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LA BRÚJULA EUROPEA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Reino Unido arde a lo bonzo en el Brexit; Europa espera a sus Prometeos

El fuego británico muestra las consecuencias de la retórica incendiaria; el continente vislumbra intentos de propagar de la cúpula política a la ciudadanía un debate realmente paneuropeo

Andrea Rizzi
Detractores del Brexit, este viernes en Newcastle.
Detractores del Brexit, este viernes en Newcastle.Christopher Furlong (Getty Images)

La historia dirá si el Brexit fue un suicidio político o solo una autoinmolación de consecuencias graves pero no letales. De momento, consta en actas que Reino Unido lleva tres años —desde el referéndum de 2016— sumido en una parálisis absoluta, incapaz de hacer otra cosa que atender el gran incendio que devasta sus islas. Es probable que siga carcomido por esta situación durante mucho más tiempo, incluso si se aprobara el pacto de salida. El fuego eurohostil lo expandieron de forma luciferina, durante lustros, varios medios informativos y corrientes políticas. Como mínimo se les fue de las manos; puede que no tuviesen ni idea de lo que hacían.

La autoinmolación británica a lo bonzo (cada uno decidirá cuán justificada era la causa) provoca serios problemas al continente. Pero, también, importantes activos. Entre otras que las dimensiones de esa catástrofe han rociado cordura y sobriedad en el ágora continental: no conviene jugar con fuego. ¿Alguien ha oído recientemente alguna otra propuesta de salir de la UE? ¿O simplemente de la Zona Euro (concepto secundario con el que hace no mucho todavía algunos populistas euroescépticos coqueteaban)?

La cuestión no es menor porque se acercan a la vez elecciones europeas y una ralentización económica, un territorio potencialmente inflamable. A Europa obviamente no le conviene un pulso radical, en cambio sí necesita un debate vivo, vibrante, que active la conexión de la ciudadanía con el proyecto. La tasa de participación ha caído de forma inexorable a cada convocatoria de elecciones europeas, desde el 62% de 1979 hasta el 42% de 2014. La UE necesita Prometeos que cojan la llama en el Olimpo-Bruselas y la difundan entre los ciudadanos en el continente de forma apasionada pero responsable. En el horizonte se detectan algunos síntomas esperanzadores.

PARTICIPACIÓN EN LAS ELECCIONES EUROPEAS

Porcentaje de votantes al Parlamento Europeo sobre el total del censo

Fuente: Parlamento Europeo

Este periódico, junto a otros 27 de la Unión, publicó a principios de mes una carta del presidente francés, Emmanuel Macron, titulada Por un renacimiento europeo y dirigida a los “Ciudadanos de Europa”. Su contenido puede gustar más o menos —y desde luego marca un claro retroceso con respecto a anteriores alocuciones en clave europea mucho más ambiciosas del mandatario galo— pero es de entrada notable el concepto de dirigirse a un demos común.

Lo interesante es que en cuestión de días hubo dos respuestas de calado paneuropeo. Annegret Kramp-Karrenbauer, sucesora de Angela Merkel al mando de la CDU, ha publicado en el dominical alemán Welt am Sonntag una respuesta contundente —Acertar en la construcción de Europa— en la que rechaza gran parte de las propuestas del francés y plantea otras que agradan poco en París. De forma significativa, el texto ha sido traducido a varios de los principales idiomas de la UE.

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Desde otro lado del espectro político contestó el líder izquierdista francés Jean-Luc Mélenchon con un texto titulado ¡Salid de los tratados, estúpidos! y también publicado por este diario. Es sin duda vitriólico, más radical, propone un cambio de tratados un pelín poco realista —siendo comedidos— pero se enmarca en una visión de destrucción creativa y mantiene la virtud de dirigirse a un demos europeo.

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Queda por ver si se trata de un embrión de debate genuinamente paneuropeo, pero cuando menos es una llamarada interesante. El momento es propicio. Por un lado, el Brexit funciona como lección moderadora ante tentaciones de aventurismo rompedor; por el otro, hay otras fuerzas centrípetas que favorecen ahora que la Unión se mantenga compacta y estable, que piense en cómo reforzarse. La Administración Trump es una invitación cotidiana a pensar en cómo apañarse solos; la compleja relación con Rusia también debería invitar a la cohesión.

La Britannia que gobernaba las olas decidió de repente empotrarse de frente contra la más grande de este tiempo: la corriente de las interconexiones, de la convergencia, de las sinergias, las economías de escala, de la creciente inutilidad de las barreras, de la fusión y mezcla. Salir de la UE es perfectamente legítimo pero parece ir contra la corriente del tiempo. Ciertas olas conviene cabalgarlas más que encararlas.

Ahora, mientras Reino Unido descubre que salir de la UE no es ni cortar un cordón umbilical, ni amputarse una extremidad, sino intentar separar células en cada órgano y tejido, la UE necesita con urgencia un debate sobre cómo proseguir el surf, sobre cómo preparase para las próximas tempestades. Es necesario involucrar a los ciudadanos. Conviene que sea a escala continental, superando las parroquias nacionales de siempre. Se buscan Prometeos europeos, que tomen el fuego en el Olimpo y lo vayan repartiendo. Bonzos absténganse, por favor.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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