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El centro de ninguna parte

Un análisis de la actualidad internacional a través de artículos publicados en medios globales seleccionados y comentados por la revista 'CTXT'

El vicepresidente de EE UU, Mike Pence, y la canciller alemana, Angela Merkel, en la conferencia de Múnich el 16 de febrero.
El vicepresidente de EE UU, Mike Pence, y la canciller alemana, Angela Merkel, en la conferencia de Múnich el 16 de febrero. SVEN HOPPE (AFP)

"El comienzo de la primavera. La emoción que anticipa la llegada de una persona estimada. Cuando todo resulta fácil y todo se encuentra en el lugar correcto. Que estos segundos de felicidad fuesen exactamente lo que Angela Merkel provocase en numerosos asistentes a la Conferencia de Seguridad varias veces descansa de manera clara en una situación global compleja, que sobre muchos pesa como plomo sobre el corazón. Pero se debió, por encima de todo, a ella misma.” El ripio es obra de Lorenz Hemicker para el venerable Frankfurter Allgemeine Zeitung. El ditirambo del periodista alemán sobre la esperada comparecencia de Merkel en el conocido foro de seguridad de Múnich propició la justa respuesta de Peter Nowak para el digital Telepolis: “De haber descrito un diario ruso una comparecencia de Putin de este modo", escribía Nowak, "el artículo hubiera sido objeto de mofa, y por buenos motivos". Para el autor, “cuando un periódico que por lo común escribe más bien discretamente sobre sus intereses cae en lo más crudo del kitsch” nos encontramos ante “un indicio” de lo que es, en esencia, “un proyecto de dominio que ha quedado golpeado” y “ha perdido la orientación”.

Nowak recuerda que a pesar de la defensa que hizo la canciller alemana del multilateralismo en su discurso —también lo hizo, aunque con menor repercusión mediática, la Alta Representante de la Unión Europa para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Federica Mogherini—, si lo hizo fue porque este es el sistema que mejor sirve a los intereses nacionales del país, y ello mientras su ministro de Economía y Energía, Peter Altmaier, aboga por una política industrial “que podría resumirse bien con el lema Alemania primero” y que “evidencia los límites de un multilateralismo impulsado por Alemania".

Dan Cohen ha llegado a calificar el giro de los acontecimientos en The New York Times de “redescubierto gaullismo alemán”. En contraposición, la intervención del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, fue “arrogante” y “ofensiva”, propia de “una película de serie B”. “La Conferencia de Seguridad de Múnich está remando a contracorriente”, afirma el periodista al señalar que “los europeos no están donde a Lavrov y Rusia les gustaría que estuviesen, deseando construir una ‘casa común europea’ desde Lisboa a Vladivostok, excluyendo a la OTAN”. Sin embargo, añade, “se preguntan cuál es la mejor manera de proyectar los valores del mundo libre ahora que su líder ha desertado […] y llegan a la conclusión de que, ocurra lo que ocurra, los Estados Unidos de América no regresarán en la misma forma". Por ahora, “hay un vacío estratégico, y los vacíos son peligrosos”, advierte.

Del nuevo laborismo al nuevo centro

Andan los columnistas de opinión de la prensa liberal a la gresca a cuentas de la desaparición del centro político. Más o menos como los siete diputados del Partido Laborista –once después de que se les uniese Joan Ryan el martes y tres diputadas conservadoras el miércoles– que el pasado 18 de febrero tomaron la decisión de abandonar la formación. Los parlamentarios, encabezados por Chuka Umunna, expresaron en una rueda de prensa su insatisfacción por la posición del partido hacia el Brexit y acusaron a su líder, Jeremy Corbyn, de “antisemitismo” por sus críticas a Israel. La escisión opera con el nombre de Grupo Independiente.

“El plan de Umunna se basa en la idea de que los votantes están desesperados por una política sensata de centro, pero el partido centrista existente, los Liberal Demócratas, lucha por conseguir votos a pesar de respaldar las mismas políticas que exigían aquellos que se han marchado del Partido Laborista: oposición al Brexit, políticas económicas de libre mercado, intervención en conflictos como el de Siria”, asegura en la revista Tribune Solomon Hugues, que considera que los medios de comunicación han magnificado convenientemente la escisión. Hugues tacha a los diputados liderados por Umunna de “carreristas” cuya “mayor esperanza era que el Partido Laborista obtuviese pésimos resultados en las elecciones generales de 2017, llevando a la dimisión de Corbyn.” Pero “como no fue eso lo que ocurrió”, la escisión se ha montado con el Brexit como excusa.

