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Morir después del sismo, morir en silencio

En México, los adultos mayores son uno de los colectivos más afectados por el terremoto del 19-S. A seis meses de lo ocurrido, sus rutinas han cambiado drásticamente, algunas veces con resultados fatales

Pablo Ferri
Guadalupe Cruz con una foto de su esposo fallecido.
Guadalupe Cruz con una foto de su esposo fallecido.Alicia Fernández (El País)

José Luis Guzmán murió el 5 de enero en Ciudad de México, después de sufrir un traumatismo craneoencefálico por una caída cuando iba en la bici. Ocurrió la tarde del día anterior. Guzmán iba a encontrarse con su esposa cuando algo le pasó. Se desplomó. Se cayó de la bici en un semáforo. Un muchacho que vio todo le dijo a Guadalupe, su esposa, que no le habían atropellado ni se había distraído, sólo se había caído. Horas más tarde su cuerpo dejaría de funcionar.

Hacía varios meses que el matrimonio vivía en casa de la hermana de ella en Coyoacán, en el sur de la ciudad. El terremoto del 19 de septiembre había dañado la estructura de su edificio y se habían mudado allí temporalmente. Era la opción ideal. Desde el terremoto, no había día en que no tuvieran que volver a su bloque de departamentos. Arquitecto retirado, José Luis se encargaba de lidiar con los técnicos de protección civil, con los dirigentes de la delegación Coyoacán, con el Gobierno local.

El día antes de morir fue con su bici al edificio, en el número 455 de la avenida Pacífico. Una cuadrilla de bomberos iba a subir a la azotea a liberar el gas de los depósitos. Se retrasaban, pero él decidió quedarse a comer por allí por si acaso aparecían. Llamó a Guadalupe para avisarle y ella le contestó que de acuerdo. "¿Nos vemos entonces para un café más tarde?", preguntó ella. Él contestó que sí.

José Luis comió cualquier cosa en la calle. Al rato, sin noticias de los bomberos, decidió dejarlo para otro día y emprendió el camino de vuelta. A punto de llegar ocurrió lo del semáforo. José Luis moriría horas más tarde en el hospital. Tenía 65 años.

Vista de Pacífico, 455 después del sismo y antes de la demolición.
Vista de Pacífico, 455 después del sismo y antes de la demolición.cuartoscuro

Guadalupe, su esposa, recordaba este episodio hace dos semanas en una cafetería cercana a casa de su hermana. Parecía tener muy claro qué había ocurrido. Su esposo, dijo, era diabético hacía años y además de la insulina debía seguir una dieta muy estricta. Cinco comidas al día, nada de alimentos rebozados. Cuanto más verde, mejor. Y eso, zanjó, se acabó cuando llegó el temblor.

Además de las pérdidas humanas y materiales, la sombra del terremoto del 19 de septiembre se extiende densa y alargada sobre la vida de la capital. El sismo golpeó las rutinas de miles de vecinos, en algunos casos con desenlaces fatales.

Antes del sismo, José Luis Guzmán seguía la dieta porque no tenía que estar pendiente de las ruínas de su edificio. "Se fue deteriorando", dice Guadalupe. Le subía y bajaba el nivel de glucosa más de lo que su cuerpo pudo soportar. Antes de la caída en bici, tuvo que ir al hospital a que le inyectaran precisamente glucosa. Se sentía muy mal. Guadalupe piensa que si se cayó, fue por algo parecido.

El cáncer fulminante, los cuatro infartos

Según Damnificados Unidos, el colectivo de víctimas del sismo que surgió hace unos meses en Ciudad de México, sólo en la capital hay 3.871 hogares afectados. En tres cuartas partes vivían personas de la tercera edad. Hasta hoy no hay cifras oficiales definitivas, aunque el Gobierno de la ciudad cuenta más de un centenar de edificios colapsados y bloques por derribar.

Después de la urgencia de los primeros momentos, los damnificados se han visto atrapados por una vorágine burocrática que ya dura meses. Primero, conocer la decisión de los técnicos sobre el estado de su edificio, si había que tirarlo abajo o no. Y luego batallar con el Gobierno local sobre los costes de rehabilitación o reconstrucción. Hasta hoy, muchos vecinos se quejan de las propuestas de la administración, que básicamente se reducen a dos: un crédito a pagar en 20 años o una redistribución del espacio para que salgan más departamentos donde antes había menos. Con la venta de los nuevos espacios se costearía la construcción de los de los viejos inquilinos.

