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Las legislativas no ofrecen a los demócratas una estrategia clara para las presidenciales de 2020

Descartada la ola azul, la oposición logra su objetivo de recuperar la Cámara baja, pero saca pocas conclusiones sobre cómo derrotar a Trump

Simpatizantes demócratas celebran la victoria en la Cámara de Representantes de EE UU el 7 de noviembre de 2018. En vídeo, declaraciones de Nancy Pelosi, líder de los demócratas en la Cámara de Representantes.Vídeo: JOSEPH PREZIOSO (AFP) / REUTERS-QUALITY
Pablo Guimón

Los demócratas salvaron los muebles. Poco más. En una trepidante noche de recuento, en la que por momentos unos pocos miles de votos separaban la gran ola azul del abismo, alcanzaron su objetivo principal: conquistar un contrapeso legislativo a la agenda del presidente, poner fin a cuatro años de mayoría republicana en las dos Cámaras, en definitiva, acabar con la barra libre de Donald Trump. Pero poco más podrán sacar en positivo de este segundo asalto con el mandatario más extravagante y polarizador, que llegaba a las elecciones legislativas, tradicionalmente malas para el partido del presidente, con unos índices de desaprobación récord.La alegría con la que escenificarán los resultados no oculta una certeza: los demócratas no lograron penetrar a fondo en el territorio Trump. No hay, pues, una lectura concluyente sobre el gran tema que llevan dos años masticando: la estrategia y el perfil del candidato para derrocarlo en 2020.

Cámara de representantesRenuevan los 435

0 Escaños

199

Republicanos

2

Sin asignar

234

Demócratas

PartidoPorcentaje

SenadoRenuevan 35 de los 100

0 Escaños

53

Republicanos

0

Sin asignar

47

Demócratas

Republicanos
Sin asignar
Demócratas
PartidoPorcentaje

Beneficiados por una potente inyección de dinero en las últimas semanas de campaña, y por el poderoso movimiento social del MeToo, los demócratas consiguieron que nada menos que 312 distritos (de un total de 435) se inclinaran, en mayor o menor medida, a la izquierda. Pero solo 29 de ellos cambiaron de republicano a demócrata. El giro a la izquierda fue menor que el de 2006, la última ocasión en la que los demócratas cambiaron el color de la Cámara baja, y fue la mitad del vuelco republicano en 2010.

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El partido ha perdido peso en el Senado, una cámara que tenían difícil conquistar pues 26 de los 35 escaños en liza ya estaban en manos demócratas. Y sus candidatos a gobernadores cosecharon resultados agridulces. La anunciada gran ola azul no llegó. Pero los demócratas son “los dueños del terreno”, dijo Nancy Pelosi que, a sus 78 años, probablemente volverá a ser presidenta de la Cámara de Representantes ocho años después. El expresidente Barack Obama, en un comunicado, destacó el número récord de mujeres, jóvenes y candidatos de minorías étnicas elegidos, punto clave para los demócratas. “Cuanto más estadounidenses votan”, dijo, “más se parecen nuestros líderes electos a Estados Unidos”.

Las victorias decisivas las cosecharon en distritos suburbanos moderados, donde la encendida retórica de Trump provocó que votantes con educación universitaria y otros colectivos que conforman las bases republicanas tradicionales no le secundaran. Pero se les resistió, de nuevo, el territorio rural. La brecha entre la América metropolitana (demócrata) y la rural (republicana) es más profunda que nunca, y eso es algo que debería preocupar a los demócratas, castigados por un sistema electoral que da más peso a los votos rurales, sobre todo, pero no solo, en el Senado.

Cierto es que algunas de las proezas más destacables de los demócratas quedaron apagadas por márgenes ajustadísimos. Es el caso de Beto O’Rourke, el joven candidato a senador demócrata por Texas que al final, por apenas un 2,9%, sucumbió ante el poderoso republicano Ted Cruz. La historia sepultará bajo el titular de “El republicano Ted Cruz gana en Texas” la hazaña del joven demócrata, protagonista de un fenómeno popular que a punto estuvo de teñir de azul el Estado conservador por antonomasia con una agenda progresista sin complejos.Igual de injusto se antoja resumir con la frase “el trumpista Ron DeSantis será el nuevo gobernador de Florida” la batalla que perdió el candidato demócrata Andrew Gillum, afroamericano de 39 años, progresista también sin tapujos.En el Estado de Florida, que votó por Trump y antes dos veces por Obama, los demócratas tenían el campo de pruebas más puro para valorar cuál es la mejor manera de enfrentarse al presidente republicano en 2020. Además de Gillum, concurría anoche en Florida Bill Nelson, blanco, septuagenario, centrista, que buscaba un escaño en el Senado. Dos candidatos que representaban los dos polos del partido. Aunque por escasos márgenes, ambos fueron derrotados.

Sí ganó, como estaba cantado, otra estrella emergente, la jovencísima Alexandria Ocasio-Cortez, de 29 años, en el muy demócrata distrito neoyorquino de Queens. Será la congresista más joven del Capitolio. Pero quizá más meritoria fue la victoria de Max Rose, candidato a la Cámara baja por Staten Island, hasta ahora la única mancha roja en la Gran Manzana. Staten Island votó por Trump en 2016, pero Rose se impuso al candidato republicano con un mensaje centrista y destacando su condición de veterano de la guerra de Afganistán por encima de su filiación partidista.Otro demócrata moderado, el senador Joe Manchin, fue reelegido en Virginia Occidental, donde Trump ganó en 2016 por más de 40 puntos. Para apelar a esos votantes trumpistas, Manchin llegó a votar con los republicanos a favor de la nominación de Brett Kavanaugh como juez del Tribunal Supremo. Pero los también moderados John Donnelly y Heidi Heitkamp, de los crecientemente conservadores Estados de Indiana y Dakota del Norte, perdieron su escaño contra sus contrincantes republicanos.

Las elecciones ofrecen, pues, argumentos a todas las corrientes, izquierdista y centrista, ortodoxa y heterodoxa, joven y veterana, que se medirán en las primarias para candidato a presidente, que se abrirán oficiosamente una vez digeridos los resultados.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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