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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una política exterior nodal

Son pocos los países que pueden vivir de espaldas a actores como empresas o la sociedad civil

Pol Morillas
La ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya, durante una rueda de prensa.
La ministra de Exteriores de España, Arancha González Laya, durante una rueda de prensa.Luca Piergiovanni (EFE)

La política exterior se ha vuelto una actividad un tanto ingrata. Son pocos los países (si es que hay alguno) que pueden vivir de espaldas a otros actores, bien sean empresas o sociedad civil organizada, y ejercer su política exterior en solitario. La híperconectividad rige las relaciones entre potencias interdependientes, cuyo destino se fragua en dinámicas transnacionales. El aislacionismo y recuperar la soberanía devienen elementos discursivos potentes, pero difíciles de trasladar a la práctica.

Una política exterior basada en la proyección global está al alcance de muy pocos y, probablemente, de ningún país de la Unión Europea. Corren malos tiempos para la supranacionalización de ciertas políticas, especialmente las de marcado carácter estatal, como la exterior o la de defensa. Precisamente por ello el Alto Representante, Josep Borrell, prefiere el uso de múltiples velocidades para evitar el bloqueo en la toma de decisiones por parte de países recalcitrantes.

Frente a la difícil consecución de una política exterior global surge la lógica nodal: es decir, la voluntad de actuar como elemento de conexión, trabajar en red en el seno de instituciones internacionales y fomentar alianzas para asuntos clave de la acción exterior. Así recogió la expresión la Ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, en su comparecencia en el Congreso: “somos, a todos los efectos, un país nodal. Aquí comienza nuestra política exterior”.

España goza de cierta ventaja comparativa para fomentar esta concepción de la política exterior. En el plano europeo ser país nodal pasa por una política de alianzas flexibles, basada en intereses compartidos para profundizar la integración europea. En muchas ocasiones esto requiere un trabajo conjunto con el tándem franco-alemán, más si cabe tras el Brexit.

En otras, una alianza con los países del sur de Europa puede matizar posiciones “frugales” respecto al marco financiero plurianual o la zona euro. En materia de derechos sociales o igualdad de género, los aliados pueden hallarse más al norte. Actuar como nodo de conexión en Europa revierte en una percepción de ser, no sólo un socio constructivo, sino valioso.

Además de europeo, España es país mediterráneo y atlántico. El Mediterráneo ya no es un mar que separa dos orillas. Los retos de seguridad, las migraciones o la interconexión socioeconómica han hecho del Mediterráneo un lago en medio del continuo territorial que transita desde el norte de Europa al África subsahariana y el Sahel, pasando evidentemente por España y el norte de África.

África gana centralidad en la agenda europea y debe fomentarse una mayor triangulación entre la UE, el Magreb y África, pero sin dinamitar los vínculos creados tras 25 años de política euromediterránea. Esto pasa por una reforma a fondo de los instrumentos de acción exterior europea, todavía alojados en los compartimentos estancos de la política europea de vecindad y los acuerdos de Cotonou. Para una nueva visión y acción hacia el Mediterráneo y una mayor conexión entre Europa y África, España puede ser también país nodal.

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