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Macron, año 1: en busca del antídoto contra el populismo

Cómo el presidente quiere conquistar a la Francia y la Europa “en cólera” con una revolución de la élite

Marc Bassets
El presidente Macron, junto a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, saluda a policías en el homenaje a Xavier Jugele, agente muerto en un ataque el pasado año en los Campos Elíseos.
El presidente Macron, junto a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, saluda a policías en el homenaje a Xavier Jugele, agente muerto en un ataque el pasado año en los Campos Elíseos.BENOIT TESSIER (AFP)

El Elíseo —el augusto palacete en la calle del Faubourg Saint-Honoré de París que fue la residencia de madame de Pompadour— se ha convertido en el laboratorio contra el avance del populismo en Occidente. Rodeado por un equipo reducido de colaboradores, la mayoría criados en las instituciones de la élite francesa, el presidente Emmanuel Macron inventa una fórmula para frenar el avance las fuerzas nacionalistas y euroescépticas. La revolución de los moderados, el populismo de terciopelo, o la disrupción tecnocrática son algunas de las expresiones que se escuchan para describir esta fórmula. El éxito del método Macron, un año después de su llegada al poder, es una incógnita.

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“Es el populismo mainstream. Consiste en retomar los instrumentos del populismo, pero no al servicio del extremismo sino de un pensamiento europeo, con la economía social de mercado y la redistribución”, resume Alain Minc, ensayista, consejero de príncipes y reyes republicanos, y emblema de esta aristocracia meritocrática parisina, a veces tan altiva y arrogante, pero también cultivada, cosmopolita.

El anglicismo mainstream —literalmente, corriente principal— puede significar centrista o de consenso: lo contrario de lo que se asocia con el populismo. El macronismo es una paradoja.

La victoria de Macron en las elecciones presidenciales de mayo de 2017 se interpretó como un freno a las fuerzas nacionalistas que habían vencido unos meses antes en Estados Unidos, con el triunfo de Donald Trump, y en Reino Unido, con el voto favorable a la salida de la Unión Europea. El diagnóstico era erróneo. Macron no frenó nada.

Los intocables de la República

No se entiende el sistema Macron sin entender el sistema del alto funcionariado de la V República, cuyas prácticas denuncia el periodista Vincent Jauvert en el recién publicado Les intouchables de l'État (Los intocables del Estado). Macron está rodeado de altos funcionarios y de miembros de los grandes cuerpos del Estado: el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas y la Inspección de finanzas. El acceso a esta élite republicana está muy pautado: acceden a los tres grandes cuerpos los quince primeros clasificados de cada promoción de la ENA, la Escuela Nacional de Administración.

Pueden ser de izquierdas o de derechas, pero los miembros de los grandes cuerpos y los enarcas —altos funcionarios salidos de la ENA— forman una especie de partido aparte, una casta particular que comparte referencias culturales, visión del mundo, modo de vida y hasta un vocabulario y una manera de hablar y razonar.

“Es un gobierno de altos funcionarios. Es el sueño francés, el sueño del gaullismo”, dice Jauvert en alusión al general de Gaulle, fundador de la V República en 1958. “Se habla mucho de monarquía republicana, y en general se aplica al rey, al presidente. No pensamos en los príncipes, en la corte. Los príncipes son ellos, gente que no rinde cuentas a nadie, que consideran que están por encima de todo, sin transparencia. Son intocables”.

Tras su victoria ante Marine Le Pen, candidata del partido de extrema derecha Frente Nacional, llegaron los éxitos de las fuerzas antieuropeístas en Italia y en Hungría, la confirmación de que Trump sería un presidente de EE UU imprevisible, las dificultades de una debilitada Angela Merkel para formar gobierno en Alemania, y la enésima reelección del ruso Vladímir Putin. Macron no marcó tendencia.

Este viaje al corazón del sistema Macron —basado en una decena de entrevistas con colaboradores y allegados del presidente, realizadas con los corresponsales del grupo europeo de prensa LENA— comienza en una sala de reuniones de la discreta sede de la consultora de Alain Minc en la elegante avenida Georges V, a cuatro pasos de la embajada española en París y de los Campos Elíseos.

