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Nigeria celebra unas elecciones de alto riesgo marcadas por la incertidumbre

Buhari y Abubakar se disputan el poder en la primera potencia africana

José Naranjo
Un hombre carga con material electoral, este viernes en la ciudad nigeriana de Daura.
Un hombre carga con material electoral, este viernes en la ciudad nigeriana de Daura. AFOLABI SOTUNDE (REUTERS)

Nigeria, primera potencia económica africana y país más poblado del continente (190 millones de habitantes), celebra elecciones presidenciales y legislativas este sábado en un ambiente de alta tensión. Varias explosiones y tiroteos atribuidos al grupo yihadista Boko Haram en el noreste de Nigeria han marcado la apertura de la jornada, pero en el resto del país los nigerianos empezaron a votar puntualmente.

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De los 73 candidatos que estarán en las papeletas tan solo dos, el actual mandatario, Muhamadu Buhari, y el líder opositor Atiku Abubakar, llegan con opciones reales de ocupar el sillón presidencial los próximos cuatro años, pero el retraso in extremis de los comicios la semana pasada y la posibilidad de unos resultados muy ajustados hacen temer un escenario de violencia.

La sorpresa saltó durante la madrugada del sábado pasado cuando, tan solo cinco horas antes de la apertura de las urnas, el presidente de la Comisión Electoral Nacional Independiente (INEC), Mahmoud Yakubu, decidió aplazarlas una semana. No es la primera vez que ocurre en Nigeria, pero sí con tan poca antelación, lo que ha provocado un coste millonario a los ciudadanos, dados los grandes desplazamientos para votar, y al país, estimado en unos 1.300 millones de euros, según la Cámara de Comercio de Lagos, debido a la paralización de buena parte de la actividad económica. Yakubu ha prometido que este sábado sí habrá comicios.

Pese a todo, las dudas recorren el país. Según la INEC, el meollo del problema ha sido el reparto del material electoral debido a las malas condiciones meteorológicas, que han limitado vuelos, y a las malas condiciones de las carreteras nigerianas, aunque no ha dado datos fiables al respecto. Este jueves, 48 horas antes de los comicios, el propio Yakubu reconocía que solo en 20 de los 36 Estados del país se había completado el reparto de dicho material. Un total de 84 millones de personas están llamadas a votar.

Los dos rivales, ambos septuagenarios, musulmanes y procedentes del norte, han escogido con cuidado a sus acompañantes para tratar de hacer inclinar la balanza a su favor
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Además de la economía, otra de las consecuencias del aplazamiento ha sido el incremento de la tensión política. Los dos principales grupos políticos, el Partido de Todos los Progresistas (APC) de Buhari y el Partido Democrático Popular (PDP) de Abubakar, se han acusado mutuamente de estar detrás del retraso, alentando todo tipo de teorías de la conspiración que apuntan a la posible preparación de un fraude. Lo que es peor, la violencia debida a pugnas intercomunitarias y delincuencia se ha incrementado en los últimos meses en el noroeste de Nigeria, con unos 200 muertos en los Estados de Kaduna y Zamfara, mientras que el conflicto con Boko Haram sigue activo en el noreste.

En este contexto, el exgeneral Muhamadu Buhari, presidente de Nigeria desde 2015, ha centrado su campaña en la necesidad de terminar su trabajo en tres ejes: acabar de manera definitiva con el terrorismo yihadista que golpea en Borno, Yobe y Adamawa, continuar su lucha implacable contra la corrupción y relanzar la economía del país, que creció un 1,9% en 2018, según el Gobierno, y prevé hacerlo un 2,2% en 2019, según el Banco Mundial. Estas cifras se consideran insuficientes para el país con más pobres del mundo (87 millones, casi la mitad de su población) y a la vez primer productor petrolero de África con 1,8 millones de barriles diarios.

El austero Buhari, de 76 años, presenta un balance mediocre, pero muchos nigerianos le reconocen el empeño a través de sus medidas para atajar la corrupción, como la declaración pública de su patrimonio y el de sus colaboradores más cercanos; la destitución de toda la junta directiva de la compañía petrolera nacional por su oscura gestión; la recuperación de 10.000 millones de euros procedentes de la corrupción, y la puesta en marcha de una caja única estatal bajo un férreo control o la introducción de un sistema biométrico de identificación bancaria para un mejor seguimiento de los envíos de dinero. Sin embargo, su figura ha sufrido un enorme desgaste. Una misteriosa enfermedad le mantuvo apartado de la presidencia durante seis meses.

Enfrente, el multimillonario hombre de negocios Atiku Abubakar, vicepresidente del país entre 1999 y 2007, señalado en repetidas ocasiones pero nunca acusado en distintos casos de favoritismo y tráfico de influencias relacionados con sus empresas y su anterior actividad pública, asegura que sorprenderá a todos “combatiendo la corrupción mejor que nunca”. De entrada ha asegurado que, si sale elegido, se retirará de todas las sociedades de su emporio para evitar posibles conflictos de intereses y, además, ha anunciado una amnistía para todas aquellas personas sospechosas de haber obtenido dinero por medios ilícitos que estén dispuestas a devolver las sumas robadas.

Conscientes de que buena parte de la partida se disputa en el cristiano sur del país, los dos rivales, ambos septuagenarios, musulmanes y procedentes del norte, han escogido con cuidado a sus acompañantes para tratar de hacer inclinar la balanza a su favor. Buhari cuenta con su actual vicepresidente, Yemi Osinbajo, un pastor evangelista de Lagos procedente de la poderosa etnia yoruba, que se ha labrado una imagen de hombre íntegro especialmente durante los largos periodos de ausencia por enfermedad del presidente. Por su parte, Abubakar se apoya en la figura de Peter Obi, un empresario católico exgobernador de la región de Anambra (sureste) y de la etnia igbo considerado un tecnócrata experto en materia económica. Nigeria vota este sábado y África entera contiene la respiración.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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