“Chávez ocupa un lugar en los cuarteles de Venezuela que no ha tenido ningún caudillo en el país”
El académico, una de las voces más lúcidas del debate venezolano, asegura que en su país "hay una mayoría desarmada determinada a cambiar las cosas y una élite política que lo está impidiendo”
Autor prolífico y articulista, editor ajunto del diario El Nacional, miembro de la Academia Nacional de la Historia, Elías Pino Iturrieta (Boconó, 1944) es uno de los intelectuales con mayor incumbencia y perfil en el debate público de la Venezuela actual.
Convertida la memoria de Simón Bolívar en religión de estado con la llegada de Hugo Chávez, Pino Iturrieta ha sido uno de los autores que con mayor insistencia ha promovido el fin de su culto y el cierre del ciclo de la deificación de su legado. Pino propone mirar a Bolívar, con sus atributos y pecados, como un hombre de su tiempo, como un político y caudillo que ha cerrado su ciclo, y no como un padre tutelar que ha resucitado con un mandato perpetuo.
El revisionismo bolivariano es una corriente de opinión ya muy robusta entre los intelectuales venezolanos como Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, Inés Quintero, Tomás Straka o Edgardo Mondolfi. En Pino Iturrieta encuentran singular elocuencia en sus obras El divino Bolívar y Nada sino un Hombre.
El historiador analiza las dificultades de un desenlace institucional de la crisis venezolana al calor del secuestro que ha hecho el chavismo de la identidad de las Fuerzas Armadas.
Pregunta. ¿Podemos emparentar el culto a Simón Bolívar, que el chavismo ha llevado al paroxismo, con el existente en otros gobiernos de la historia venezolana?
Respuesta. La basílica bolivariana ya estaba hecha cuando Hugo Chávez llega de arzobispo. ¿Por qué el culto de Chávez a Bolívar preocupa y el anterior a él no preocupaba tanto? El anterior era el culto a la patria, el culto a la unidad nacional. Un culto menos desenfrenado y más prudente. Patriotismo y Bolívar eran lo mismo. Chávez plantea otra cosa: los bolivarianos, que antes éramos todos, son los que están con Chávez. El padre que nos reúne y nos define, ahora nos echa de la casa porque tiene un nuevo pontífice que va a determinar quiénes son los que están en el templo.
P. Ni en la peor dictadura del país un político ha sido tan reverenciado en los cuarteles como Hugo Chávez.
R. Chávez cambió el menú al evangelio bolivariano: agregó elementos del siglo XIX, las tensiones sociales y raciales del país, y le inculcó a la Fuerza Armada un propósito adicional, que comportaba una misión, un despertar. El proceder de Ezequiel Zamora, caudillo de la Guerra Federal, y el pensamiento del pedagogo que formó a Bolívar, Simón Rodríguez. Un manual para que usted, soldado de la patria, sea, ahora sí, un soldado de la patria. Hugo Chávez tiene un lugar en los cuarteles de Venezuela que no ha tenido ningún caudillo en el país. Ningún presidente tocó tanto el interior del cuartel, la literatura de cuartel, como Hugo Chávez.
P. ¿Qué efecto puede tener este culto en el desenlace de la crisis?
R. La pregunta sería esta ¿No ven ellos lo que está pasando en la calle? El proyecto “bolivariano” se ha convertido en un objeto de náusea nacional.
P. Al reivindicar su condición civil, las fuerzas democráticas pueden haber emitido conceptos inconvenientes, que reniegan de los militares, que los separan anímicamente de un proyecto antidictatorial.
R. Eso es un error. Dentro de las Fuerzas Armadas ha habido servidores públicos, republicanos auténticos en todos los tiempos. Esas personas han respetado a la sociedad civil y forman parte de un proyecto social íntegro. Eso incluye a los fundadores de la nación, que son todos militares.
P. ¿Dónde habría que colocar a los militares, a la memoria de Bolívar?
R. Lo que hay es que sacarlos del templo, dejar de reverenciarlos. Bolívar es un padre castrante. Con hijos castrados no se hace la república. Bolívar no vive, no ha resucitado. Además, todo lo que pensó ahora no nos sirve. Jamás fue socialista; nunca supo qué era el socialismo. Bolívar era un aristócrata blanco de una de las familias más ricas de Venezuela. Uno de los temores más acentuados de Bolívar era el de las tensiones raciales; el temor a una guerra de colores, a “las hordas salvajes” y el pillaje. “Estamos sentados en el pico del volcán de la pardocracia”, decía preocupado. Hay muchos documentos que atestiguan esas frases.
P. Venezuela llegó a ser una excepción en materia de libertades públicas en un subcontinente lleno de dictaduras en el siglo XX.
R. ¿De quién son hijos esos muchachos de la generación del 2007, Guaidó, Guevara, Mejías, Pizarro, Smolansky? De los años de democracia representativa en Venezuela. Esta es una sensibilidad transmitida, la de la cohabitación liberal y democrática. Ese es un tesoro en el plan de reconstrucción. Ese medio siglo de democracia que vivió el país está contando.
P. ¿Cómo está visualizando las cosas en el mediano plazo?
R. El pueblo clama por un desenlace, por una salida inmediata de Maduro. Parece una decisión. Coincide esto con el ascenso de Juan Guaidó, un joven que, si lo escogieron, acertaron; y si lo fabricaron, pues fábrica perfecta. Es un nexo conductor entre la sociedad y la política que no existía hasta hace muy poco. La posibilidad de la violencia no va a depender de la oposición, sino del Gobierno. En lo que no creo es en la posibilidad de una guerra civil. Para eso se necesitan dos fuerzas con equilibrio de poder. Aquí lo que hay es una mayoría desarmada determinada a cambiar las cosas y una élite política que lo está impidiendo. Soy optimista. Eso no quiere decir que la solución esté cercana. El reloj de la historia no es el personal, es mucho más moroso, más lento. Este es un año de definiciones y puede quedar abierto el camino.
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