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La doble vida del violador múltiple de Sambre

Dino Scala, que reconoce que agredió sexualmente a 40 mujeres, nunca despertó sospechas en la pequeña comunidad francesa donde residía

Silvia Ayuso
La casa del violador en serie, Dino Scala, al norte de Francia el pasado 28 de febrero de 2018.
La casa del violador en serie, Dino Scala, al norte de Francia el pasado 28 de febrero de 2018.FRANCOIS LO PRESTI (AFP)

Estas cosas pasan en la tele, no en casa. Es lo que se repiten los vecinos del pueblo de Pont-sur-Sambre, que no acaban de acostumbrarse a su inesperada y malquerida fama. Se supone que no hay espacio para los secretos en una población de solo 2.500 habitantes, donde tantos se conocen y casi todos se cruzan en algún momento del día. Pero es aquí, en esta anodina comunidad a un puñado de kilómetros de Bélgica, típica de la provincia francesa —hileras de casas grises, un pequeño supermercado, un par de restaurantes que cierran pronto, una panadería, un bar-estanco y poco más—, donde vivía el último depredador sexual en serie de Francia. Uno de los peores de la historia reciente del país, y de toda Europa.

Dino Scala, de 56 años, está acusado formalmente de 19 violaciones y agresiones sexuales cometidas en los últimos 22 años. Pero podría haber más. Seguro que hay más. Él mismo ha dicho que sus víctimas llegan a la “cuarentena”. Y reconoce que empezó a agredir a mujeres en 1988, mucho antes de que las autoridades locales comenzaran a investigar el creciente número de ataques sexuales en la región, allá por 1996. La policía se dispone a revisar hasta 70 delitos sexuales nunca resueltos, para ver si están relacionados con Scala.

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Quizás lo peor de todo es que el criminal ni siquiera se escondía. No tenía por qué. Hasta que la policía vino a buscarlo, el pasado lunes, jamás nadie, ningún vecino, sospechó de un hombre “normal”, como repiten sus vecinos. Un “gran trabajador” que parecía felizmente casado, padre de tres hijos y recientemente convertido en abuelo. Un vecino tranquilo que llevaba una vida “normal”, insisten en Pont-sur-Sambre, en una casa semiadosada de ladrillo igual a las de sus vecinos, en una comunidad tranquila en la que participaba activamente y donde siempre estaba dispuesto a echar una mano a un vecino.

El monstruo, el “violador de Sambre”, como le llamaba la policía francesa, o “el violador del gorro”, como lo denominaba la policía de Bélgica, donde también actuó, era un “Monsieur tout le monde”, un “señor cualquiera”, como lo definió el fiscal de la subprefectura francesa de Valenciennes —a 200 kilómetros al noreste de París—, Jean-Philippe Vicentini. Acertó. Nadie se habría dado la vuelta al ver pasar a su lado a Scala, un hombre ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, sin demasiado pelo, pero tampoco calvo del todo. En las fotos publicadas en los últimos días, se lo ve posando serio casi siempre, pero sin que se le pueda calificar de ceñudo.

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Numerosos psicólogos han explicado estos días que no es extraño que un criminal sea capaz de desdoblar su personalidad y llevar una segunda vida “normal”. Pero por más que lo piense, Michel Detrait sigue sin salir de su asombro. Como alcalde de Pont-sur-Sambre, Detrait mantuvo durante años un estrecho contacto con Scala, cuando este ejerció como presidente del club de fútbol local hasta 2015, cuenta a EL PAÍS. “Jamás escuché salir de su boca una mala palabra, o que se le fuera la mano… nos veíamos en los partidos y también después, a veces con la familia, con mi esposa y mi hija, y jamás le vi un gesto fuera de lugar”, asegura mientras mira todavía incrédulo la última portada del diario local, dedicada, como todas desde hace una semana, al “violador de Sambre”. Una imagen que casa mal con el recuerdo que tiene de Scala, “un hombre que trabajaba mucho, que luego se pasaba las tardes de los sábados, y las mañanas y mediodías de los domingo en el campo de fútbol, haciéndole un servicio a la comunidad”.