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El líder laborista, Jeremy Corbyn, el 23 de febrero de 2019.
El líder laborista, Jeremy Corbyn, el 23 de febrero de 2019.OLI SCARFF (AFP)

En otro artículo para la misma cabecera, Dawn Foster critica “la falta de propuestas políticas” del Grupo Independiente, algo que no considera “sorprendente” si se tiene en cuenta que esta iniciativa “rompe con el Partido Laborista por cuestiones impopulares”. Foster recuerda que una de las diputadas, Angela Smith, se opone a la renacionalización del agua, una propuesta que apoya el 83% de los británicos, mientras Umunna se opone a su vez a la renacionalización del servicio de correos, Royal Mail, que favorece hasta el 65% de la población. “Durante años ha habido un rumor persistente que insistía en la existencia de ganas de un partido de centro a pesar de que las encuestas sugerían lo contrario”, escribe la autora, para quien “ahora todo ello será puesto a prueba”. “Cuando se trata de votar, ¿qué importa más a la gente? ¿Quién está al cargo de sus escuelas y hospitales o las trifulcas que consumen Westminster?”, se pregunta Foster. “Las promesas que dan titulares moldean las campañas electorales, y el Grupo Independiente ha fracasado a la hora de proporcionar ni siquiera una”, sentencia.

Con todo, Hugues llama a la cautela. “Esto no significa que el Grupo Independiente no sea un problema: los laboristas y los conservadores están empatados en torno a una intención de voto histórica del 40%. La crisis financiera y la austeridad han llevado a la polarización de la izquierda y la derecha. Aunque no hay espacio para que un nuevo partido de centro consiga el 25% que ganó el Partido Socialdemócrata (SDP) [una escisión del laborismo en 1983], incluso un 5% para una nueva fuerza mantendría a los conservadores en el poder. Teniendo en cuenta el foco anti Corbyn del Grupo Independiente, resulta probable que esa sea su ambición.”

Feel The Bern Again

El 19 de febrero Bernie Sanders se postuló nuevamente como candidato a la presidencia de EE UU. De la popularidad del incombustible senador de Vermont da cuenta que, tres horas y media después de anunciar su candidatura, llevase recaudados más de un millón de dólares, según informaba Fox News. A diferencia de las primarias de 2016, que le enfrentaron a Hillary Clinton, Sanders, de 77 años, parte en esta ocasión con muchos más competidores, un ejército de “mini-yos”, en palabras de Vanity Fair, algunos de los cuales, como la senadora de Massachusetts Elizabeth Warren o la senadora de California Kamala Harris, “se han presentado como buques seguros para transportar las propuestas progresistas de Sanders, defendiendo posiciones similares en varias cuestiones sin la etiqueta de socialista democrático que podría ahuyentar a los votantes moderados". Otros, en cambio, ven como un triunfo que lo que en 2015 era calificado de “ingenuo, idealista, poco pragmático y poco realista” hoy esté en el programa de la mayoría de candidatos y no consideran que Sanders sea víctima de su propio éxito.

Desde las páginas de The Guardian, el editor de la revista Jacobin, Bhaskar Sunkara, celebra la decisión de Sanders de presentarse para terminar en 2020 lo que comenzó en 2016. De no haberse presentado a aquellas primarias, “Trump habría ganado de todos modos a Clinton, pero su populismo charlatán de derechas sería hoy la única salida para los descontentos con el status quo” y “el abatimiento reinaría más que cualquier otra cosa entre los votantes". Bernie Sanders, recuerda Sankara, “reintrodujo la política de clase obrera en EE UU” y lo hizo “con un estilo basado en un mensaje sencillo: trabajas duro, vamos a darte la dignidad y seguridad que mereces, y vamos a hacerlo luchando contra los millonarios y multimillonarios que se interponen en el camino". Gracias a ello se consiguió “crear una narrativa común de lucha”.

