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Irlanda se enfrenta a su último tabú: el aborto

Un referéndum para legalizar la interrupción del embarazo supondrá este viernes la última prueba para medir el peso de la Iglesia Católica en un país dividido

Activistas por el 'sí' intentan tapar carteles contra el aborto en Dublín. En vídeo, el aborto en Irlanda, en ocho datos.Vídeo: AIDAN CRAWLEY (EFE) / REUTERS-QUALITY
Pablo Guimón

La vergüenza y el silencio. Eso fue lo más duro para Louise White, dramaturga nacida en la región irlandesa de Laois, madre de dos hijos, que viajó a Inglaterra a los 24 años para abortar. “Es muy difícil para alguien extranjero comprender el legado de trauma que existe en este país, comprender cómo hay tanta vergüenza en la idea de la sexualidad y del cuerpo de las mujeres”, asegura. “Es nuestra sociedad, es cómo somos socializados. Yo nunca tuve educación sexual, ni en casa ni en clase. En el colegio no nos permitían cruzar las piernas. ¡En los noventa! Había tanto miedo a que fuéramos promiscuas que siempre nos enseñaban a no tener necesidades como mujer, a satisfacer a la Iglesia, al hombre y a la familia. Yo no quería quedarme embarazada, pero me quedé. Estaba completamente avergonzada. Tenía que terminar ese embarazo y no podía decírselo a nadie”.

Era el año 2004. White encontró información, escasa, como pudo. Tiró de tarjeta de crédito y de pequeños préstamos de amigas. Cogió un vuelo barato a Birmingham y una cita en una clínica abortiva. Se fue sola. “Tres noches en un hostal cutre, sentada y deseando a volver a casa”, recuerda.

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Después vinieron 13 años de silencio. No se lo dijo ni a sus padres ni a sus hermanos. Hasta que decidió hablar. El detonante fue cuando, el año pasado, se encontraron cientos de cadáveres de bebés enterrados en el jardín trasero de un antiguo centro de acogida para madres solteras en la localidad irlandesa de Tuam. Uno más en la retahíla de escándalos que han sacudido a la Iglesia Católica en Irlanda. “Me dije: ¡qué coño estoy haciendo! ¿Por qué no hablo de algo en lo que realmente creo? Así que se lo dije a mi madre. No fue la conversación más fácil del mundo. Es mayor, conservadora, rural, católica. Pero no me lo recriminó. Solo me dijo que lamentaba mucho que hubiera hecho aquello sola”.

Cerca de diez mujeres cada día proporcionan direcciones irlandesas en clínicas abortivas británicas. Muchas otras, cerca de 2.000 al año, piden píldoras abortivas por Internet, arriesgándose a penas de prisión si son descubiertas. Más de 180.000 mujeres irlandesas, según datos del Gobierno, han abortado en Reino Unido desde que en 1983, tras un referéndum, se introdujo una enmienda a la Constitución que da a los fetos el mismo derecho a la vida que a las madres.

Este viernes todo eso puede cambiar. Los irlandeses votan de nuevo en referéndum. La pregunta en la papeleta es: "¿Aprueba usted la propuesta de enmendar la Constitución?". Se trata de una enmienda que modifica la introducida en 1983 y permitiría el aborto sin restricciones en las 12 primeras semanas de embarazo y, hasta los seis meses, por prescripción médica en determinados casos extremos.

Louise White, dramaturga irlandesa que abortó en Reino Unido, con sus hijos.
Louise White, dramaturga irlandesa que abortó en Reino Unido, con sus hijos.

Irlanda se enfrenta a su último tabú. En solo una generación, de 1983 a 2015, ha pasado de aprobar por un 67% la enmienda que prohibía el aborto a legalizar el matrimonio igualitario por un 62%. En 1992 descriminalizó la homosexualidad, en 1993 retiró obstáculos a la contracepción, en 1996 legalizó el divorcio y en 2017 eligió a un primer ministro abiertamente gay. Pero esta vez es diferente.

