Ahora la buena noticia (Nuquí, Chocó)
Podría decirse que nunca antes habíamos ganado unas elecciones nacionales
Da risa de lo triste. Dijo una vez un presidente del Senado en la posesión de un presidente de Colombia: “¡O cambiamos o nos cambian!”. Y hoy miércoles 29 de agosto de 2018, 20 años después de semejante ultimátum a nuestra clase política, no ha pasado ni lo primero ni lo segundo, y la frasecita ha entrado a la antología del cinismo hecho aquí, y da risa –digo– como da risa una derrota. Pero hoy miércoles también es cierto que hay que ser obtuso –el peligroso mantra “es un país inviable”– para no reconocer que el domingo pasado quedó confirmado que este lugar también está lleno de ciudadanos que no les creen ni los monosílabos a los políticos ladinos: a la consulta anticorrupción le hicieron falta 474.452 votos para ser aprobada, pero ninguna otra causa en la historia había sido respaldada por tantos colombianos: 11.671.420.
Ni siquiera las elecciones presidenciales, avalanchas de cheques y de propagandas y de titulares, habían puesto de acuerdo a semejante cantidad de sublevados: el trágico Uribe Vélez fue reelegido en el 2006 por 7.397.835 personas, el afortunado Santos Calderón llegó al poder en el 2010 gracias a 9.028.943 y el desconcertante Duque Márquez consiguió hace unas semanas el apoyo de 10.398.689.
Podría decirse, además, que nunca antes habíamos ganado unas elecciones nacionales. No sólo porque ha sido lo común que los candidatos, así sean los candidatos de uno, lleguen a presidentes con el empujón de algunos de los peores politiqueros que haya conocido el hombre –y entonces es fácil inferir, con la mano en el corazón, que una y otra vez han sido los corruptos profesionales quienes han reído de último–, sino porque la gracia de la consulta anticorrupción que se votó el domingo pasado era demostrar que la sociedad colombiana ya no está dispuesta a encogerse de hombros ante los cohechos o las licitaciones amañadas o los robos como si fueran fuerzas de una naturaleza, rasgos del lado oscuro de una cultura: que la sociedad colombiana está a punto de devolverles a ciertas costumbres sórdidas y risueñas el grado de delito.
Primero la mala noticia: en el centenario municipio de Nuquí –en el departamento del país más empobrecido y más signado por la corrupción: el departamento de Chocó– sólo votaron la consulta 790 de las 5.526 personas que podían hacerlo. Como lo ha documentado el periodista Juan Pablo Calvás en su libro Nos pintaron pajaritos en el aire, una historia de Colombia en clave de promesas incumplidas, Nuquí no es aquel “Edén del Pacífico” rodeado de ballenas jorobadas, sino una población pospuesta e indignada que ha soportado de paro en paro la espera de la carretera urgente de apenas 126 kilómetros que se le prometió a finales de 1978. Y, sin embargo, muy pocos nuquiseños –y muy pocos chocoanos en general– quisieron hacer parte de una votación que más bien era una marcha contra sus verdugos.
Ahora la buena noticia: 11.671.420 colombianos no se dejaron desanimar por la propaganda sucia plagada de noticias falsas en una campaña en la que la publicidad estaba prohibida, ni por las jugadas de los uribistas marrulleros que apoyaron la consulta hasta que su jefe amaneció sin ganas de apoyarla, ni por el curioso desinterés de los monopólicos canales de televisión por una noticia protagonizada por más de la quinta parte del país, ni por las mentiras que se fueron soltando durante la jornada electoral como migas de pan hacia el destino equivocado. 11’671.420 colombianos de todas las tendencias políticas dejaron dicho que Colombia es su problema y están pendientes de lo que se haga con su tierra como están pendientes de lo que se haga con su vida y no les parece normal que lo normal sea saquear el Estado. Da risa de lo bueno.
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