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Boracay, el paraíso filipino, reabre sus puertas… Pero no a todos

La isla llevaba seis meses cerrada a turistas y no residentes para limpiar sus deterioradas playas

Turistas en la isla de Boracay, Filipinas, en junio de 2017.
Turistas en la isla de Boracay, Filipinas, en junio de 2017.ATAHUALPA AMERISE (EFE)

Con menos restaurantes, hoteles y aforo limitado, además de restricciones al consumo de alcohol para controlar el frenesí festivo: el nuevo Boracay, una de las islas insignia de Filipinas por sus playas de finísima arena blanca y agua cristalina, vuelve a estar accesible al público tras seis meses clausurada. Un periodo que ha sido empleado a fondo para devolver al entorno su imagen paradisíaca y enterrar la “cloaca” en la que, según el presidente Rodrigo Duterte, se había convertido.

El objetivo ha quedado cumplido: sus playas, entre ellas la emblemática White Beach (Playa Blanca), lucen tan prístinas como cuando no había electricidad en la isla en la década de 1980, según las autoridades filipinas. Desde entonces, la eclosión del turismo, y en los últimos años de un turismo joven con ganas de diversión, la había convertido en una permanente bacanal, con los residentes quejándose de la suciedad, la contaminación, el tráfico y del riesgo de inundaciones en su otrora tranquilo entorno.

Informado al respecto, Duterte decidió cortar por lo sano. Según el medio independiente filipino Rappler, fue idea del presidente cerrarla completamente a turistas y no residentes una temporada, mientras las autoridades locales y los empresarios de Boracay (situada a unos 300 kilómetros al sur de la capital, Manila) abogaban por un enfoque menos drástico, como clausurar aquellos negocios que violasen las normativas medioambientales.

Fotogalería | Así fue el cierre de la isla

Poco amigo de la moderación, la decisión de Duterte se ejecutó rigurosamente. En este tiempo se han demolido centenares de edificaciones construidas a una distancia inferior a los actuales treinta metros estipulados que debe haber de espacio hasta la orilla, con vistas a ensanchar una línea de playa que empezaba a resultar claustrofóbica en hora punta. No es ni de lejos el único cambio. Los habituales masajistas, vendedores de regalos y hasta los tragafuegos y malabaristas que entretenían y relajaban a los turistas en la orilla no podrán desarrollar sus tareas en la línea de playa. También queda prohibido beber alcohol y fumar fuera de los espacios destinados para ello, y los tres casinos que operaban han sido cerrados de forma permanente para cumplir con la nueva imagen de un Boracay limpio no solo de cuerpo, sino también de espíritu.

De los más de 600 hoteles que operaban hasta abril, solo un centenar cuenta ahora con permiso para reabrir sus puertas, aunque se espera que la cifra aumente a medida que los establecimientos prueben al Departamento de Turismo que cumplen con las nuevas normas medioambientales. El flujo de turistas permitidos se reduce casi a la mitad: si antes podían ocupar la pequeña isla de poco más de 10 kilómetros cuadrados hasta 40.000 amantes del sol y la playa, el máximo permitido se reduce ahora a 19.200.

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Unas medidas que buscan, en palabras de la secretaria de Turismo Bernadette Romulo-Puyat, hacer que el “nuevo Boracay comience una cultura de turismo sostenible” en Filipinas, advirtiendo que otros destinos ya masificados o en ciernes de saturarse seguirán los mismos pasos. Romulo-Puyat se refirió en concreto a playas de gran atractivo turístico como El Nido —aunque más remota en acceso que Boracay— y la isla de Panglao.

Filipinas no es el único país del sureste asiático que ha decidido poner coto al turismo. Las autoridades tailandesas anunciaron en octubre que la playa de Maya, en la isla de Phi Phi Leh y famosa por ser el escenario de The Beach (La Playa), la película de Danny Boyle protagonizada por Leonardo DiCaprio, quedaba cerrada hasta nuevo aviso para evitar el completo deterioro de su patrimonio natural.

Otro paraíso que podría tomarse sus propias vacaciones es la archivisitada isla de Bali, en Indonesia, donde las autoridades barajan qué medidas tomar después de declarar el pasado año como situación de emergencia la basura acumulada en algunas de sus playas más transitadas, como la de Kuta, engullida por montañas de desechos.

Las cifras sugieren que no serán los únicos. Con 134 millones de turistas (28 de ellos de China) llegados al sureste asiático en 2017, por encima de los 113 millones del año anterior y superando las expectativas regionales de alcanzar los 123 millones para 2020, aumentan las posibilidades de que otros destinos de la zona tengan que tomarse un tiempo para adaptar sus infraestructuras a la ola de visitantes y mantener intacto su encanto.

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