El enigma de las 13 norcoreanas atrapadas en el deshielo con el Sur
El Norte exige que Seúl repatríe a 12 camareras y a otra mujer que, según sostiene, están en el Sur contra su voluntad
“Solo quiero volver a Corea del Norte. Solo quiero volver a casa”, solloza suavemente Kim Ryon-hui, una mujer de 43 años y aspecto cansado, sobre su taza de café en un centro comercial de Seúl. “No es que lleve en el Sur varios años y me haya arrepentido. Es que nunca quise venir. Desde que entré estoy diciendo que quiero volver. Quiero ver a mi hija, y mis padres no están bien de salud”.
Kim llegó a Seúl en 2011. Sostiene que por error. Modista de profesión, cuenta, vivía cómodamente en Corea del Norte con su marido, directivo en un hospital militar, y su hija entonces de 17 años. Carecía de motivos para desertar. Pero unos problemas de hígado le hicieron pasar a China para seguir un tratamiento. Allí se dio cuenta que no tenía dinero suficiente para el hospital. El intermediario que le había ayudado a salir del Norte le sugirió marcharse al Sur, ganar algo de dinero y regresar. “Otros desertores me contaron la verdad, que una vez que entrara en el Sur no podría volver a salir. Pero el intermediario me confiscó el pasaporte y me trajo de todos modos”.
Desde entonces, asegura, su vida ha sido un constante intento de volver. Ha probado a salir hacia China con un pasaporte ilegal, hacerse pasar por espía, intentar que la deportaran. En vano. Solo ha logrado, sostiene de nuevo entre lágrimas, una sentencia de dos años de prisión y la retirada del pasaporte. Una asociación de abogados la respalda; otros ciudadanos miran con sorpresa, sospecha o irritación sus numerosas irrupciones en actos públicos para denunciar su caso. El Gobierno surcoreano alega que sus leyes de seguridad nacional prohíben a sus ciudadanos —y todos los desertores afincados en el Sur lo son— los viajes o los contactos no autorizados al Norte.
Mientras Kim se seca las lágrimas, su destino se disputa en las delicadas conversaciones que desarrollan las dos Coreas para mejorar sus relaciones. En abril, el líder del Norte, Kim Jong-un, y el presidente del Sur, Moon Jae-in, acordaron celebrar en agosto una reunión de familias separadas por la guerra (1950-1953), la primera en tres años. Pero Pyongyang ha reclamado, como condición para el encuentro, que Seúl le entregue a la señora Kim. A ella y a 12 camareras norcoreanas que, junto con su jefe, dejaron en 2016 el restaurante estatal en el que trabajaban en Ningbo (este de China) y pidieron asilo en Corea del Sur. Aquel fue uno de los casos de deserción más espectaculares en lo que va de siglo.
Seúl siempre ha sostenido que las camareras y el gerente llegaron al Sur por iniciativa propia. El Norte asegura que las 13 mujeres están en el Sur en contra de su voluntad.
El mes pasado, la versión de Pyongyang recibía un apoyo sorprendente. El gerente, Heo Kang-il, declaraba en una entrevista a la cadena de televisión surcoreana JTBC que, efectivamente, sus empleadas habían venido engañadas en una operación propia de una novela de espías y orquestada por los servicios secretos del Sur: “Lo sé porque lo organicé yo”. Él, captado como agente surcoreano en Ningbo, recibió órdenes de traer a Seúl a las mujeres, de edades entre los 20 y los 30 años y la mayoría de familias privilegiadas en Pyongyang. La operación debía servir para apuntalar la popularidad de la entonces presidenta, Park Geun-hye, depuesta en diciembre de 2016 por corrupción.
Como jefe, él tenía en su poder los pasaportes de sus pupilas. Le bastó contarles que les trasladaban de local: las camareras le obedecieron sin rechistar, educadas en el sistema norcoreano de férrea adhesión a las órdenes. Primero volaron a Kuala Lumpur, y de ahí a Seúl. El Gobierno del Sur, en contra de lo acostumbrado, dio una amplia publicidad al caso.
Una adaptación difícil
“Adaptarse no es fácil”, reconoce Esther Eom, de 36 años, refugiada ella también del Norte desde hace 10 años y fundadora de la ONG Uniseed, centrada en dar apoyo a los desertores y asistir a los sin techo surcoreanos.
Las diferencias entre las dos Coreas son enormes. No solo económicas, sino también sociales e incluso lingüísticas, tras 65 años de separación. "Cuando yo llegué, me di cuenta de que no podía leer el periódico. Simplemente, no entendía lo que ponía", explica. "Es nuestro país, pero la sensación es de estar en algún país extranjero. Pierdes las referencias". Ella logró entrar en la Universidad y ha terminado sus estudios hace poco. La mayoría, sin esa formación y sin estudios que Seúl convalide, tiene mucho más difícil la adaptación tras las 12 semanas que el Gobierno surcoreano les brinda en un centro de transición a su llegada.