“La gente distingue entre el aborto y otros temas sociales porque apela a algo esencial, suscita cuestiones fundamentales”, explica Diarmaid Ferriter, catedrático de historia irlandesa moderna de la University College de Dublín. “Hay una larga tradición en Irlanda de adoración a la gran familia. El nacionalismo irlandés se construyó sobre el catolicismo. La profundidad de las raíces católicas dificulta a la gente hacer la transición. En el colegio, cuando teníamos diez años, nos ponían un vídeo durísimo de propagando antiabortista. Recuerdo que un niño de mi clase se desmayó. Esas cosas se quedan en tu cabeza”.

Los sondeos dan la victoria al 'sí'. Pero el margen ha ido decreciendo con el paso de las semanas hasta el punto de que todo está en el aire. “Yo sería muy cauto sobre el resultado”, explica Damian Loscher, consejero delegado de la empresa de sondeos Ipsos en Irlanda. “En el último referéndum la ventaja del 'sí' cayó ocho puntos en diez días. Si eso sucediera ahora, estaríamos en un 50%-50%. Es cierto que en la anterior consulta se partía de una ventaja mayor, pero el estado de ánimo nacional estaba más claramente con el matrimonio igualitario de lo que hoy lo está con el aborto. Ese es el principal factor. Se puede dividir el electorado en tercios. El primero está totalmente en contra del aborto. El segundo está a favor. Pero el tercero, el que está en medio, es el importante. Son lo que yo llamo católicos con ce minúscula. Tienen reservas, pero el país parece que está a favor, los líderes políticos están a favor, luego probablemente lo apoyarán. Pero si el estado de ánimo nacional varía, cambiarán de opinión”.

En las calles de Dublín salta a la vista que el estado de ánimo está más polarizado que en 2015. Cada farola es un mosaico de mensajes enfrentados. No solo son ancianos rezando en las esquinas con estampas religiosas, que los hay. Jóvenes con chapas por el 'sí' se cruzan con furgonetas de la campaña del 'no' que ponen a todo volumen canciones pop como I love you baby o Life is life. Niños escolares pasan juntos a enormes fotografías de fetos, que jóvenes activistas tapan poniéndose delante con cartulinas blancas.

Los referendos ofrecen una elección bipolar, pero la mayoría de los irlandeses en este caso parece situarse entre los dos polos. Se les acecha desde diversos frentes, pero ambos bandos comparten una palabra preferida: compasión.

“La palabra compasión se usa en los dos lados”, explica Kirsten Fuller, una de las doctoras del colectivo de médicos por el No. “Los que apoyan el aborto lo ven como una solución a una situación difícil, pero es la terminación de una vida humana. Una sociedad civilizada debe encontrar otros métodos más compasivos. Nos quieren obligar como médicos a acabar con la vida de nuestros pacientes. Lo que propone el Gobierno es un aborto a demanda disfrazado. Por eso ganaremos el viernes”.

No conviene llevarse a engaño: el hecho de que se hable del aborto no quiere decir que Irlanda esté teniendo una conversación normalizada. Los argumentos del 'sí' se basan en la compasión y en motivos médicos, no en la defensa de los derechos de las mujeres. “La sociedad no está preparada para pelearlo como un argumento feminista”, explica Louise White “El feminismo es una palabra sucia. La manera de ganar esta batalla es hablar de casos individuales. Incluso mi caso no es lo suficientemente duro para determinados ambientes. Lo mío fue un aborto ordinario. Me quedé embarazada por error y no quise tenerlo. A ojos de mucha gente, he fallado y debería ser castigada. No fui violada, ni deseaba el bebé , pero era inviable. Esas son las historias que se necesitan para ganar”.

Luego están los eufemismos. White no se quedó embarazada y quiso abortar: tuvo un “embarazo de crisis”. Las chicas no abortan: hacen “el viaje”.

Y aún así, el cambio es insoslayable. De ello da fe Jon O’Brien, que creció en el sur rural de Irlanda y ahora preside, desde Washington, la agrupación Católicos por la Elección, que aboga por "un catolicismo maduro" y arremete contra la jerarquía de la Iglesia. “El genio ha salido de la lámpara”, defiende. “Cuando hice campaña en 1983 contra la enmienda que este viernes se puede rechazar, no se podía hablar del aborto. Ahora las mujeres comparten sus experiencias en la calle. Eso es una revolución enorme. La jerarquía de la Iglesia tiene una importante decisión que tomar: cómo se relaciona con el cambio. Pase lo que pase el viernes, no hay marcha atrás. El estigma ha caído”.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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