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Columna
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Los fantasmas que pueden derribar a Bolsonaro

¿Hasta cuándo Brasil podrá continuar aparentemente sin timón? ¿Mandan sus hijos? ¿Mandan los militares que llevó al Gobierno?

Juan Arias
Jair Bolsonaro, delante de Gustavo Bebianno.
Jair Bolsonaro, delante de Gustavo Bebianno. A. Machado (REUTERS)

En el extranjero empiezan a preguntarse quién manda en Brasil y cuánto durará el presidente Jair Bolsonaro. La respuesta podría ser que gobiernan, a la vez, muchos y nadie. Y es que el capitán de reserva, de extrema derecha, elegido con 57 millones de votos, aún no ha empezado prácticamente a gobernar. Hay quien gobierna por él o contra él. Cuánto durará eso lo sabremos pronto. Lo decidirá el Congreso aprobando o descartando sus grandes reformas, desde la de las pensiones a la de la lucha contra la violencia. Si naufragan, el Gobierno acaba y Brasil va a la bancarrota. Pero si atraviesa ese desierto nebuloso, seguirá su destino político por los próximos cuatro años.

Todo ello porque el atentado sangriento que sufrió durante la campaña y que le apartó del poder ha hecho que el nuevo presidente llegase tarde al palacio del Altiplano. Son muchos los que se habían ya adueñado del Gobierno. Al mismo tiempo, Bolsonaro se ve perseguido por una manada de fantasmas que no le dan sosiego. Fantasmas que fueron, algunos de ellos, creciendo en el seno de su propia familia.

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Todo ello ha llevado al doctor en Sociología por la Universidad de Oxford Celso Rocha de Barros a pronosticar en Folha de Sao Paulo que, de no diluirse esos fantasmas que han creado “una escena de infierno”, la presidencia de Bolsonaro “podría no llegar ni al carnaval”. ¿Hasta cuándo Brasil podrá continuar aparentemente sin timón y sin saber, de cierto, quiénes están tomando decisiones en la sombra? ¿Manda el presidente o sus hijos? ¿Mandan los militares que él llevó al Gobierno?

Carlos Bolsonaro, uno de los tres hijos de Bolsonaro —todos ellos con cargos de representación popular— ya había insinuado que entre los que desean la muerte —física o política— de su padre no solo están sus enemigos, sino personas cercanas a él. Se pensó en su vicepresidente, el general Hamilton Mourao, que se está convirtiendo en el eje de la balanza y en el pacificador de fuegos, y que fue sacramentado en las urnas junto con el presidente. Si en el pasado los vicepresidentes eran jarrones de adorno en el poder, esta vez él aparece como el que toma decisiones importantes, deshace entuertos y aconseja prudencia. Así se está empezando a ganar la simpatía popular. Después de todo, en un Gobierno con cerca de 50 militares, el vicepresidente es un general y el presidente un capitán que, además, fue retirado del Ejército, aún joven, por indisciplina.

Manda, al parecer en la sombra, el vicepresidente. Mandan también los dos ministros más importantes: el de Economía, Paulo Guedes, y el de Justicia, Sérgio Moro. Ambos debían representar el símbolo de la revolución bolsonariana, el relanzamiento de la economía en clave liberal y la lucha contra la corrupción política para arrinconar a la vieja política. Sin embargo, hoy podrían acabar también ellos atrapados en los fantasmas del presidente.

Mandan, aunque por ahora solo en la sombra, todos los otros militares de los que Bolsonaro quiso rodearse como protección. Ellos son la gran incógnita. Han entrado en política por cauces democráticos, sin golpes, pero son siempre militares para quienes la disciplina forma parte de su idiosincrasia. No permitirán que las cosas salgan de su cauce. Son para unos la esperanza y para otros el temor. Ellos detestan las mafias. Y manda también el clan familiar de los tres hijos del presidente. Tanto mandan que esa intromisión de ellos, en los momentos más críticos de la nueva presidencia, es uno de los temas más analizados y que más preocupación despiertan en el mundo político actual.

Algunos fantasmas con nombres y apellidos también persiguen hoy a Bolsonaro y ponen en peligro su presidencia. Ellos forman el entramado de lo que Fernando Gabeira ha llamado de “rivalidades, tramas y celos”. Y podrían añadirse también traiciones y venganzas, al estilo de las mafias pasadas y recientes.

