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Los pasos en falso de Theresa May en Bruselas

Juncker, que ha seguido la dimisión "sin alegría personal", advierte a su sucesor de que el Acuerdo de Retirada no se toca

Lluís Pellicer
Jean-Claude Juncker y Theresa May, el pasado mes de octubre en Salzburgo.
Jean-Claude Juncker y Theresa May, el pasado mes de octubre en Salzburgo.Leonhard Foeger (REUTERS)

Jean-Claude Juncker comparecía ante los periodistas la tarde del pasado 20 de febrero, pocos minutos antes de reunirse con la primera ministra británica, Theresa May. Cuando el presidente de la Comisión Europea tomó la palabra, señaló su mejilla izquierda, que lucía una tirita, y contó que se había cortado afeitándose. “Os lo digo para que luego no penséis que fue la señora May quién me lesionó”, dijo casi aguantándose la risa. La broma de Juncker, que trataba de quitar dramatismo a la enésima visita de May a la Comisión Europea para pedir árnica, da cuenta de la tensa relación entre Londres y Bruselas desde el principio de las negociaciones para el Brexit.

Juncker ha seguido este viernes por la mañana la dimisión de May "sin ninguna alegría personal", según ha explicado la portavoz de la Comisión Europea Mina Andreeva, que ha expresado que al presidente de la Comisión le "gustaba" y "apreciaba" trabajar con May, a quien considera una mujer con "coraje". Bruselas, ha añadido, trabajará de igual modo con su sucesor, "quienquiera que sea", pero ha advertido de que su posición respecto al Acuerdo de Retirada "no ha cambiado". Es decir, no se toca.

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El desplante a Bruselas

Bruselas no era un ambiente ajeno a May cuando accedió al cargo de primera ministra en 2016. Durante seis años, había representado al Reino Unido en los consejos de ministros de Interior. Sus homólogos del resto de la UE habían constatado ya que no era fácil que diera su brazo a torcer en unas instituciones sobre las que recelaba.

Pese a hacer campaña (a desgana) por la permanencia durante el referéndum, May es más cercana a las tesis euroescépticas de los tories. Y pocas horas antes de llegar a Downing Street lanzó su primer mensaje a Bruselas y a quienes veían en ella una posibilidad de quedarse en la UE: Brexit means Brexit”. Tres años después, May se va tras haberse visto obligada a convocar elecciones para el Parlamento Europeo y sin que nadie pueda dar aún un significado al neologismo más extendido en el Reino Unido.

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Su segundo mensaje a la Comisión Europea llegó apenas una semana después. Todavía con el reloj del artículo 50 parado decidió acudir a Berlín, en lugar de Bruselas, para allanar el camino hacia la negociación. May trataba de emular a su predecesor, David Cameron, quien en vistas al referéndum había arrancado a la canciller Angela Merkel un nuevo traje a medida para Reino Unido en la UE.

En los dos casos, esos contactos no sirvieron de nada. Cameron se dio de bruces contra el resultado de la consulta. Y May solo logró que su viaje fuera visto como un desplante por Bruselas. El largo historial de desacuerdos en el seno de la UE podía hacer pensar que las visitas a las capitales podían crear grietas entre los Veintisiete. Pero May se encontró con que el Brexit se había convertido en un catalizador para que los socios por fin cerraran filas en torno a la figura del negociador de la UE, el francés Michel Barnier.

La petición formal de retirada

La carta formal de solicitud para dejar la UE llegó a Bruselas a las 13.29 del 29 de marzo de 2017. En el documento, de seis páginas, May pedía dejar el club comunitario y exigía a la UE el acuerdo comercial más ambicioso jamás firmado con la amenaza velada de que, en caso contrario, reduciría su colaboración en defensa. “La seguridad de Europa es ahora más frágil que nunca desde el final de la Guerra Fría”, advertía.

Sin embargo, el Consejo Europeo frenó esas pretensiones. En una decisión sin precedentes por la unanimidad con la que se decidió, los líderes fijaron las líneas rojas de la negociación de Barnier: los derechos de ciudadanía, la factura que debía abonar el Reino Unido y la salvaguarda para evitar una frontera dura en la isla de Irlanda. "Es la primera y última vez que hemos sido capaces de concluir en cuatro minutos", ironizaba Juncker. También quedaba claro que la relación futura (es decir, cualquier acuerdo comercial) se alcanzaría solo después de sellar un tratado de retirada.

Antes de empezar las negociaciones, los Veintisiete exhibían unidad. En el otro lado, en cambio, el liderazgo de May había quedado debilitado tras su apuesta fallida de convocar elecciones. La primera ministra fracasó en su intento de lograr una posición más cómoda para encarar las discusiones con la UE y perdió la mayoría absoluta en el Parlamento británico. Y tuvo que regresar a Bruselas tras una campaña en la que cargó contra la UE, a quien acusó de querer “influir” con “amenazas” en los comicios.

