La normalidad, un bien muy preciado en Venezuela
Los apagones continúan en muchas zonas del país, pese a que Maduro asegura que se ha restablecido el 100% del flujo eléctrico
“¿Todos tienen luz en casa?”, pregunta un profesor universitario a sus estudiantes al regreso de un receso obligado, después del apagón de más de cinco días que vivió Venezuela hace casi dos semanas. La duda es razonable. El líder chavista Nicolás Maduro y sus ministros insisten en la recuperación del 100% del servicio. Pero las idas y venidas de la luz, problemas con el suministro de agua, son un déjà vu del caos de la semana pasada, cuando una vez que se declaró el restablecimiento de la energía en todo el país, todavía había Estados y sectores de la capital a oscuras.
La electricidad, y con ella la normalidad, ya no es un bien que se pueda dar por sentado en el país. El apagón ha puesto en evidencia la dimensión sistémica de la crisis venezolana, que ha calado profundo en los últimos cinco años. El martes, una nueva avería afectó regiones de la capital y los estados Vargas, Miranda, Zulia, Guárico, Aragua, Falcón y Mérida, de los más poblados del país, que en total suman nueve millones de personas. En Caracas, gran parte de las urbanizaciones del este de la ciudad, como Terrazas del Ávila, La Urbina, El Marqués, Boleíta, Los Ruices, Los Cortijos, La Carlota, La Castellana, Altamira, Bello Monte; y también en el oeste en Los Chaguaramos, Montalbán, El Valle y Santa Rosa, se quedaron sin servicio por varias horas. Las razones de esta nueva falla no fueron informadas por las autoridades.
Lisa Sambrano, de 60 años, sorteó como pudo las cinco interrupciones que vivió en su residencia en la urbanización Lomas del Ávila, en el este de la ciudad. “Viene un rato y se va. Hoy se ha ido cinco veces. Pero desde el jueves del apagón hasta que volvió, cuatro días después, nos moríamos de la incertidumbre. Eso es lo peor, no saber cuándo va a volver”. Los apagones se han hecho frecuentes en donde vive, por eso cuenta con velas, linternas y mecheros. No pudo, sin embargo, prepararse para la escasez de agua que se generó por la imposibilidad de activar los sistemas de bombeo. “La pasamos muy mal sin nada de agua”. Tampoco pudo evitar la incomunicación por la caída de las redes.
El Gobierno de Nicolás Maduro ha insistido en que la avería masiva la causó un ciberataque de Estados Unidos. Sin embargo, pidió la renuncia de sus ministros, inició una jornada intensa de mantenimiento y desmalezamiento de las instalaciones eléctricas, afectadas por incendios forestales, e incluso pidió a la población prepararse para otros eventos. “Todo el mundo debe tener un radio con sus pilas seguras para estar bien informado, tener su juego de velas, tener las linternas, preparar sus sistemas de depósito de agua. Quiero preparar muy bien al pueblo”, dijo el líder chavista el 13 de marzo, seis días después del apagón, cuando todavía varios sectores del país seguían sin servicio eléctrico.
El llamado a comprar velas inquieta a José Flores, un docente de 57 años, que el martes volvió a quedarse sin luz por tres horas en El Valle, al oeste de Caracas. “Uno siempre debería tener un kit de emergencia, pero nadie está preparado para algo así, quizás haya una especie de optimismo delirante en este país. Pero también pienso en lo que no se hizo cuando hubo recursos para invertir en el sistema eléctrico y ahora vivimos esto”.
Los apagones son como dolencia que vive el interior del país desde hace una década, por la falta de mantenimiento e inversión en las redes. En Caracas empezaron a ocurrir con más frecuencia el año pasado. El gobierno, temeroso de que pudieran dar pie a disturbios que deriven en protestas mayores que puedan salirse de control había mantenido a la capital en una especie burbuja a salvo de los apagones. Sin embargo, ya ni eso es posible. En su intervención de este miércoles en Ginebra, la Alta Comisionada de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet señaló que los recientes apagones en Venezuela “simbolizan los problemas de infraestructura que afronta el país”.
“El Sistema Eléctrico Nacional quedó muy inestable. Cualquier ladrillo que se mueva, cualquier evento imprevisto, puede ocasionar un apagón similar al del 7 de marzo”, advierte Winston Cabas, presidente de la Asociación de Ingenieros Eléctricos de Venezuela. El ingeniero explica que el parque termoeléctrico nacional, que es complementario al hidroeléctrico que soporta la represa del Guri, está muy disminuido. Esta fuente requiere del combustible que tampoco puede garantizar la golpeada estatal petrolera Pdvsa. Asegura que de 16.000 megavatios instalados sólo están disponibles 2.000. A esto suma la pérdida de personal capacitado para manejar el sistema, que en otro tiempo fue referencia internacional. “Este fue uno de los cinco países del mundo que trasmitió energía en extra alta tensión. Venezuela tuvo la torre de transmisión eléctrica más alta del mundo y en los años 70 había electrificado el 92% de su territorio”, resalta la paradoja
Desde el año pasado, el Observatorio de Gasto Público del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico (Cedice) realiza un monitoreo quincenal de los servicios de electricidad, agua potable, transporte y telecomunicaciones en Venezuela a partir de las denuncias de usuarios. El último informe, publicado la semana antes del gran apagón, fue titulado “Al borde del colapso”. “Para la segunda quincena de febrero se registraron un total de 33.165 denuncias vinculadas al suministro eléctrico (en Twitter), agrupando un total mensual de 63.240, es decir, una media de 2.200 denuncias diarias a nivel nacional”. El estudio reporta que ocurrieron 35 explosiones de transformadores eléctricos en todo el país en dos semanas y que en 40 avenidas principales y 200 calles secundarias de Caracas, una de las ciudades más inseguras de la región, no funcionaba el alumbrado.
La firma Ecoanalítica ha calculado que las pérdidas que provocó el apagón alcanzan los 875 millones de dólares, el equivalente a casi el 1% del PIB de Venezuela, que se desplomó en sólo cinco días, todo un golpe en una economía que vive ya al límite. “La normalidad hay que construirla, porque solucionar el problema estructural requiere de inversión extranjera y el apoyo técnico. Lo que vemos es el resultado de la desprofesionalización de las plantas de servicios públicos. Vivimos en la zozobra de lo que pueda ocurrir, todos estamos predispuestos al caos”, señala el economista Raúl Córdoba, coordinador del monitoreo de servicios de Cedice.
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