Camboya ya tiene justicia por el horror de los Jemeres rojos
El Tribunal Supremo ratifica la condena a cadena perpetua de dos líderes del régimen, de 90 y 85 años
“Hoy es un día histórico para los camboyanos y para la humanidad”, manifestó a los periodistas, Chan Tani, secretario de Estado de Camboya, cuando se conoció el veredicto. Pasadas las 10.30 de la mañana (hora de Camboya), el Tribunal Supremo de la Cámara Extraordinaria en las Cortes de Camboya (ECCC, pos sus siglas en inglés) que juzga a los líderes de los Jemeres Rojos, rechazó las apelaciones y ratificó la condena de crímenes contra la humanidad, en el caso 002/01, contra dos de sus cabecillas.
Los condenados son Nuon Chea (“camarada número dos”), de 90 años, que llegó en silla de ruedas y con gafas de sol, y Khieu Samphan, de 85 años, entonces jefe de Estado. En 2014, los dos ancianos fueron condenados a cadena perpetúa por crímenes contra la humanidad, por las evacuaciones forzadas de las ciudades y las ejecuciones de soldados en Toul Po Chrey. Apelaron la sentencia, que este miércoles ha sido ratificada.
El Supremo ha ratificado la condena por las evacuaciones masivas pero ha revocado la causa sobre “exterminio”, puesto que encontró que “los movimientos no establecían, más allá de cualquier duda fundada, el requisito de matanzas a gran escala”. A su vez, confirma los cargos por el asesinato de 250 soldados del Gobierno, pero considera que las pruebas presentadas no demuestran que hubiera una política sistemática para matar a todos los soldados de la zona.
“Estamos viviendo el momento más importante para la justicia internacional desde los juicios de Nuremberg”, aseguró David Scheffer, el enviado especial de las Naciones Unidas para los asuntos del tribunal a los Jemeres rojos. Nicholas Koumjiam, uno de los abogados de la acusación, le agradeció su participación a las víctimas y recordó que para los que piensan que la segunda parte del juicio ya no es importante, puesto que ya hay condena, “sí lo es y mucho, por las víctimas”. Víctimas de los Jemeres rojos, la mayoría sexagenarios, algunas madres con sus bebés y monjes budistas, habían llegado en autobuses al reciento de la Cámara Extraordinaria en las Cortes de Camboya, para escuchar el veredicto. En siete áreas rurales del país, se habían instalado pantallas para retransmitirlo en directo.
Para las víctimas, se han establacido 11 reparaciones, que incluyen: instaurar un Día nacional para honrar a víctimas y supervivientes de los Jemeres rojos; crear un monumento en honor “para aquellos que ya no están aquí”; terapia para afrontar el trauma a 200 miembros de la parte civil y añadir un nuevo capítulo en los libros para profesores de Historia de la Kampuchea Democrática del Centro de Documentación de Camboya, en el que se aborde las evacuaciones forzosas y las ejecuciones en Tuol Po Chrey. Aunque han pasado décadas, cuando Youk Chhang come algo, se acuerda de su hermana, que murió de inanición: “Nadie sabe qué es el hambre hasta lo que sufre”, asevera, en su despacho, en Phnom Penh, el director del Centro de Documentación de Camboya y superviviente de los denominados “campos de la muerte”.
“Vengo para que se haga justicia con mis hermanos”
Los retratos de los dos hermanos de Nhem Kemhoeon, esqueléticos y con la mirada perdida, se exhiben en el infame centro de torturas S-21 de los Jemeres Rojos, en Phnom Penh. Al régimen le gustaba fotografiar a sus víctimas. “Vine por ellos, para que se haga justicia”, afirma, en una sala del Tribunal, en la que participa como testigo de la parte civil. So Sreymon, de 45 años, se presentó aquí con su madre para solicitar declarar. Forma parte de los 102 testigos del caso 002/01.
“Tenía nueve años, cuando se llevaron a mi padre a un centro de reeducación, es decir, para matarlo”, apunta. Se echa las manos a la cara y llora. “Nunca había visto a los líderes hasta el juicio, pensé en decir cosas malas, pero, ¿de qué serviría? No nos van a devolver a nuestros muertos”, admite. Llevan 37 años en busca de justicia.
Ha sido un proceso lento. Sorprende que después de 1979, los Jemeres Rojos continuaran con representación en Naciones Unidas otros 14 años. En 1997, el gobierno de Camboya solicitó a Naciones Unidas juzgar a los líderes del régimen. Las negociaciones tardaron más de una década. El Tribunal se instauró en 2007 , pero el primer juicio no se celebró hasta 2009. Pasa el tiempo y se mueren los verdugos. Cuando finalice el proceso, en 2019, habrán pasado 40 años desde final del régimen de los Jemeres Rojos.
Chhang fue uno de los evacuados de la capital camboyana en 1975 por los Jemeres Rojos, una guerrilla que pretendía instaurar un régimen radical agrario en Camboya. Entre 1975 y 1979, aniquilaron todo símbolo urbano y forzaron a la población a trabajar en el campo. Murieron de hambre, fatiga o asesinados, entre 1,7 y 2 millones de camboyanos, una cuarta parte de la población del país, según la Universidad de Princeton. El superviviente Chhang prefiere contar a los vivos que a los muertos. Quedaron su madre, una hermana y él. Fundó el mayor archivo sobre ese período, “por mi madre, de 88 años, que sufrió tanto” y porque “una sociedad no puede conocerse si no tiene un recuerdo certero de su propia historia”, explica.
