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Columna
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El aguante de los mexicanos

El desabasto de combustible logra mantenerse (aún) en los márgenes de la colaboración y la paciencia

GABRIELA WARKENTIN
Una gasolinera cerrada en Ciudad de México.
Una gasolinera cerrada en Ciudad de México. Hector Vivas (Getty Images)

Diez años separan dos momentos recientes de “obediencia civil” en México: uno tuvo que ver con la influenza, otro con la gasolina. Uno llegó a buen puerto para los fines del Gobierno en turno, el otro apenas se está desarrollando. Pero no deja de ser interesante pulsar el ánimo social que los permitió.

Enero de 2019 y el centro/occidente de México sin gasolina. Con la finalidad de combatir el huachicoleo (robo de combustible), López Obrador tomó la tajante decisión de cerrar los ductos que abastecen esta región del país. Una pensaría que privar de gasolina a algunas de las principales ciudades y a una buena parte de los Estados que las albergan, en pleno regreso de vacaciones, calificaría como mala idea. O pésima sincronización. Pero, así sucedió. Largas, larguísimas filas de vehículos en busca de combustible, mientras en las ciudades alternan el caos de la inmovilidad con el vacío de quienes se guardan para no quemar reservas. Y lo que tendría todos los elementos para convertirse en caldo de cultivo de protestas masivas (recordemos el gasolinazo en México de hace dos años o los chalecos amarillos en Francia), logra mantenerse (aún) en los márgenes de la colaboración y la paciencia.

Abril de 2009 y el país con influenza AH1N1. Para contener el brote masivo de esta enfermedad (calificada como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud), la Presidencia de Calderón literal paralizó actividades públicas en el país: escuelas cerradas, oficinas apagadas, transporte público al mínimo, mientras se repetían campañas de información y de salud. Una pensaba entonces que encerrar al país en sus casas, sin actividades y en un impasse de resultados (la contención funcionó de tal manera, que a los pocos días de iniciada la crisis había poco que reportar en números de afectados), tendría los elementos para que el hastío y la desesperación se transformaran en protestas sociales. No sucedió, y los mexicanos aprendimos a estornudar sin salpicar al vecino, a toser sin escupirte las manos, a asearte con mayor frecuencia y a esperar que se declarara superada la crisis.

En su libro El verbo de las culturas, Clotaire Rapaille asegura que el que define a los mexicanos es AGUANTAR: “Cuando algo sale mal y te hace la vida difícil y dolorosa, el programa cultural [de los mexicanos] no es cambiarlo, sino aguantarlo. Entre más puedas soportarlo, más orgulloso te sientes”. Bajo esa lógica, entonces, los mexicanos aguantamos la crisis de la influenza y ahora el desabasto de gasolina, porque así somos: “Producto de siglos de abusos institucionales y frustraciones”. A aguantar lo que se te indica y luego a tratar de salir adelante. Y sí, muchos se compran esta explicación para entender el ánimo social local y sus vaivenes.

Yo no.

Si la docilidad de aguantar fuese el denominador común, no seríamos el país que somos. Más que aguantar, en la crisis de la influenza de 2009 jugó un elemento fundamental para aplacar los ánimos de protesta: la presencia de una enfermedad y la necesidad del Estado para contenerla porque yo sola no puedo. Esa conciencia (forzada) guarda a todos en sus casas. Y el momento actual, de crisis por el abasto de combustibles, encuentra a un México ávido de acabar con la corrupción (uno de los principales motivantes del voto reciente), por lo que enmarcar la escasez de gasolina en la lucha frontal contra el multimillonario y obsceno robo de combustibles, reviste de un halo casi heroico a la participación social en esta cruzada.

La crisis de la influenza terminó cuando cedieron los contagios. Hoy, las cosas aún no son tan claras. Si bien López Obrador, según encuestas, cuenta con un apoyo mayoritario para su cruzada contra el huachicoleo, también es cierto que el momento está siendo utilizado por las oposiciones para atizar la existente polarización social. Así es el juego político. Por ello, si el abasto no se regulariza pronto, si no se aprehende a delincuentes visibles y si no se afina la política energética, puede haber aquí un bono social perdido para la Presidencia.

Porque eso de aguantar no da para tanto.

@warkentin

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