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Macron afronta desgastado la peor crisis política de su mandato

Gérard Collomb, el primer dirigente destacado que apostó por la candidatura del presidente, dimite del Ministerio del Interior

Marc Bassets

Es el peor golpe político para Emmanuel Macron, y en el peor momento. Proviene, además, de su círculo de confianza. La dimisión de Gérard Collomb, hasta este miércoles ministro del Interior y uno de los primeros políticos de peso que creyó en él, coloca al presidente francés en una situación comprometida. Le deja sin una pieza clave en la maquinaria gubernamental. Cuestiona su autoridad: el presidente quería evitar la renuncia. Extiende la sensación de que ya no controla a sus tropas. Y se suma a una serie a tropiezos que entierran el estado de gracia que acompañó a su ascenso al poder en 2017.

El presidente francés, Emmanuel Macron, examina el interior de un vehículo, durante la feria del automóvil, este miércoles en París.
El presidente francés, Emmanuel Macron, examina el interior de un vehículo, durante la feria del automóvil, este miércoles en París.Regis Duvignau (AP)

La marcha de Collomb ha sido un vodevil, una comedia de enredos en los pasillos del Elíseo, de Matignon y de Beavau —sedes de la Presidencia, el primer ministro y el Ministerio del Interior, respectivamente— como no se había visto durante el mandato de Macron. La confusión y la sensación de descontrol por parte del presidente que parecía controlarlo todo son insólitas. El episodio se produce tras meses de fuerte caída de popularidad de Macron, según apuntan los sondeos.

La secuencia de Collomb empezó hace 15 días, cuando el entonces ministro anunció por sorpresa en una entrevista con el semanario L’Express que quería regresar a su antiguo trabajo como alcalde de Lyon. Por eso preveía abandonar el Gobierno francés tras las elecciones europeas del próximo mayo. Esto le permitiría presentarse en las municipales de 2020.

La dimisión por anticipado creó malestar en el Gobierno y críticas de la oposición, que consideraba que los próximos meses Collomb sería lo que en países como Estados Unidos se llama un pato cojo, un político sin capacidad de influencia ni maniobra. Así que el lunes por la noche, Collomb presentó su dimisión, esta vez con carácter inmediato. Macron se la rechazó. El vaivén no había terminado. El martes, en una entrevista con Le Figaro, Collomb reiteró su “propuesta” de dimisión. Esta vez no esperó la respuesta. Mientras la noticia circulaba por París, el ministro preparaba el relevo con el actual alcalde de Lyon, Georges Képénékian, y anunciaba en el diario local Le Progrès que regresaba enseguida, sin dar tiempo a Macron y al primer ministro, Édouard Philippe, a buscar un sustituto. De madrugada, finalmente, el Elíseo comunicó que aceptaba la renuncia. Y en la mañana de este miércoles, en una fría ceremonia, Collomb traspasó los poderes al jefe del Gobierno, Édouard Philippe, que asumirá el cargo de forma interina.

La marcha no deseada de un ministro del Interior —el “primer poli de Francia”, como se denomina el cargo desde los tiempos en que lo ocupaba el Tigre Georges Clemenceau— ya sería un golpe para cualquier presidente. Si a este ministro se le considera uno de los pilares del Gobierno y es uno de los consejeros íntimos, un amigo de Macron y su familia, la cosa se agrava. Y si, además, la espantada se escenifica de esta manera rocambolesca, todo se complica.

La marea deja de subir

La dimisión conlleva un mensaje: se acabó el tiempo en el que el proyecto de Macron sumaba adhesión tras adhesión, en el que todo París quería participar en el proyecto reformista del nuevo presidente. La marea ha dejado de subir; ahora baja, para usar una metáfora de Jérôme Fourquet, del instituto demoscópico Ifop. “Hasta hace poco [Macron] no paraba de sumar apoyos. Ahora empieza a perderlos”, decía Fourquet a un grupo de periodistas hace unos días, antes de la dimisión de Collomb. Hoy ilusiona más ser alcalde que participar en la revolución Macron.

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Collomb no es el primer desertor en el macronismo. A finales de agosto, el presidente perdió al ministro de Transición Ecológica, Nicolas Hulot, el miembro más popular del Gobierno, expresentador de televisión y activista por el medio ambiente que en Francia es una especie de conciencia ecológica de la nación. Hulot también se marchó de manera atípica: lo anunció en un programa de radio, y sin avisar a su jefe.

Antes, el presidente sufrió otro contratiempo con las revelaciones sobre su exjefe de seguridad, Alexandre Benalla, que fue grabado el 1 de mayo agrediendo a manifestantes. El crecimiento económico más lento de lo esperado, además de la caída de la popularidad, ha acabado de enturbiar el horizonte para un presidente que, sin cometer errores de bulto, ha perdido el aura con la que llegó al poder hace 16 meses. Sus principales activos entonces —un nuevo estilo presidencial que combina autoridad y modernidad, la competencia en política económica y la capacidad de sumar talentos políticos— están hoy en cuestión.

El día en que ‘Gégé’ dijo basta

Gégé no pudo más. Así le llamaba, según el diario Le Monde, Brigitte Macron, la esposa del presidente de la República. Gérard Collomb era como un miembro más de la familia, el tío un poco despistado que un día acogió al joven prodigio y fue su mentor. La relación de confianza era visible en la campaña que llevó a Emmanuel Macron al palacio del Elíseo tras las presidenciales de 2017. En el documental Macron: el camino a la victoria, distribuido por Netflix, Collomb era una presencia constante en el círculo íntimo del entonces candidato. La sintonía personal con los Macron, Emmanuel y Brigitte, era absoluta.

Todo esto se ha roto en 16 meses en los que el exalcalde de Lyon pasó de ser el hombre de confianza del presidente en un Gobierno con pocas figuras de peso, a convertise en una fuente de problemas constantes hasta su dimisión. Collomb carecía de experiencia nacional de primer nivel cuando llegó al cargo. Había sido diputado y senador, pero su experiencia era sobre todo local, como alcalde de Lyon entre 2001 y 2017. Era uno de los regidores de mayor peso en el Partido Socialista. De ahí que, cuando en 2016 decidió sumarse a la campaña presidencial de Macron, el gesto fuera significativo. Era el primer socialista destacado que renunciaba a los candidatos de su partido y apostaba por el joven político en el que por entonces muy pocos confiaban. Rompió el hielo. Ambos formaban una extraña pareja. Macron, 39 años; Collomb, 70.

Una vez elegido presidente, Macron confió en él para un ministerio decisivo. Han pasado por la plaza Beauvau, sede del ministerio, futuros primeros ministros como Manuel Valls, o presidentes como Nicolas Sarkozy.

Collomb nunca acabó de sentirse a gusto. Actuó como poli malo en los debates sobre inmigración, defendiendo las políticas de mano dura. Se distanció del primer ministro, Édouard Philippe, en medidas como la reducción de la velocidad a 80 kilómetros por horas en las carreteras. Iba por libre y tenía línea directa con el presidente, lo que alimentaba las suspicacias entre los ministros. Este verano la relación se empezó a deteriorar. El llamado caso Benalla, que creó malestar entre el cuerpo policial, les distanció. Los almuerzos cara a cara del lunes dejaron de celebrarse. Y el ministro multiplicó las declaraciones contra el presidente. Le reprochaba su falta de humildad, su desconexión con la Francia y el elitismo que supuestamente le ha encerrado en el Elíseo. El martes, en las preguntas al Gobierno en la Asamblea, varios diputados interrumpían a los ministros: "¿Dónde está Gérard?". Gégé ya está en Lyon.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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