En muchos casos, el desgaste ha sido evidente. El caso de Guadalupe y su esposo no es una excepción. A pocos kilómetros de allí, en el Multifamiliar Tlalpan, Damnificados ha contado nueve casos de muertos post sismo. De los 10 edificios del complejo uno se cayó, seis más quedaron inhabitables y tres con riesgo bajo.

Clementina Hurtado, en una foto antigua.
Clementina Hurtado, en una foto antigua.cortesía alejandro salvatori

La señora Clementina Hurtado, vecina del 3-C, falleció el pasado 18 de enero en el hospital. Tenía 85 años. El día del temblor, Alejandro, su hijo, se la llevó a casa. Alejandro cuenta que se le complicó una infección de orina que traía arrastrando hacía tiempo. "Si tú me dices que su deterioro fue 100% por salir de su casa, no. Que parte fue por eso, sí. Y la nostalgia de estar en su casa y hacer lo que le diera su regalada gana".

Alejandro cuenta que su mamá es doble afectada, porque su casa quedó inhabitable y otro edificio donde tenía otra casa, también en la ciudad, se cayó. De hecho, la hija de Alejandro vivía allí y tuvo que mudarse provisionalmente a casa de su padre. De un día para otro, Alejandro, su esposa, sus dos perros, su hija, su marido, la hija de ambos y tres perros compartieron espacio con la señora Clementina: 100 metros cuadrados. Alejandro dice que su madre se cansó. "Ya no quería nada más de la vida, solo dormir", dice.

Ahí en Tlalpan se dio el caso igualmente de la señora Martha Patricia Reyes. Sus dos nietos murieron durante el sismo y ella misma falleció de un infarto meses después, tras un altercado en un mitin político al que acudió. Y también el del señor Rigoberto Favela, de 83 años. Su hija Claudia, que sufre esclerosis múltiple, cuenta que a su papá le diagnosticaron un cáncer terminal en octubre, algo más de un mes después del sismo. Falleció el 29 de noviembre. "Mi padre iba una vez al mes a revisión y antes del temblor estaba bien", cuenta.

Refugio Peña, esposa de José Rigoberto Favela, en Tlalpan.
Refugio Peña, esposa de José Rigoberto Favela, en Tlalpan.Alicia Fernández (El País)

El caso de Tlalpan es excepcional porque los vecinos están muy organizados. Cualquier cosa que ocurre allí se sabe a los dos minutos. Hay comunidades de vecinos menos organizadas donde el problema es igual o peor. Menos vistoso en todo caso. En el complejo Girasoles, unos kilómetros al sur, los inquilinos no manejan listado alguno, pero saben de historias parecidas.

Hace unas semanas, María Eugenia Herrera hacía guardia bajo una carpa, al otro lado de la avenida de su edificio en Girasoles, cuatro carriles por lado normalmente colapsados. Olía a gasolina quemada y polvo. Sus ojos lucían enrojecidos. "Pues mira", decía, "así de volada se murió el señor Horacio. Se le rompió una costilla durante el temblor porque se le cayó un librero encima. Le dio una depresión y ya no salió". Maria Eugenia hablaba también del señor Fernando, que de septiembre para acá ha sufrido "cuatro infartos" y de más casos de adultos mayores que fallecieron. "Yo misma tuve una neumonía. Seguro que el polvo y la contaminación tuvieron que ver".

Ocho pisos en manos de los soldados

En la colonia Narvarte, un barrio de clase media de la zona centro-sur, el sismo golpeó con dureza los edificios del complejo de la calle Pestalozzi, 27. Cuatro torres de ocho alturas de mediados del siglo XX. La señora Elodia Escandón, de 93 años, vivía en un octavo, justo encima del patio de una escuela.

