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China da una de cal y otra de arena en la disputa comercial con EE UU

Tras el discurso de Xi sobre reformas, China denunciaba a Estados Unidos ante la OMC por sus aranceles contra el acero y el aluminio

El presidente de China, Xi Jinping, en Boao.Vídeo: AP / REUTERS-QUALITY
Macarena Vidal Liy

China ha dado este martes una de cal y otra de arena en la disputa comercial que le enfrenta con Estados Unidos. Por la mañana, el presidente chino, Xi Jinping, presentaba un rostro más razonable, al prometer una “nueva era de apertura comercial” y reformas con las que responder, al menos en parte, a las exigencias de Washington sobre una balanza comercial más equilibrada. Pero apenas horas más tarde, Pekín denunciaba ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) a EE UU por los aranceles que ese país quiere imponer, por valor de 3.000 millones de dólares, al aluminio o al acero.

El presidente de EE UU, Donald Trump, respondió horas más tarde con un tuit a la decisión adoptada por el gigante asiático. "Muy agradecidos al Presidente XI por las amables palabras de China sobre aranceles y barreras [a la industria del] automóvil... también, su aclaración sobre propiedad intelectual y transferencias tecnológicas. ¡Vamos a hacer grandes progresos juntos!", ha escrito en la red social.

En su discurso en el foro de Boao, el “Davos chino” —el primero desde la eliminación de los límites constitucionales a su mandato—, y dadas las actuales tensiones comerciales entre Pekín y Washington, Xi quiso repetir la jugada que tan bien le salió hace poco más de un año en Suiza, en el Davos original. Con párrafos que sonaron calcados de aquella alocución, volvió a defender el libre comercio contra el proteccionismo, la lucha a favor de un medioambiental limpio, la globalización contra la cerrazón.

“La puerta de China a la apertura no solo no va a cerrarse, sino que va a abrirse aún más”, prometió el presidente chino ante una audiencia de políticos y empresarios en esta isla de Hainan, mitad complejo turístico, mitad tramado de bases militares, a la que le gusta definirse como el “Hawái de China”.

Como entonces, Xi presentó una imagen de líder fiable, una alternativa a unos Estados Unidos que, bajo el mando de Donald Trump, se han convertido en un país impredecible. No aludió directamente ni al país ni a su jefe de Estado; pero todos sabían a quién se refería. “Apertura o aislamiento, progreso o regresión, la humanidad tiene ante sí una gran decisión”, señaló el presidente chino en un discurso de poco menos de una hora.

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Y, para remarcar esa imagen de líder razonable, quiso lanzar una rama de olivo a unos Estados Unidos que se quejan de falta de acceso extranjero a los mercados chinos, de robo de propiedad intelectual y de desequilibrios desmesurados en una balanza comercial que supera los 600.000 millones de dólares. “China va a entrar en una nueva fase de apertura”, en la que se ampliará el acceso extranjero al mercado local; se creará un clima de inversión más atractivo, y se protegerá mejor la propiedad intelectual —“requisito de las empresas extranjeras y, más aún, de las chinas”—.

También se rebajarán los aranceles de algunos productos, incluidos los automóviles. Era un gesto aparente hacia Trump, que se ha lamentado del gravamen desigual a los vehículos en uno y otro país. Pero también la recuperación de una promesa ya formulada hace años y nunca cumplida desde entonces.

El resto de propuestas fueron más eufónicas que tangibles. Quizá admitiendo la frustración de las empresas occidentales, que se lamentan del trato desigual en China, sin que Pekín haya hecho hasta el momento grandes esfuerzos por corregirlo, aseguró que se pondrán en marcha “pronto”. Pero habrá que esperar a que los respectivos Ministerios empiecen a anunciar pasos prácticos, si es que no van a reducirse, como en el pasado, a una mera declaración de intenciones sin impacto sobre el terreno. Por el momento, Xi ha prometido también revisar la lista negra de sectores vetados a la inversión extranjera, en un plazo de seis meses; recuperar la desaparecida Oficina de Propiedad Intelectual, fomentar la competencia y evitar los monopolios.

Será clave establecer cómo. El plan estratégico Made in China 2025, que Pekín considera uno de los pilares de su política económica a medio plazo, prevé el desarrollo de la innovación para convertirlo en una potencia de la alta tecnología en áreas como la robótica o la inteligencia artificial. Un plan que parece difícil de combinar con un aumento de las importaciones de productos similares. Más bien, al contrario: en su discurso, Xi dejó claro que, a cambio de la reducción de aranceles, espera que el resto de países abra sus mercados de alta tecnología a la inversión china.

Al poco, llegaba la confirmación de que China no piensa dar su brazo a torcer en la disputa comercial. El país que aún mantiene muchos de sus sectores cerrados a la inversión extranjera, y que abre otros solo con la condición de que los foráneos se asocien con empresas locales en joint ventures, sostiene que es Washington, con una posición proteccionista, quien ha iniciado la pelea y Pekín no hace sino responder.

La delegación china ante la OMC ha reclamado el inicio de consultas con Washington sobre los aranceles que Estados Unidos se propone imponer al aluminio y al acero. Según Pekín, esos impuestos violan el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1994 y del Acuerdo sobre Salvaguardias de la organización multilateral. EE UU, dice China, "no ha dado una explicación razonada y adecuada" sobre los motivos que le han llevado a subir los aranceles.

La medida, que eleva un poco más el nivel de la disputa, concede 60 días a ambas partes para llegar a un acuerdo. Sin él, China puede reclamar que la OMC cree un panel de arbitraje. Estados Unidos podría bloquearlo, explica EFE, pero solo una vez.

China ya ha anunciado que responderá a esos aranceles, por valor de 3.000 millones de dólares, con sus propias tasas a las manzanas, el cerdo y las tuberías procedentes de la primera potencia mundial.

En una segunda ronda de “veo tus sanciones y las doblo”, en esta partida que juegan las dos potencias económicas, Washington amenazó la semana pasada con imponer aranceles del 25% a una lista de 1.300 productos chinos, en su mayoría artículos de alta tecnología. Ello supondría un volumen de 50.000 millones de dólares. Por su parte, Pekín ha anunciado que, si la medida se llega a aplicar, responderá con tasas por un valor similar sobre 106 productos estadounidenses, entre ellos la soja, los automóviles o algunos tipos de aeronaves. Los dos países aseguran que, si el otro sube la apuesta, responderán con más impuestos aún

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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