranque no ha sido ideal. La proverbial aversión de Merkel a decisiones apresuradas constituye en sí mismo un posible problema en un momento que requiere acción rápida frente a una hemorragia inconmensurable.
Y como guinda, reaparece en la hora más oscura la tolerancia de algunos miembros de la familia política popular ante las maniobras de dudosa pulcritud democrática del húngaro Orbán aprovechando la pandemia. Una docena de partidos de la agrupación han firmado una carta reclamando de una vez la expulsión de Fidesz de la agrupación. Notablemente no estaban entre ellos ni la CDU alemana ni el PP español.
Pero entre los tufos habituales también está la sistemática subestimación de lo que la UE hace. Sí, hay argumentos para sostener que es insuficiente y es lento. Sin embargo, ni puede decirse que no se hace nada, ni puede juzgarse esto con estándares nacionales. Esto es otra cosa: lo que acarrea desventajas, pero también beneficios, muchos, y maravillosos.
Sobre la mesa ya hay la disposición del BCE a comprar activos por valor de 750.000 millones; la Comisión ha relajado las normas de ayuda de Estado, las del pacto de estabilidad (junto con el Consejo) y promueve un proyecto para mantener el empleo con un fondo de 100.000 millones (de endeudamiento propio con garantías estatales) que compensaría las mermas salariales cuando las empresas optan por reducciones de jornadas laborales en vez de despidos. En el otro apartado esencial, es decir facilitar a los Estados líneas de crédito ante la enorme deuda que tendrán que asumir para paliar la hemorragia, la batalla es grande, pero ya se perfilan horizontes que quizá no sean ideales pero sí sustanciales.
Cierto, hace falta mucho más. Cierto, la reacción de Estados Unidos en 2008 permitió una salida de la crisis mucho más rápida que en Europa. Cierto, hay errores y sí, todavía se notan los tufos habituales.
Pero no es de descartar que, juntos, al final logremos elevarnos, como hicimos en otras ocasiones, como la propia existencia de la UE demuestra. Quién sabe si el virus, el cielo limpio, o la valentía inquebrantable de nuestros médicos disolverán a todos o algunos de esos tufos.
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