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Trump regresa a la Asamblea de la ONU tras un año en el que ha dinamitado el consenso global

El presidente de EE UU interviene este martes con dos temas sobre la mesa: Corea del Norte e Irán

Lluís Bassets
Donald Trump y Emmanuel Macron, este lunes en Nueva York.
Donald Trump y Emmanuel Macron, este lunes en Nueva York.CARLOS BARRIA (REUTERS)

A Donald Trump le gustan los tratos comerciales, cara a cara, como los que hacía en Queens para comprar solares o vender pisos. Así es como está organizando las nuevas relaciones internacionales. Los organismos e instituciones multilaterales le molestan. No le sirven las reglas de juego que protegen a los débiles porque prefiere imponer las reglas que le convienen para cada ocasión.

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Cuando acudió hace un año por primera vez a Naciones Unidas, a la sesión anual de su Asamblea General, puso las cosas en claro: solo le importaba Estados Unidos, la soberanía de las naciones no está para ser compartida, cada uno que se espabile con la suya y que la defienda con la fuerza con que cuente. Nunca se habían escuchado palabras tan impertinentes, pronunciadas por el representante, ya no de uno de los países fundadores, sino por el del país inspirador de la organización hace 70 años. Nunca se habían acompañado de tantos improperios y amenazas: a Irán y a Corea del Norte. A los gobiernos y a las personas, y especialmente a Kim Jong-un, el joven líder norcoreano, designado como el hombre cohete con el que iba a ajustar cuentas muy pronto, destruyendo totalmente su país.

Un año después, en su segunda comparecencia en idéntico foro de otoño de la ONU, Trump se presenta con un balance impresionante. Entonces ya se había cargado el acuerdo del clima de París y los dos tratados comerciales internacionales con Europa y con el área del Pacífico, pero ahora llega con el acuerdo sobre el programa nuclear iraní liquidado, la Embajada de EE UU en Israel trasladada a Jerusalén, los fondos para Palestina eliminados, la participación en la Unesco y en el Consejo de Derechos Humanos anulada, la contribución a las fuerzas de mantenimiento de la paz reducida, y las guerras comerciales desatadas, especialmente con China, en una ofensiva que amenaza a la propia existencia de la Organización Mundial de Comercio. Y eso sí, con los insultos a Kim Jong-un totalmente olvidados.

Ahora son nuevos sus más estrechos asesores en materia internacional. En 2017 la Secretaría de Estado estaba a cargo del grisáceo Rex Tillerson, un abúlico empresario petrolero abrumado por el presidente, y el consejero nacional de Seguridad era Herbert McMaster, brillante y prudente general que combinaba la experiencia guerrera con una notable trayectoria intelectual. No eran dos palomas, pero los dos personajes que le han sustituido son todavía más halcones y probablemente más sumisos y fiables para un presidente tan caprichoso y voluble: en vez de McMaster, Trump fichó a John Bolton, que fue embajador de Bush en la ONU y ya pretendía eliminar entonces 10 pisos del edificio de Manhattan; y en vez de Tillerson, fichó a Mike Pompeo, directamente salido de la CIA y fidelísimo partidario de las teorías conspiranoicas de su jefe.

Con estos nuevos asesores ha regresado Trump a Manhattan a su segunda gran cita global, en la que, al discurso de rigor a la Asamblea General, le corresponde la presidencia de una reunión del Consejo de Seguridad el miércoles. Como no puede ser de otra forma en alguien tan imprevisible y atrabiliario, no hay tranquilidad en su equipo. Esta vez, al decir de los corresponsales diplomáticos, no se teme tanto la vajilla que pueda romper como las amistades que pueda trabar, como sucede con el adolescente que sale por primera vez de noche. En la lista de sus citas bilaterales están Theresa May, Macron -con el que ya se reunió la noche del lunes-, Netanyahu, Al Sisi, Shinzo Abe y Moon Jae-in, pero bien podría colarse de forma imprevista y con resultados inciertos el iraní Hassan Rohaní. Es el territorio preferido de Trump, el de las relaciones bilaterales en las que desarrollar a su capricho las que considera sus virtudes de negociante.

A Trump no se le puede reprochar que incumpla sus promesas, por insensatas que sean. Caso distinto son las amenazas. Para su mentalidad de especulador inmobiliario y animador de concursos televisivos, una buena amenaza es siempre el preludio de un buen acuerdo. Kim Jong-un es ahora un buen tipo, con el que ha cerrado un trato que ya ha traído la paz al mundo, tal como afirma con todo el aplomo. Este es el balance que hace Trump del año transcurrido entre ambas asambleas generales: en 2017 estábamos al borde de la guerra nuclear y ahora todo va de maravilla en la península de Corea, a punto de firmar al fin la paz entre los beligerantes de aquella contienda que terminó en 1953 solo con su armisticio.

De atender al secretario general de la ONU, António Guterres, lo mejor que podría hacer Trump es mantenerse al margen. Los tres temas que más preocupan a los países miembros y a la organización son las migraciones, la igualdad de género y el cambio climático. Trump es un enemigo declarado de los inmigrantes, favorece la desigualdad y el acoso y no cree en el cambio climático. Pero le interesa, eso sí, la gran feria mundial del poder que reúne a más de un centenar de jefes de Estado y de Gobierno durante una semana, un lugar excelente para sus tratos entre negociantes.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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