El portazo al ‘plan Chequers’

Las negociaciones fueron un calvario para May, pero para también para los Veintisiete, que se fijaron otoño de 2018 como fecha tope para alcanzar un acuerdo con vistas a que este luego debía ser ratificado por el Parlamento británico. Y a finales de verano, todavía no había visos de ningún pacto. Ya contrarreloj, May se descolgó con una nueva propuesta para la salida, conocido como el plan Chequers, con el que pretendía reservar al Reino Unido ciertos privilegios en la libre circulación de mercancías y un veto de facto en la futura legislación europea, en especial en los asuntos financieros.

Con ese plan bajo el brazo y, de nuevo, tras prodigar críticas a la UE, se sentó con los Veintisiete en Salzburgo en octubre. Los jefes de Estado y de gobierno apenas le dieron siete minutos para exponer sus intenciones antes de dar portazo a ese borrador para las negociaciones. May volvió a Londres con las manos vacías y en medio de duros titulares que hablaban sin ambages de "humillación".

La firma del acuerdo

Sin embargo, lo que se antojaba imposible, al final sucedió. Cuando parecía que la UE y el Reino Unido iban a despeñarse por el no deal, a finales de noviembre lograron firmar un tratado de retirada dentro de los límites fijados por Bruselas acompañándolo de una declaración política que perfilaba la futura relación con Londres. La firma no estuvo exenta de sobresaltos: España amenazó con vetar ese documento si no aclaraba que la aplicación en Gibraltar de esa relación futura tiene que negociarse de forma bilateral entre Madrid y Londres. Tras salvar ese escollo, la UE advirtió de que ese pacto era “el único posible” y May garantizó que la Cámara de los Comunes lo ratificaría. Pero eso nunca se produjo.

La ex primera ministra empezó entonces otro tortuoso camino en Londres, donde tuvo que afrontar una oleada de dimisiones en su Gobierno y ver cómo el Parlamento rechazaba el acuerdo rubricado con los Veintisiete. La primera ministra acudió a Bruselas en varias ocasiones para pedir más garantías, concesiones y compromisos. Pero cada votación en Londres solo aportaba más confusión en Bruselas sobre lo que iba a pasar en el Reino Unido. “Si comparo el Reino Unido con una esfinge, la esfinge me parece un libro abierto”, sostuvo Juncker.

Un debate ‘nebuloso’

La tensión en Londres era tal que cualquier palabra fuera de contexto era apreciada como una ofensa. May llegó a pedir explicaciones a Juncker al inicio de una cumbre en diciembre por algo que no había dicho. “¿Qué me has llamado? Me has llamado nebulosa. Lo has hecho. Nebulosa”, le espetó May ante la incredulidad del jefe del Ejecutivo comunitario, quien en realidad había dicho que el debate en Reino Unido a veces era “nebuloso” e “impreciso”.

A pocos días de que venciera el plazo del 29 de marzo, en Bruselas ya cundía la certeza de que May no sería capaz de sacar adelante el acuerdo y que lo mejor sería un relevo de la líder del Gobierno británico. La primera ministra seguía sosteniendo en el Consejo que solo necesitaba tiempo y pidió una primera prórroga para pactar una salida con los laboristas. La calma con la que inició conversaciones desesperó a la diplomacia de las principales capitales, que se abrochaba los cinturones para un Brexit a las bravas.

May convoca elecciones a la Eurocámara

La petición de una segunda prórroga creó por primera vez diferencias entre los líderes del bloque comunitario y, en concreto, agrietó el eje francoalemán. Alemania, Holanda o Portugal eran partidarios de la propuesta del presidente del Consejo, Donald Tusk, de dar a May el tiempo necesario para cerrar un acuerdo. Francia, España e Irlanda plantearon que se debía pasar página lo antes posible. Pero la amenaza de que un Brexit a las bravas pudiera acentuar la desaceleración económica hizo que el presidente francés, Emmanuel Macron, se quedara solo en sus planteamientos.

Tras conseguir la nueva prórroga, que expira el 31 de octubre, May expresó que su intención era no tener que convocar elecciones al Parlamento Europeo. Pero de nuevo erró. La primera ministra dejará a su sucesor en herencia un acuerdo de retirada que Bruselas avisa de que no puede reabrirse bajo ningún concepto. Y el legado para la UE es el arranque de un nuevo ciclo político incierto y con 73 diputados británicos sentados en la Eurocámara.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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