“Siempre estaba dispuesto a echar una mano”, cuenta también Thierry, que vive en la misma calle que Scala. La vivienda de este permanece desde hace días cerrada a cal y canto, su mujer y sus hijos desaparecidos, “sobrepasados por la presión mediática”, según ha contado el abogado de la familia, Jean-Benoît Moreau, también oriundo de Pont-sur-Sambre, al diario La Voix du Nord. “Era muy sociable, la comunidad lo apreciaba porque siempre estaba dispuesto a ayudar, a reemplazar una teja caída de un tejado sin pedir nada a cambio”, insiste el alcalde, que recuerda a los Scala como “una familia buena, muy maja, sin ninguna historia. Nada de nada”. “Es que era monsieur tout le monde, nos decíamos hola y adiós, a veces le veía en la bicicleta. Nada especial”, corrobora Thierry.

Mujeres solas

Una de las razones de que la policía no lograra identificarlo durante los 22 años que lo buscó es que Scala, aunque asegura que actuaba “por impulsos que no lograba controlar”, tomaba precauciones. “Actuaba en la mañana, muy temprano”, según la Fiscalía. Atacaba a mujeres de cualquier edad —de 50 a 13 años— , pero todas tenían una cosa en común: caminaban solas por zonas solitarias. Ahí las esperaba Scala, a veces armado con un cuchillo, otras con una cuerda para atarles las manos. “Agredía a sus víctimas por la espalda, usaba guantes y se enmascaraba, todo el rostro o parte de él, con un gorro”, explicó el fiscal. A algunas las violó, de otras no llegó más que a abusar sexualmente de ellas en diversos grados. A todas las dejó traumatizadas.

Scala actuaba muy temprano en la mañana a mujeres de cualquier edad. Todas tenían una cosa en común: caminaban solas por zonas solitarias. 

Ninguna pudo dar una descripción lo suficientemente precisa como para elaborar un retrato robot fiable. La policía sabía que se trataba de un solo hombre porque el ADN recogido en diversas víctimas era coincidente. Pero ni eso sirvió: al carecer de antecedentes, el ADN de Scala no figuraba en ningún registro. La policía llegó a interrogar en 20 años a 100 sospechosos. “Teníamos el ADN pero, pese al cotejo entre diversos casos, siempre recuperábamos las mismas piezas del rompecabezas”, lamentó el director de la Policía Judicial de Lille, Romuald Muller. Otra de las dificultades reside en que Scala logró parar hasta durante varios años sus “impulsos” depredadores.

“Había premeditación, sin duda, sabía muy bien a quién y cuándo atacar, llevaba un cuchillo, todo lo tenía preparado”, afirma Marcus, un parroquiano asiduo a Le Tricolore, el bar del pueblo en el que hace días que no se habla de otra cosa. Tampoco en la peluquería de enfrente, la única de Pont-sur-Sambre. “Es que ha sido un shock, la gente está asombrada, no son cosas que pasen aquí, tan cerca de uno”, repite la peluquera Anna, quien explica que Scala pasaba regularmente por delante de la ventana del negocio, siempre saludando.

Agredía a sus víctimas por la espalda, usaba guantes y se enmascaraba, todo el rostro o parte de él, con un gorro  Fiscal que lleva el caso

Pero esa imagen de amable padre de familia y vecino abnegado se rompió en mil pedazos cuando la policía acudió a su casa a detenerlo el pasado lunes. Al final, el meticuloso Scala había cometido un error. Pequeño, pero suficiente. Al agredir a una adolescente de 15 años en la localidad belga de Erquelinnes, las cámaras de seguridad registraron un Peugot 206. Aunque la matrícula estaba incompleta, los investigadores constataron que era francesa y alertaron a los colegas vecinos. Estos lograron identificar al dueño del coche y establecieron una discreta vigilancia en torno a su casa.

Para Scala, el lunes pasado comenzó como cualquier otro primer día laboral. Temprano como siempre, montó en su coche para dirigirse, como todos los días, a su trabajo. Nunca llegó. Scala no opuso resistencia a su detención. Un cotejo de su ADN permitió confirmar que se trataba del hombre buscado desde hacía dos décadas. Rápidamente, reconoció los hechos de los que se le acusaba y, para sorpresa de los investigadores, otras dos decenas más de los que no tenían constancia. Ya nada volvió a ser normal.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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