Muchos deben conformarse con trabajos que requieren poca cualificación y ofrecen salarios bajos. Y ni siquiera: los años de peor alimentación en el Norte pueden pasarles factura en forma de una salud más débil o menos fortaleza física que la población del Sur, un factor en contra en sectores como la construcción.
A ello se suma el aislamiento, privados de sus redes de familia y amigos en muchos casos, la discriminación y las suspicacias de las que son objeto en amplias capas de la ciudadanía. La depresión, el estrés postraumático u otros problemas mentales no son una rareza entre los refugiados del norte, que con frecuencia tampoco saben reconocer qué es lo que les pasa o ven los síntomas como un estigma. Los índices de suicidio entre esta comunidad triplican la media surcoreana, según el Ministerio de Unificación.
“Quizá por esto, algunos quieren volver. Echan de menos su vida en el Norte. Otros quizá tengan miedo por algún familiar que hayan dejado allá, sufran presiones o amenazas”, opina Eom.
El relator de la ONU para los Derechos Humanos en Corea del Norte, el argentino Tomás Ojea, había denunciado ya en diciembre “inconsistencias” en el caso, después de que funcionarios de su oficina lograran hablar con algunas de las camareras. “Estaba claro que el modo en que habían sido trasladadas de China a Corea del Sur podía estar viciado en cuanto a la voluntad de ellas de hacerlo”, explica Ojea desde Bruselas. El alto funcionario espera poder entrevistar personalmente a algunas de las jóvenes durante una visita a Seúl en julio y escuchar su versión de primera mano.
“Si existió un acto en contra de la voluntad de ellas es grave. Las acusaciones de Corea del Norte contra el Sur con respecto a ese secuestro son graves”, apunta el alto funcionario, que también recuerda, no obstante, que Seúl acusa por su parte a Pyongyang de haber secuestrado a lo largo de décadas a centenares de sus ciudadanos. “Es un tema sensible y complicado”, subraya.
Las denuncias del gerente Heo han reavivado las demandas de Corea del Norte. “Las autoridades surcoreanas deberían admitir esta insólita atrocidad del régimen de Park, castigar a los implicados en este caso, devolver a nuestras ciudadanas a sus familias ya y demostrar así su voluntad de mejorar los lazos Norte-Sur”, publicaba esta semana la agencia estatal KCNA.
Aunque el Sur insiste en que las camareras llegaron por su propia voluntad, se ha comprometido a investigar el caso. De momento, en las reuniones de alto nivel este viernes entre las dos Coreas se trató el asunto de las reuniones familiares previstas para agosto pero, según Seúl, no salió a relucir la situación de las camareras. El próximo día 14 delegaciones de la Cruz Roja de las dos Coreas abordarán los detalles de los encuentros de agosto, y quizá entonces se planteen esos casos..
Pese a que las leyes surcoreanas prohíben el retorno, en sus contactos con Seúl Ojea ha recomendado que, en el caso de Kim y otro desertor que reclama regresar, Kwon Chol Nam, el Sur se plantee hacer “algunas excepciones para que vuelvan si ellos lo desean”.
Pero el relator también subraya: “Supeditar el retorno de las trabajadoras al derecho de que tienen las familias coreanas separadas de reunificarse me parece que no corresponde y es injusta. Espero que finalmente no ocurra, que no se condicionen esas reuniones familiares”.
Más de 30.000 desertores norcoreanos —un 70% de ellos, mujeres— han escapado al Sur desde los años 90, según las cifras del Ministerio de Unificación. Aproximadamente una cuarta parte confiesa que en algún momento se les ha pasado por la cabeza la idea de volver, apunta una encuesta de la organización de derechos humanos NKDB. Desde 2012, tan solo 26 lo han acabado haciendo, de acuerdo con las cifras oficiales, y de ellos cinco acabaron desertando de nuevo y regresando al Sur.
La señora Kim insiste en que ella simplemente quiere reunirse con su hija, que ya ha cumplido 24 años, ha conseguido un título de cocinera y vive en Pyongyang con su padre, según le contó en un vídeo que le hicieron llegar hace unos meses. Sus propios padres, ya mayores, también necesitan atención, sostiene. Su madre, asegura, ha perdido la visión de un ojo por la preocupación. Ella descarta la posibilidad de traer a sus familiares, y cree más fácil simplemente regresar. “Si digo que hay cosas buenas en el Norte, la gente no me cree. Están condicionados a creer solo cosas malas de allí”.
La mujer, que subsiste en Seúl como costurera, sigue el desarrollo de las negociaciones entre el Norte y el Sur con el alma en vilo. Su destino, está convencida, depende de ellas. “El presidente Moon es abogado de derechos humanos de profesión, subraya. Creo que puede entender mis súplicas. Creo que por fin las cosas van a cambiar en el futuro”.
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