¿Pero podría ganar a Trump? El editor de la revista Current Affairs, Nathan Robinson, cree que sí y estos son sus argumentos: “es capaz de contrarrestar efectivamente el tipo de populismo nacionalista que llevó a Trump al poder […], es capaz de ir a las comunidades de clase obrera y hablar a la gente sin parecer paternalista o falso”, y obtiene asimismo “buenos resultados en el Midwest, las mismas áreas que fueron clave en la victoria de Trump”, así como entre la población afroamericana. Además, Sanders “ha aprendido de los errores de su anterior campaña”, lo que le convierte “en el arma perfecta contra el populismo plutócrata de Trump”. Una encuesta de Gallup sobre el desplazamiento de las bases –que no de los funcionarios– del Partido Demócrata a la izquierda, de la que se hizo eco Vox, respaldaría el análisis de Robinson.

Bernie Sanders, durante un mitin en California en 2016.
Bernie Sanders, durante un mitin en California en 2016.FREDERIC J. BROWN (AFP)

Además de a los ya mencionados Sanders, Warren y Harris, otros siete demócratas aspiran a la candidatura a la presidencia, entre ellos la representante de Hawa’i Tulsi Gabbard, que prometió “poner fin a la nueva guerra fría” y a las políticas “para provocar cambios de régimen” y ha motivado un debate entre la izquierda estadounidense, como muestran un análisis de Andrew Levine para Counterpunch y una conversación entre Richard Falk y Daniel Falcone reproducida por el mismo medio.

La vieja nueva polarización

Mathilde Ramadier publicó en 2017 Bienvenidos al nuevo mundo, un libro sobre su experiencia como gestora de contenidos en varias start-up, un mundo que “suena sexy” pero en el que los trabajadores “se encuentran bajo presión y domina el miedo”, revela en una entrevista para el semanario alemán Der Freitag. “En la primera start-up para la que trabajé hacía cada día horas extra y a finales de mes cobraba 500 euros” a pesar de que su jefe le había prometido unos ingresos de 1.500 euros, confiesa Ramadier. En este sector, en el que muchos se someten a las condiciones porque “quieren vivir en Berlín o cualquier otra metrópolis europea a cualquier precio” sin “trabajar para grandes empresas”, la autora francesa explica que “se reparten títulos como caramelos”: “People manager, Country manager, el recepcionista era Office manager. El término no tenía ningún sentido.” “Todos éramos como una gran familia, todos iguales”, continúa, “pero todos los CEO que conocí eran hombres blancos, alemanes o estadounidenses de familias acomodadas, todos de entre 30 y 45 años […] Los hombres tenían esa cultura bro, jugaban a ping-pong, videojuegos, calzaban zapatillas deportivas".

En el lenguaje de este capitalismo californiano “todo son superlativos y metáforas, todo es exagerado y optimista, todos son únicos y libres, y cuando alguien es despedido, entonces se dice que se marcha en busca nuevos retos". La fisonomía de las ciudades también se ve afectada a medida que “por todas partes surgen espacios de coworking donde los freelance de las start-up se sientan y pagan ellos mismos por su puesto de trabajo. Muchas empresas tienen el inglés como idioma oficial. La gentrificación se acelera.”

Quizá sea este nuevo capitalismo, que va desprendiéndose de la piel del anterior, lo que ha provocado entre otros motivos el desplome de ese centro que algunos tanto se afanan en buscar. Ahora que la polarización política va a más, a este y el otro lado del charco, quizá sea buen momento para recuperar la charla que el filósofo Antoni Domènech dio en 2008 en la Universidad de Barcelona sobre las consecuencias políticas de la crisis financiera. “No es, seguramente, aventurado generalizar estos resultados de la investigación politológica empírica en los EE UU y afirmar que buena parte de la hegemonía ideológica conservadora de las últimas décadas se ha sostenido en ese proceso de desbaratamiento de la coherencia política cognitiva de las clases trabajadoras y populares (uno de cuyos indicios empíricos más claros es el espectacular declive en las tasas de sindicalización) y de paralela rearticulación del ideario político-ideológico y de la capacidad de organizarse socialmente, capilarmente, de los estratos dominantes de la población”, exponía Domènech.

En ese contexto, “la polarización ‘artificial’ inducida en las campañas políticas por las ‘guerras culturales’ de la derecha cobra bastante sentido. Substrae del debate político asuntos económico-sociales centrales, aprovechando, dicho sea de paso, que una izquierda política completamente desorientada y acomodaticia ha dejado de ponerlos en cuestión". Más de diez años han pasado ya.

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