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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

“Sea como sea”: aunque sea catastrófico

Incluso rechazando un acuerdo global de salida de Reino Unido de la UE, hay otras escotillas posibles para Boris Johnson

Xavier Vidal-Folch
Boris Johnson, a su llegada a la sede 'tory' en Londres, este martes.
Boris Johnson, a su llegada a la sede 'tory' en Londres, este martes.Toby Melville (REUTERS)

Boris Johnson ha prometido a sus paisanos que habrá Brexit en la fecha tope, el 31 de octubre, “sea como sea”. La frase es brutal. Equivale a: “Aunque sea catastrófico”.

Del carácter impulsivo y talibán del personaje sobran pruebas. Las falsedades que vertió sobre la aportación británica a la UE (haciendo pasar la contribución bruta como si fuera neta); los indicios de que se lio a gritos (y más) con su joven novia; la traición al embajador en Washington Kim Darroch, al que abandonó cuando Donald Trump le amenazó por sus correos secretos (hackeados); la revelación de que preparó un discurso decisivo con el ultra Steve Bannon; o el conocimiento de que Theresa May le impidió el acceso, como secretario del Foreign Office que era, a los más delicados expedientes del espionaje británico. ¿Quién da más?

Ahora bien, no está escrito que todo orate acabe apretando el botón nuclear. Incluso rechazando un acuerdo global, que es con lo que amenaza —la salida por las bravas—, hay otras escotillas posibles.

Una es aún peor, la retirada salvaje, desafiante. Consistiría en despreciar todo lo pactado por Theresa May. Incluido el pago de la factura. Ya lo preanunció en junio: “Los 45.000 millones de euros son nuestros, y los amigos y socios europeos han de entender que no soltaremos la pasta hasta tener más clara la relación futura”.

Su drama es que buena parte de esa compensación es la contrapartida por el beneficio para Londres de su participación en programas europeos, tecnológicos, científicos, universitarios, defensivos... ¿Dejará Johnson que su país se caiga de la brocha?

Otra salida, algo menos mala, sería el trenzado de varios micropactos provisionales sectoriales para evitar disrupciones súbitas: en el transporte aéreo, en el movimiento de personas, en la circulación de medicinas... Claro está, mediando los pagos subsiguientes.

Y la última es volver al regazo de May, al Acuerdo de Retirada pactado por ella con los Veintisiete el pasado 25 de noviembre. Con un aditamento para disimular el abandono del falso heroísmo: pedir una ampliación del plazo de transición. Solo el líder más radical es capaz de rendirse sin escrúpulos... si la otra parte no está ya más que saturada de tanta jerigonza.

Sea como sea. Un Brexit duro sería un mal negocio para todos, sobre todo para los que se van: son muchos menos, ergo su problema es muy superior. El Banco de Inglaterra ha cifrado el coste en 100.000 millones de euros (para el reino) y una caída del 8% de su PIB en una década.

Pero más acá ya se han producido reveses tangibles —y no para los europeos—: el desplome de la libra a su suelo más bajo desde que se creó el euro en 1998 resta capacidad adquisitiva a sus viajantes profesionales y turistas; la caída de la inversión extranjera alcanzó el 14% en el último año fiscal; la creación de empleo se redujo un 29%, sobre todo en servicios financieros y automoción, dos sectores clave. Sea como sea, el desastre será para la gente corriente. No para sus amiguetes de la upper class.

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