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Columna
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Un amanecer distinto

Despertarse en un sueño ideal solo es posible en esta época del año

Diana Calderón

Primer día del 2019. Me he saltado una semana y algunas horas. Ya no abro los periódicos si estoy fuera de casa, reviso entonces las páginas web, pero aún más fácil, repaso mi cuenta en Instagram donde además de ver las fotos publicadas por los seguidores escogidos, en su mayoría amigos, me llegan las noticias de los medios que invaden las plataformas electrónicas. Prendo como siempre la radio, y estoy despierta en el mejor de los sueños.

Es el año del Bicentenario en Colombia, como por arte de magia en la memoria colectiva, solo aparecen los recuerdos de los avances, pero lo mejor es que todas las mujeres quieren ser como la atleta Catherine Ibargüen y no como modelos webcam, las historias de reconciliación se toman los Smart Speakers, la basura de la noche anterior está reciclada cuidadosamente en las puertas de las casas, los jóvenes voluntarios del mundo recogen plásticos en el océano, los venezolanos caminan ahora de regreso a su tierra después del fin de la dictadura.

En Colombia el ELN acaba de liberar a los secuestrados con la promesa de nunca más separar a nadie de su hogar, los campesinos que habían cambiado sus cultivos de coca están viendo crecer las matas de cacao, las elecciones de marzo se harán con financiamiento público y en listas cerradas. Los estudiantes recuperan ahora las clases que tenían pendientes. La Comisión de la Verdad ha recibido la verdad, las confesiones sentidas y profundas de los victimarios y está por fin redactando la narrativa sobre una guerra que ya nadie quiere volver a vivir.

En el año del Bicentenario, las naciones herederas de la colonia, que 200 años atrás vivieron la gesta libertadora de las tropas patriotas a la cabeza de Simón Bolívar y Santander para poner fin a la hegemonía de la corona española, se regocijan en un nuevo humanismo, en reflexiones sobre el futuro colectivo. En los colegios, se ha impuesto para siempre la propuesta de la filósofa Martha Nussbaum: que la educación sin fines de lucro es la base real del conocimiento. Que “la utilidad de lo inútil” pone de presente la importancia de las ciencias sociales y devuelve el valor a los filósofos e intelectuales.

El exministro Alejandro Gaviria había logrado convencernos del daño que hace la sobrevaloración de la política en nuestras vidas; Moisés Wasserman de que todos los seres humanos deben ser respetados y todas las ideas refutadas. La solidaridad está de moda, ya no hay límites legales para las libertades, internet solo se usa para la democratización del acceso a información veraz, volvieron las conversaciones a la mesa y el ejercicio del periodismo ha recuperado su valor vigilante de los poderosos.

Todo pasa mientras cae preso el creador de bebes genéticos en China y los corruptos de Odebrecht, los mentirosos se convierten en los parias de la sociedad y no los pobres que ahora brindan con el mejor de los vinos el año que comienza.

Este despertarse en un sueño ideal solo es posible en esta época del año. Y me resulta un ejercicio casi sicoanalítico para recordarnos la enorme responsabilidad que tenemos como padres, como profesionales, como amigos, como parejas, como ciudadanos si realmente queremos que las brechas de desigualdad, de desarrollo, de acceso al mundo moderno y la discriminación, terminen.

Y reitero entonces que es a partir de cada uno de nosotros, de nuestra propia manera de aproximarnos al otro, de la honestidad con la que trabajemos, como podremos exigir al gobernante, y por lo menos los periodistas, contribuir a la comprensión de tantos hechos.

Hechos sí, sobre todo los tan vertiginosos de estos tiempos. Nos enfrentamos cada día más a la llamada tiranía de la inteligencia artificial como si fuéramos no seres si no objetos observados para adivinar nuestras necesidades y suplirlas, y en buena hora para anticiparse a la capacidad de los hombres para solucionar problemas de todo tipo, y especialmente de la salud.

Pero asimismo, esta cuarta revolución industrial en la que ya habitamos, nos obliga a pensar en cómo serán nuestros días en una década, la de nuestros hijos, y ahondar en la información que les damos para saber si les será adecuada, si con esa información escogerán las profesiones que necesitan para no competirle a los robots, frente a la amenaza de destrucción de los empleos como los conocemos hoy.

Cómo logramos educar en el pensamiento crítico y la ética, cómo logramos ir construyendo para que los sueños de tolerancia y reconciliación se hagan realidad en países como Colombia, donde muchas veces perdemos el foco en discusiones bizantinas e ideologizadas sobre el conflicto que vivimos 53 años de los 200 desde que nos independizamos.

Debemos liberarnos de las ataduras que no nos han dejado terminar de avanzar como lo soñó Bolívar tantas veces en su hamaca, aunque menester es reconocer que hoy somos un país de derechos garantizados de manera creciente y una ciudadanía cada vez más empoderada. Pero falta, y mucho.

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