El tribunal, auspiciado por Naciones Unidas, está compuesto por jueces camboyanos e internacionales. Hasta la fecha solo ha condenado a tres personas. Chea y Samphan y al director del centro de torturas S-21, Kaing Guek Eav, alias “Duch”. Además, se investiga a otras cuatro personas, en casos distintos.
“Hubo otros dos imputados inicialmente, Ieng Sary –número tres del régimen— y su esposa, Ieng Thirith, pero murieron en 2013 y 2015”, explica Lars Olsen, portavoz de la Sección de administración del Tribunal, que aclara que Sary falleció sin que el proceso hubiese terminado y su esposa “fue declarada no apta para asistir al juicio por una demencia progresiva”.
Algunas víctimas, como Sambath, de 47 años, que perdió a hermanos, tíos y abuelos, en el genocidio, creen que el juicio llega “tarde y con pocas responsabilidades”. “Hay que limpiar el agua para capturar al pez correcto y todavía en Camboya, el agua está muy sucia”, lanza.
Sum Rithy, uno de los pocos supervivientes del centro de torturas de Siem Reap, aparecía en el documental “Año Cero”, de 1979, en el que el periodista John Pilger mostraba cómo los camboyanos agonizaban y cuestionaba el inmovilismo internacional. Hasta 1993, los Jemeres Rojos contaron con representación en Naciones Unidas. Cuatro décadas después, Rithy conserva los recuerdos y las cicatrices: “Mira lo que me hicieron”, dice señalando las marcas en sus brazos. Lo torturaron con agua hirviendo. Lloró el día del juicio de 2014. “Se ha hecho algo de justicia, no toda”, afirma.
Entre la amnesia y la memoria
Como en otros conflictos, unos optan por la memoria; otro por la amnesia. El apodado “abogado del diablo”, Jacques Vergès, que defendió a personajes como al nazi Klaus Barbie, fue, hasta su muerte en 2013, letrado de Khieu Samphan.“Creo que todo el mundo se merece una defensa”, justifica Anta Guisse, una de sus abogados actuales. Guisse, de nacionalidad francesa, trabajó antes en la defensa en tres casos en el Tribunal Internacional de Naciones Unidas para Ruanda “El problema es que vamos a juicio con presunción de culpabilidad, en vez de inocencia”, cuestiona. Sostiene que “los Jemeres Rojos no fue un movimiento monolítico. No fue tan simple” y critica que se trata de “una condena simbólica”, “por la opinión pública y porque no quieren lidiar con otros asuntos, como que no habría Jemeres Rojos sin guerra de Vietnam”.
Naciones Unidas se ocupa de proporcionar a los acusados una lista de abogados y paga sus honorarios. Se ha criticado el alto coste de estos juicios. En total, entre 2006 y 2014, el proceso costó 261,3 millones de dólares (cerca de 250 millones de euros). De ellos, un millón de dólares lo han pagado los españoles.
“¿Qué más da que Noun Chea vaya a la cárcel, está viejo, va a morir”
En una calle de vendedores de gemas, en Pailín, baluarte de la guerrilla genocida, un hombre con dos dientes metálicos que asegura que fue “un Jemer Rojo de poco rango”, prefiere olvidar. “¿Qué más da que Noun Chea vaya a la cárcel, está viejo, va a morir”, bromea.
Chea y Samphan tienen pendiente la segunda parte del caso 002, que incluye el genocidio contra la minoría musulmana cham y los vietnamitas; matrimonios y violaciones forzadas y purgas internas. Si apelan, todo el proceso acabará a finales de 2019. Para entonces, apenas se habrá juzgado a 10 individuos por casi dos millones de muertos.
Para Chhang, director del Centro de Documentación de Camboya, “los números no cambian el significado de justicia”. “Es una forma de juicio final, para determinar el pasado y avanzar. “Son los cimientos para los que vienen pero no es lo único, también está la educación”. Un 65,3% de camboyanos es menor de 30 años, según Naciones Unidas.
De la guerra de Vietnam al Jemer Rojo
En el otoño de 2000, como un gesto durante su visita a Vietnam, el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, desclasificó documentos históricos sobre la guerra de Indochina. Los datos, que recogió el profesor de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, Taylor Owen, en la revista 'The Walrus', revelaron que, entre 1969 y 1973, EE. UU. lanzó sobre Camboya, 2,7 millones de toneladas de explosivos, más que las tropas aliadas durante toda la II Guerra Mundial.
Los Jemeres Rojos se gestaron en el contexto de la Guerra de Vietnam. El 1965, el príncipe Norodom Sihanuk, simpatizante de la comunista Vietnam del Norte, había roto relaciones con EE. UU. En 1969, el gobierno norteamericano comenzó su campaña de bombardeo secreta sobre suelo camboyano. En 1970, el mariscal Lol Nol, con el apoyo de EE. UU., dio un golpe de estado contra el príncipe Sihanuk. Y, entre 1969 y 1975, la guerrilla dirigida por Pol Pot, se enfrentó contra el ejército de Camboya, en una guerra civil. El 17 de abril de 1975, los Jemeres Rojos tomaron, victoriosos, Phnom Penh y, cuando parecía que acababa la guerra, comenzaron cerca de cuatro años de pesadilla para los camboyanos.
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