Esos fantasmas son el asesinato, aún sin autores oficiales, de la concejal de Río, la activista de derechos humanos, negra, feminista, de la favela y con futuro político, Marielle Franco. El buscado Adriano Magalhaes, posiblemente involucrado en el crimen que sacudió hace un año al país, es un policía militar que tuvo a su madre y esposa trabajando con el entonces diputado de Río, Flavio, el hijo mayor de Bolsonaro, hoy senador, que hasta lo había condecorado.

Está también el fantasma del que fue chófer de Flavio y amigo de una vida de su padre, otro expolicía, Fabrizio Queiroz, que las autoridades brasileñas apuntaron manejar una cuenta millonaria, al que la justicia no consigue interrogar. Queiroz resulta también ser viejo amigo de Magalhaes.

Y está el misterioso atentado de Bolsonaro que en plena campaña electoral le atravesó el vientre con un cuchillo y lo colocó al borde de la muerte, Adelio Bispo de Oliveira, sobre el que sigue el mayor misterio sobre su identidad, su pasado y sobre los famosos abogados que lo defienden sin saber quiénes les pagan. Tan misterioso todo que hay hasta quien sostiene aún hoy que no hubo ni atentado, ni agresor, ni cuchillo. Todo un montaje para victimizar al candidato.

Y ahora, a estos fantasmas, se ha añadido el último y más misterioso, el de su ministro de la Secretaria de la Presidencia de la República, el abogado, Gustavo Bebianno que había sido el personaje clave de la elección de Bolsonaro y su abogado personal. Bebianno era presidente del partido que acogió al actual presidente como candidato, el PSL. Acusado de presuntos escándalos de corrupción y posible defensor de muchos secretos sobre Bolsonaro y su familia, Bebianno fue prácticamente destituido de ministro a través de las redes por el hijo menor de Bolsonaro, el concejal de Rio, Carlos, que lo acusó de mentiroso, creando la primera crisis real del nuevo Gobierno.

Estamos esta vez, aún antes de saber cómo acabará la historia, frente al peor de los fantasmas que podía aparecer en el escenario del nuevo presidente. Los mensajes enigmáticos enviados a través de la prensa y las redes por parte de Bebianno, el nuevo fantasma de Bolsonaro, suenan a las consignas de las viejas mafias, con sus advertencias, avisos y amenazas. Porque hay traiciones que en algunas esferas no se permiten y acaban duramente castigadas.

Como corresponsal en Italia de EL PAÍS, pude tener, en Palermo, capital de Sicilia, una larga conversación con el entonces juez estrella de la mafia, Giovanni Falcone, que había llevado a la cárcel y a juicio a cerca de 400 miembros de la temible mafia siciliana. Fue un proceso que estremeció a Italia. El juez vivía blindado. La puerta de su despacho solo la podía abrir él desde dentro. Me contó cómo trabajaba la mafia con sus ritos perentorios. Cuando salimos de la conversación bajamos por las amplias escaleras con cuatro policías a cada lado con las pistolas desenfundadas. En la calle, le esperaban seis coches negros, todos iguales, con las sirenas desplegadas. Antes de entrar en uno de ellos, al azar, me dijo al despedirse: “Todo esto no sirve para nada. Cuando quieran matarme lo harán”. Lo hicieron cuando había dejado de ser juez para ir a trabajar al Ministerio de Justicia para contribuir a cambiar la legislación penal contra los mafiosos y contra la corrupción política. Hicieron saltar en el aire el coche que en un fin de semana les llevaba a él y su esposa del aeropuerto de Palermo a su casa.

¿Que por qué he querido recordar esa anécdota periodística? Porque lo que empieza a reflejarse en la nueva era política en Brasil resulta a veces parecido a lo que ocurrió en Italia, después que la mafia gobernaba junto con el poder político y hasta decidía en las urnas. Fue cuando Mani Pulite, la Lava Jato de entonces, acabó con la vieja política, llevó al líder socialista y exprimer ministro Bettino Craxi al exilio a quien sucedió el empresario liberal y conservador, Berlusconi, también él acusado de corrupción.

¿Y hoy? Italia, con la izquierda acorralada, forma parte de ese desgarrón de extrema derecha autoritaria europea que empieza a preocupar a quienes siguen apostando por gobiernos democráticos empeñados en la defensa de las libertades y de los diferentes, con el acento puesto en los nuevos pobres del mundo. Lo que no significa que solo la izquierda sea capaz de ello. No lo son, ciertamente, las mafias y sus juegos de fantasmas, los intereses oscuros, la política que no pueda hacerse a la luz del sol y que prospera en los patios traseros de las pequeñas o grandes complicidades de tipo mafioso, de las “rivalidades, tramas y celos” que critica Gabeira. Y también de las posibles traiciones y venganzas ¿Es posible gobernar así?

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