Minc conoce a Macron desde hace 15 años. Lo recibió cuando era un joven inspector de finanzas, uno de los llamados grandes cuerpos del Estado, al que Minc también perteneció. Macron le explicó que quería ser presidente. Minc le respondió: “Empieza usted mal esta discusión”. La discusión no ha terminado.

Es imposible entender a Macron —y la paradoja que fuera él quien hace un año reventase la anquilosada partitocracia francesa y que en sus espaldas recayese la responsabilidad de frenar el populismo— sin entender que es el producto más acabado de la élite francesa. Y, por eso, el más preparado para sacudirla.

“Macron es un príncipe de los que Francia sabe fabricar”, dice Minc con un deje de orgullo. Unas décadas atrás, siguió un recorrido parecido al del presidente: la Escuela Nacional de Administración (ENA) —el selectivo centro público donde se educan los altos funcionarios de la República— y la Inspección de Finanzas. “Las personas que tienen esta formación, que provienen de la meritocracia, son más fuertes que todo. Son el producto de este elitismo, con esta superioridad intelectual”, añade.

El “populismo mainstream” del príncipe Macron, si efectivamente puede llamársele populismo, es desacomplejadamente elitista. Thierry Pech, director del laboratorio de ideas Terra Nova y colaborador de presidente durante la campaña electoral lo explica así: “Emmanuel Macron nunca dijo que quisiera quebrar la tecnocracia. Lo que él llama el sistema era la clase política”.

La habilidad de Macron consistió en canalizar el hartazgo popular —que en EE UU se tradujo en Trump o en Reino Unido en el Brexit— no contra el sistema, puesto que él era la mejor expresión del sistema, sino contra la vieja izquierda y la vieja derecha.

“Los franceses decidieron hacer saltar la banca, pero en un marco democrático. Es una disrupción mainstream, una elección revolucionaria en su moderación, o moderada en su radicalidad”, dice Pech, que retoma el mismo anglicismo de Minc.

El macronismo es la versión más perfeccionada de este elitismo francés, pero, a la vez, es atípica. Macron, que llegó al Elíseo con escaso bagaje político y con experiencia en la banca además de la función pública, ha asumido —y esto explica en gran parte su éxito— el diagnóstico del populismo. El líder asume sin complejos los poderes casi monárquicos de los que De Gaulle dotó a la institución. El campo de juego ya no es la derecha y la izquierda. Es transversal, y enfrenta a dos polos. El pueblo contra las élites, según los populistas. Los progresistas —liberales, europeísta, optimistas— y los conservadores —nacionalistas, soberanistas, pesimistas—, según el esquema macroniano.

Macron sostiene que el error reside en despreciar a los votantes populistas. De ahí que intente ocupar su terreno con políticas rigurosas en materia de inmigración, por ejemplo. O que le dé la vuelta a la retórica de estos partidos al apropiarse de la palabra soberanismo, pero para aplicarla a la creación de un nuevo soberanismo europeo. O que insista en conceptos como la protección cuando habla de la UE. O que multiplique sus salidas de París en busca de la provincia de Francia, alejada de las metrópolis globales, y se embarque en discusiones a pie de calle con franceses hostiles a sus reformas.

El método Macron vale para Francia y también para una Europa profundamente dividida, donde ninguno de los dos campos tiene una mayoría determinante. “Nuestra lectura no dice: ‘Macron fue formidable, representó un freno a la subida del populismo, Francia mostró que el populismo estaba a punto de morir y después, ¡mala suerte!, vemos en Italia que esto no era así’”, explica una fuente del Elíseo que pide el anonimato. En el Elíseo, según esta fuente, no se engañan. Supieron desde el primer momento que la victoria dejaba sin resolver la batalla política entre las dos Europa y dejó abiertas las profundas divisiones. En Francia y en Europa.

“El presidente nunca ha tenido un discurso que diga la mitad de la población francesa y europea se equivoca, no ha entendido como funciona Europa, se lo explicaremos”, continúa la fuente. O, como dijo Macron esta semana en Estrasburgo: “Hay que escuchar la cólera de los pueblos de Europa”. Y es en el laboratorio Macron, en los despachos y pasillos del Palacio del Elíseo, en grupos de 'enarcas' y altos funcionarios, los príncipes y los intocables de la République, donde se fragua este populismo sin populistas, esta incierta revolución del antipopulismo.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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