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Idlib se prepara para el asalto final

Ciudadanos y milicias del enclave rebelde afrontan la inminente ofensiva de las fuerzas de El Asad y Rusia

Natalia Sancha
Una familia siria se traslada a una zona más segura de Idlib, ante la posible ofensiva en la provincia.
Una familia siria se traslada a una zona más segura de Idlib, ante la posible ofensiva en la provincia.AAREF WATAD (AFP)

El miedo y la incertidumbre llaman de nuevo a las puertas de los entre 2,5 y 3 millones de personas que habitan Idlib, la última de las 14 provincias sirias que, junto con su capital homónima, escapa íntegramente al control del régimen de Bachar el Asad. El destino de estas gentes depende de lo que tres hombres decidan este viernes en Teherán (Irán). Allí está previsto que se reúnan los responsables de exteriores de Irán, Turquía y Rusia en un desesperado intento para frenar la ofensiva militar que las tropas leales a El Asad vaticinan desde hace semanas. “Para serle sincera, la vida prosigue con normalidad”, dice desde la ciudad de Idlib y en entrecortadas llamadas de WhatsApp Fateh, profesora de primaria y madre de cuatro hijos. Es la voz de una mujer curtida en el arte de la supervivencia entre frentes y experta en empacar en escasos segundos un hatillo con lo imprescindible. Se trata de una experiencia acumulada durante dos años de huidas y más de siete en una contienda que ya arrastra alrededor de medio millón de muertos.

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Al sur y este de Idlib se agolpan los refuerzos de las tropas regulares sirias. Al oeste se yergue la frontera con Turquía, hoy sellada a cal y canto al tránsito de personas después de que tres millones de sirios la hayan traspasado en busca de refugio. Más al oeste, en aguas del Mediterráneo, patrullan 10 buques de guerra y dos submarinos rusos. Washington y Ankara se han sumado a la advertencia de la ONU que calcula en hasta 800.000 las personas que podrían ser desplazadas por la ofensiva de Damasco.

Los afectados, los habitantes de Idlib, han optado por proseguir con su anormal rutina, enviando a sus hijos al colegio por las mañanas y acudiendo al mercado cada tarde. Entre las carretas, abastecidas diariamente con productos llegados de Turquía, la posible ofensiva monopoliza los temas de conversación. “Cada cual tiene una teoría de hacia dónde tirar en caso de ataque”, asevera Fateh.

“Unas 100 familias han huido de los poblados del sur donde los cazas sirios han reiniciado los bombardeos. Han montado tiendas en los campos circundantes a los puestos militares turcos”, asegura también desde Idlib capital el joven activista sirio Abu Alaa. Como el resto, considera que no habrá ofensiva final en su región mientras estén presentes las tropas turcas, aunque puedan producirse operaciones puntuales.

Les reconforta pensar que no serán bombardeados porque la vida de los soldados turcos que usan como escudos se cotiza a mejor precio que la de los sirios en la escala de una contienda altamente internacionalizada. Ankara ha desplegado a 400 uniformados en 12 puestos de observación desde que en 2017 se estableciera una zona de distensión en Idlib.

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Nueva entente insurrecta

Desde que en 2015 una efímera unión entre fuerzas insurgentes lograra arrebatar Idlib al Ejército regular sirio, en esta provincia que cuenta con el 10% del territorio nacional se han congregado a golpe de cercos y rendiciones numerosas bolsas de heterogéneos grupos armados respaldados por saudíes, cataríes o emiratíes y de civiles procedentes de los cuatro rincones del país. Se ha convertido en la versión insurrecta de Damasco, capital leal y refugio para aquellos que han sido evacuados de los asedios insurgentes.

En el día a día de los civiles de Idlib, los matices en el bando insurrecto cuentan. No es lo mismo estar expuestos a los rebeldes que a los yihadistas. En Idlib capital, Tahrir al Sham impone las reglas de vestimenta y acosa a quienes fuman los narguiles o pipas de agua. “No puedo salir de la ciudad sin la compañía de un varón de la familia”, se lamenta la profesora Fateh.

Este paraguas liderado por la rama local de Al Qaeda controla el 60% de la provincia y cuenta con un tercio de los 30.000 combatientes insurrectos que los expertos contabilizan en Idlib. También se ha hecho con el estratégico paso de Bab al Hawa con Turquía por donde entra gran parte de la ayuda humanitaria internacional. Tan solo un puñado de poblaciones de esta agrícola comarca han quedado bajo el yugo de dos grupos extremistas escindidos de Al Qaeda: Jaras el Din y el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), según cuentan los vecinos.

A siete kilómetros al noreste de la ciudad de Idlib, en el poblado de Binnish, son los salafistas de Ahrar Al Sham quienes imponen las normas. Allí, los civiles se dicen menos constreñidos en la vida privada, sin que por ello se haya establecido en tres años una administración insurrecta funcional. “Hace dos semanas que los consejos locales no pagan los sueldos para la recogida de deshechos que se amontonan en las calles”, protesta al teléfono Omar, conductor de Binnish. Los sueldos no alcanzan los 85 euros mensuales. Los alquileres no bajan de ese mismo importe. El agua y los generadores se pagan a precio de oro por escasas horas diarias. Con las manos ajadas, las madres de familia admiten seguir soñando desde hace años con lavadoras automáticas.

Presionados por Turquía, la miríada de facciones insurrectas se ha unido en el recién creado Frente Nacional para la Liberación (FNL, y al que pertenece Ahrar el Sham) evocando la efímera alianza de 2015. “Han formado una sala de operaciones conjunta para coordinar lo militar, pero siguen divididos ideológicamente. Cada cual responde a las agendas de los países regionales que pagan sus sueldos”, opina Omar. Y ello, en una coyuntura derrotista para el bando insurgente donde la guerra parece tocar fin conforme el Ejército regular sirio recupera el país impulsado en el cielo por las alas rusas y en tierra por las botas pro iraníes. Damasco sigue reclamando la expulsión de "los terroristas" de Idlib, aunque admite que es posible la reconciliación con algunos de los grupos armados que se rindan. 

En la llamada batalla final de lo que en 2011 comenzara como una guerra civil entre insurrectos y leales sirios, docenas de miles de civiles como la maestra Fateh o el conductor Omar han jurado no retornar a zona gubernamental. Esta vez no les queda más alternativa en su constante huida, excepto tal vez, la norteña región kurda parcialmente invadida por tropas turcas.

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