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Marine Le Pen intenta refundar el Frente Nacional sin ceder poder

La líder nacional-populista, en dificultades tras la derrota ante Macron, propone cambiar el nombre de la formación

Marc Bassets
Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, en una reuda de prensa en la ciudad de Laon el pasado domingo. 2018.
Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, en una reuda de prensa en la ciudad de Laon el pasado domingo. 2018.Pascal Rossignol (REUTERS)

Todo cambia, nada cambia. Marine Le Pen, tras meses de travesía del desierto, quiere refundar el Frente Nacional, el partido heredado de su padre, el veterano líder ultra Jean-Marie Le Pen. Entre los planes de Le Pen hija, derrotada por Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de mayo, figura cambiar el nombre al partido, asociado a una historia de antisemitismo y racismo que asusta a muchos franceses. En términos comerciales, FN es una marca tóxica. Quizá el apellido Le Pen, indisociable de esta historia, también. Por ahora no se plantea la retirada.

¡Marine! ¡Marine!”, gritaban el domingo centenares de personas en un almuerzo en un pabellón de petanca en Laon, una ciudad de 25.000 habitantes en el norte de Francia. Reuniones como esta son como una terapia: pequeños baños de masas tras los meses más difíciles desde que tomó las riendas del partido en 2011. Y también una campaña para asegurarse de que no pierde el control de una derecha populista dividida y desconcertada.

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La imagen de Marine Le Pen quedó maltrecha tras las presidenciales, pese a clasificarse para la segunda vuelta y obtener el mejor resultado de la historia para el partido: 10,6 millones de votos, casi un 34% de total. Pero el fiasco en el debate ante Macron —su estrategia agresiva resultó políticamente suicida y una fuerte migraña mermó sus capacidades— quebró la confianza en la líder. Probablemente le afectó psíquica y físicamente.

“No es un cambio cosmético. Es un cambio de fondo”, dice Le Pen en el bar del petancódromo de Laon, habilitado como sala de prensa.

Laon es una de tantas ciudades de la llamada Francia periférica, la Francia de las provincias, alejada de los principales nudos de comunicación y de los centros industriales, desconectada de la globalización. Por Aisne, el departamento donde se encuentra Laon, no pasa ninguna línea de tren de alta velocidad. “Es como si no estuviese en ningún lugar”, escribe la periodista Anne Nivat en su libro Dans quelle France on vit (En qué Francia vivimos). La tasa de desempleo, cercana al 13%, es cuatro puntos superior a la media de Francia. En la segunda vuelta de las presidenciales, Le Pen derrotó aquí a Macron.

Todo les aleja, pero algo les une: Le Pen lleva años presentando un diagnóstico sobre la política francesa similar al de Macron. La división entre izquierda y derecha ha quedado obsoleta, sostienen ambos, y ahora la batalla política opone a “mundialistas y nacionales”. El presidente usaría otro vocabulario, pero el sentido es parecido.”Emmanuel Macron entró por la puerta que abrimos nosotros”, alardea ante una decena de periodistas la jefa del FN.

Más tarde, durante el almuerzo con militantes, afirma: “Entre nosotros y Macron, no habrá nadie”. Si Macron aparece, en las caricaturas que de él hacen sus rivales, como el presidente de los ricos, ella se postula como la defensora de la clase media. Si el presidente corre el riesgo de aparecer como un monarca encerrado en una burbuja elitista, ella pisa el terreno.

La batalla no se resolvió en las presidenciales. La hegemonía actual del liberal y europeísta Macron puede inducir a un espejismo: creer que en Francia el populismo nacionalista perdió definitivamente. No es así: el Frente Nacional —y sus ideas— siguen teniendo una base sólida.

Y, sin embargo, la voz de Le Pen es hoy inaudible. Los 8 diputados en la Asamblea Nacional lo convierten en un partido casi marginal. El XVI Congreso del FN, que se celebrará en Lille el 10 y el 11 de marzo, debe servir para consagrar la refundación. La refundación significa renunciar a la impopular promesa de salida del euro y eventualmente de la UE. También abrirse a alianzas. En síntesis, romper el aislamiento que siempre deja a este partido a unos pasos del poder.

“Tengo la impresión de que el nombre aún provoca reacciones”, dice Marie-Chantal Blain, concejala en el pueblo de Wattrelos, junto a la frontera belga, y asistente al almuerzo de Laon. “Veo a socialistas juntándose con comunistas y con centristas. No veo por qué nosotros seguiríamos solos cuando mucha gente, otros partidos, piensan como nosotros”.

Le Pen ya tiene el nuevo nombre en la cabeza, pero no quiere revelarlo. La última palabra la tendrán los votantes.

“¿El Frente Nacional puede cambiar de naturaleza y abrir un nuevo capítulo, como usted dice, con el nombre Le Pen [en liderazgo]?”, le pregunta un periodista en la rueda de prensa. “Sí, lo creo. Porque el nombre Le Pen llegó a la segunda vuelta presidencial con el voto de uno de cada tres franceses”, responde. Es decir, el partido puede refundarse sin cambiar de líder. “Pero este debate no es tabú”. La puerta está entreabierta.

Jean-Marie, Marion, Florian…: los frentes abiertos de Marine Le Pen

A unas semanas del congreso que debe reelegir a Marine Le Pen en la presidencia del Frente Nacional, se le han aparecido tres figuras, como fantasmas que le recuerdan las dificultades que afronta. El primero es el fundador del FN, su padre, Jean-Marie Le Pen, con quien está enemistada. Jean-Marie Le Pen publicará el 1 de marzo sus memorias. “Me da pena”, escribe en alusión a su hija. El segundo fantasma es el de Marion Maréchal-Le Pen, sobrina de Marine Le Pen, y representante del ala tradicionalista del partido. Retirada de la primera línea, debía hablar ante el CPAC, el congreso anual de los conservadores en Estados Unidos, discurso que se ha interpretado como un gesto en clave interna del FN. Y la tercera figura incómoda es Florian Philippot, quien, como consejero áulico de Marine Le Pen, la ayudó en el proceso de desdiabolización del FN. Ahora ha fundado un nuevo partido, Los Patriotas, que se propone competir con el FN.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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