Coacciones y sobornos en Camboya para animar a votar por el único candidato
El Gobierno camboyano recurre a sobornos para evitar que una baja participación deslegitime al que es primer ministro desde 1985
Votar o no votar, esa es la cuestión en los comicios del próximo domingo 29 de julio en Camboya. Con el único partido opositor con posibilidades de ganar, el Partido Nacional para el Rescate de Camboya (PNRC), disuelto el pasado noviembre, el resultado está claro: Hun Sen, primer ministro desde 1985, continuará en el cargo. Pero en estas elecciones, planteadas casi como un plebiscito en torno a la figura del dirigente, la participación es clave, pues dará la medida de su popularidad y, en consecuencia, de la legitimidad de su nuevo mandato de cinco años. Un riesgo que el jefe de Estado con más años en el poder en Asia tampoco está dispuesto a correr.
Mensajes de texto alentando a los ciudadanos a que voten; visitas casa por casa en las zonas rurales de funcionarios del gobernante Partido del Pueblo de Camboya (PPC); sobres con 20.000 rieles camboyanos (unos cinco dólares) a los asistentes a actos de campaña del PPC. O directamente detenciones y amenazas de perder subsidios y el puesto de trabajo a los que disientan —tanto en la calle como en la red— de la línea oficial, en especial al cerca de millón de trabajadores de las fábricas textiles de Camboya, partidarios del PNRC en las pasadas elecciones. “Están desesperados ante la posibilidad de obtener un bajo nivel de participación”, asegura el analista político camboyano Ou Virak sobre los ardides del Gobierno de Hun Sen para asegurar la afluencia a las urnas.
El temor del dirigente, según círculos diplomáticos de Phnom Penh, es no llegar siquiera al 50% de los casi diez millones de votantes registrados, ya de por sí muy por debajo del 68,5% que acudió a votar en 2013. Entonces, el PNRC se consolidó con 55 escaños como una alternativa realista al PPC, frente a los 68 del último. Una popularidad confirmada en las parlamentarias de 2017, cuando el partido opositor obtuvo un 43% de los votos. Fue el principio del fin para la formación. Meses después quedó disuelta por orden del Tribunal Supremo del país. Su líder, Kem Sokha, se encuentra en prisión desde el pasado septiembre acusado de conspirar con EE UU para cambiar el régimen, y su predecesor, Sam Rainsy, se exilió para evitar represalias.
Rainsy es el principal quebradero de cabeza de las autoridades camboyanas. El político ha emprendido a través de las redes sociales la campaña del clean finger (dedo limpio), invitando a sus compatriotas a que fotografíen su falange libre de tinta, en señal de no tener intención de ir a votar. En algunos países, las autoridades tiñen con tinta uno de los dedos de los electores para evitar el fraude del doble voto.
“Los simpatizantes del PNRC no irán a votar porque su partido no está registrado”, dice por correo electrónico Monovithya Kem, portavoz del PNRC e hija de Kem Sokha, quien también se ha sumado a la campaña del clean finger. Kem no pierde la esperanza de que su padre, cuyo arresto denuncia está políticamente motivado, sea liberado y el PNRC acabe reinstaurado. “Lo peor que puede ocurrir es que Hun Sen continúe en el poder cinco años más sin que su represión tenga consecuencias”, subraya.
Para evitar un desenlace no deseado por el PNRC, especialmente en forma de sanciones por parte de sus socios occidentales, Hun Sen ha intentado “democratizar” el proceso electoral. Unos 20 partidos están registrados. Algunos apenas tienen unos meses de antigüedad. Uno ha sido constituido por una mujer que asegura haber entrado en política siguiendo las órdenes de un espíritu que la poseyó. Otro está dirigido por un exseñor de la guerra encarcelado por narcotráfico que fue repentinamente puesto en libertad hace meses. Partidos “luciérnaga”, como los apodan en Camboya, que se apagarán cuando cumplan su cometido. “Lo principal no es quién gane las elecciones, sino quién falta en ellas. Es incuestionable que no son libres. La gente no sabe qué consecuencias puede haber si no votan”, enfatiza Piseth Dutch, exmiembro del Centro para los Derechos Humanos de Camboya (CCHR, en sus siglas en inglés).
Ese clima de miedo ha provocado una cierta parálisis, rayana en la apatía, en Camboya. “Es triste porque, al ser todo tan predecible, no hay entusiasmo”, remarca Virak. El analista cree por este motivo que la participación será baja, al menos en las ciudades, donde al Gobierno le resulta más difícil vigilar la asistencia a las urnas. Un panorama que, unido al aumento del control del espacio digital y al cierre de medios en los pasados meses —entre ellos el prestigioso periódico Cambodia Daily—, lleva a organizaciones de derechos humanos como Forum Asia a instar a los “socios y donantes de Camboya a que consideren sus futuros compromisos con el país”, urge su portavoz, Marte Hellema.
La Unión Europea y EE UU, que compran casi dos tercios de las exportaciones de Camboya —el principal sustento económico del país—, han retirado los fondos destinados a las elecciones. Ambos bloques han amenazado con eliminar el trato comercial preferente que conceden a Camboya. Recientemente, Washington ha puesto en la lista negra al comandante del cuerpo de seguridad de Hun Sen, Hing Bung Heang, por violaciones de derechos humanos.
Pero por cada paso que Camboya se aleja de Occidente, se acerca dos a China. La segunda economía mundial ya sostiene el 48% de la deuda pública de Camboya (de un total de 5.800 millones de dólares, 4.900 millones de euros), según el Banco Mundial. Serán observadores de China, Myanmar o Singapur, dudosos paradigmas democráticos, los que acudan a monitorear las elecciones. Pese al alineamiento Pekín-Phnom Penh, es difícil que la segunda economía mundial, adonde solo va el 6% del total de las exportaciones de Camboya, tenga la capacidad de reemplazar a la UE y EE UU en ese aspecto. Por lo que Hun Sen aún necesita el respaldo de las potencias occidentales.
El o la guerra
Otro motivo más por el que al dirigente le interesa salir legitimado de las elecciones. Si no lo hace, podrían aumentar las presiones externas en pos de la apertura democrática del país. Hun Sen sigue confiando en que el crecimiento económico que ha experimentado Camboya (de una media del 7,6% desde los años 90 hasta 2015, según el Banco Mundial) desvíe la atención de la rampante corrupción de su Gobierno. A su vez, continúa jugando la carta de que es o él o la guerra (Peace First, La Paz Primero, ha pronunciado en estilo trumpiano en sus discursos), una amenaza de peso en un país que vivió en 1993 sus primeras elecciones democráticas, auspiciadas por la ONU, tras décadas de guerra civil, incluido el periodo de horror de los jemeres rojos (1975-1979).
El objetivo de Hun Sen sería estar al menos cinco años más en el poder, mientras prepara para la sucesión a su hijo, el general Hun Manet. Su deseo de buen megalómano, apuntan desde Phnom Penh, es retirarse sin perder popularidad, o al menos sin que lo parezca. “Para muchos, aún es difícil separarle a él del resto del Gobierno o del bienestar de Camboya”, dicen estas fuentes, que piden preservar el anonimato.
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