El día del terremoto, ella y su hijo Guillermo estaban en la casa. A las 11 de la mañana sonó la alarma sísmica. Las autoridades de la ciudad habían preparado un simulacro. A la 13.14, esta vez sin avisar, la tierra empezó a moverse. Ellos se abrazaron. Guillermo pensó que de esa no salían y le dijo a su madre que orasen. Algo más de un minuto después paró. Se habían caído los cuadros, algunas esculturas de porcelana, un jarrón. Pero no pasó de ahí. Elodia, eso sí, estaba llorando del susto.

Guillermo de Landa (i), sus hermanas y su madre, al centro.
Guillermo de Landa (i), sus hermanas y su madre, al centro.Cortesía Guillermo de Landa (El País)

Aunque el resto de vecinos bajaron de sus casas, madre e hijo se quedaron en la casa. Elodia sufría de osteoporosis y bajar ocho pisos no eran cosa fácil. Guillermo bajó por comida y los vecinos, gritándole, le dijeron que si estaba loco, que el edificio se iba a caer. Guillermo se rió. Es arquitecto y pensaba que no había daño en la estructura. Compró de comer y volvió a subir. A eso de las seis de la tarde, llegaron "los soldados". Les dijeron que eran los únicos que no habían bajado, que el bloque estaba por colapsar. "A la pobre de mi mamá la bajaron cargando", dice Guillermo. "Aunque la bajaron con mucho cuidado, le hicieron mucho daño. Por la osteoporosis. Los últimos dos pisos agarramos una silla, porque ya el dolor era.... La agarramos de un departamento que se había abierto".

Elodia se fue a casa de una de sus hijas a vivir. Con el tiempo, dice Guillermo, se fue apagando. "El problema principal fue la angustia. Primero con el shock del sismo. Y después, porque su única propiedad estaba semidestruida".

Elodia murió el 16 de enero en el hospital, víctima de un paro cardiaco. Médica internista retirada, ese mismo día urgió a sus hijos a que le llevaran a urgencias. Se sentía mal del intestino. Temió haber desarrollado una isquemia. "La angustia le fue carcomiendo el intestino delgado", dice Guillermo. "Yo no soy médico, pero los especialistas nos explicaron que de la angustia se le empezaron a morir los vasitos sanguíneos y se le murió".

La operaron de urgencia por la tarde y cuando abrieron, se encontraron el intestino necrosado. Entero.

El 25 de enero murió otro vecino de Pestalozzi, José Guadalupe Leija, de 81 años. Su hijo Raúl dice que batallaba con un problema de hipertensión de hacía 30 años. El señor hubo de abandonar su casa, lo cual, dice Raúl, mino su independencia. Aunque vivía en un sexto piso e iba con bastón, el señor subía y bajaba caminando muchas veces, cuando no funcionaba el ascensor o simplemente porque le apetecía.

Raúl Leija, en UNAM. Raúl estudia psicología.
Raúl Leija, en UNAM. Raúl estudia psicología.Alicia Fernández (El País)

Después del sismo se fue a vivir con Raúl y su esposa, aunque no duró mucho allí. Un mes más tarde decidió mudarse a una casa que tenía cerca del aeropuerto. Allí pasó sus últimos días. "Él estaba bien, incluso el domingo anterior a que muriera fuimos a una junta con los vecinos en Pestalozzi". José Guadalupe murió de un paro cardiaco.

Son más casos y la carencia de un registro oficial dificulta el conteo y la atención. La ciudad, sus vecinos y autoridades, se centran en la reconstrucción mientras algunos damnificados se quedan en el camino.

A los seis meses del sismo, marcha

Este lunes se cumplen seis meses del terremoto del 19-S y los damnificados lo conmemoran con un minuto de silencio y una marcha. A las 13.15 del 19 de marzo, exáctamente seis meses después, afectados de toda la ciudad guardarán un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas. A las 16.00 todos se juntarán frente al número 286 de Álvaro Obregón, en recuerdo del casi medio centenar de muertos que dejó el temblor. De ahí marcharán al Paseo de la Reforma.

Damnificados Unidos exigirá de nuevo que el Gobierno refinancie la reconstrucción. Juan Pablo Guerrero, vocero del colectivo, pide que "se evite la modalidad de créditos y la redensificación" y que se trabaje "en las condiciones de dignidad [de los afectados] en lo que pasa la emergencia".

Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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