Mugabe se resiste a desaparecer del poder en Zimbabue
El exmandatario nonagenario renuncia a dar explicaciones por un agujero de 15.000 millones de dólares
El expresidente de Zimbabue, Robert Mugabe, tendría que haber pisado de nuevo el Parlamento este miércoles, pero no se ha presentado. La comisión parlamentaria de Minas y Energía le había convocado para que respondiera al escándalo de la desaparición, en 2016, de 15.000 millones de dólares de ingresos públicos del sector del diamante, atribuida a la corrupción y la evasión de capitales de compañías extranjeras. Pero el 'tío Bob', como se le llama a Mugabe en Zimbabue, no ha aparecido.
Mugabe no había confirmado su presencia y no está legalmente obligado a comparecer, pero hubiera sido la primera aparición pública desde que fue expulsado de la presidencia por su propio partido en noviembre del año pasado. Sin embargo, Mugabe no está del todo desaparecido, y, a un par de meses de unas elecciones como el Zimbabue moderno nunca ha conocido —es decir, sin Mugabe a la cabeza— el expresidente ya ha dado algunas señales, tímidas pero claras, que él no se ha rendido del todo y que aún tiene ganas de batallar.
Sentado delante de un retrato suyo y de su mujer, Grace Mugabe, el expresidente concedió a principios de mayo la primera entrevista desde su traumática salida del poder y, al micrófono de la televisión pública sudafricana —la SABC— avisó que él considera lo que sucedió como “un golpe de Estado” y que hay que “deshacer esta desgracia que se no ha impuesto y que Zimbabue no merece”. Según Mugabe, el nuevo presidente, Emmerson Mnangagwa, el hombre que logró tumbar al gigante, es un presidente “ilegal e inconstitucional”.
Unas primeras palabras, directas y desafiantes, que retratan la no rendición de Mugabe y que van enfocando su nueva y extraña posición: la oposición. Desde su tranquila y lujosa residencia de Harare, la “Casa Azul”, vigilado por el régimen que él mismo forjó, Mugabe intenta digerir la escandalosa caída del pedestal mientras busca cómo no desaparecer. Y, a sus 94 años y con su frágil salud, el “viejo” se encuentra buscando la manera de luchar contra la poderosa máquina que él construyó —el partido hegemónico, el ZANU-PF que le ha desterrado— apoyando a un nuevo partido político, el Frente Patriótico Nacional (NPF, en sus siglas en inglés), recién nacido de las entrañas disidentes del ZANU y de los fieles a su mujer, la facción de la G40. Liderado por el ex ministro y exmilitar Ambrose Mutinhiri —ahora candidato a las presidenciales de este verano— el NPF aspira a hacerle sombra a Mnangagwa, a dividir el ZANU. La foto de Mugabe al lado de Mutinhiri, que circuló solo una semana después de la formación del nuevo partido, el pasado mes de marzo, anunciaba las ganas de réplica de Mugabe. Pero las herramientas de control ya no están de su lado.
El periódico nacional The Herald, durante años su portavoz de facto, ya no le llama “camarada” a Mugabe, el Parlamento le insta a dar explicaciones por la fuga de dinero público y la policía investiga a su mujer, Grace Mugabe, por tráfico ilegal de marfil. Las tornas han cambiado, pero el hombre más poderoso de Zimbabue durante 37 años sigue buscando mecanismos para contestar. Y, aunque en Zimbabue ya se esté instalando el desencanto que ha relevado la euforia de los primeros días sin Mugabe, Mnangagwa es ahora quien ordena. Mientras, Mugabe busca su lugar.
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