El sexismo sacude los cimientos de Reino Unido
El escándalo de la cena en que ejecutivos de la City metían mano a las azafatas se suma a las denuncias de acoso en el Parlamento y al debate sobre la discriminación salarial
El primer disparo fue directo al corazón de Westminster: a finales del año pasado, un aluvión de acusaciones de acoso sexual por parte de diputados a sus subalternas provocó la dimisión de dos ministros y la promesa de una revisión a fondo de los procedimientos de contratación de los asistentes de los legisladores. El segundo proyectil alcanzó a la BBC: el 8 de enero, la prestigiosa delegada en China de la corporación pública dimitía tras comprobar que cobraba sustancialmente menos que dos compañeros varones en cargos equiparables, y denunciaba “una cultura salarial secreta e ilegal” que discrimina sistemáticamente a las mujeres. Y el tiro de gracia impactó de lleno, el pasado miércoles, en las tripas de la City, el centro financiero londinense.
Una periodista del Financial Times se hizo pasar por una azafata en la Cena de los Presidentes, un banquete anual que recauda fondos para buenas causas entre el establishment empresarial, financiero y político, que un maestro de ceremonias definió acertadamente como “el evento más políticamente incorrecto del año”.
Los 360 invitados eran solo hombres y, para servirlos, se reclutaba a 130 azafatas “altas, delgadas y bellas”, a las que se exigía llevar ropa interior negra a juego con las minifaldas que se les proporcionaban. A las mujeres se les hacía firmar acuerdos de confidencialidad, se les prohibía llevar móvil y se les ofrecía reiteradamente alcohol.
Las trabajadoras, según la periodista infiltrada, eran acosadas y toqueteadas constantemente por ciertos invitados. Uno de ellos decidió mostrar su pene a una azafata, y otro invitó a una a terminarse la copa de champán, arrancarse las bragas y bailar encima de la mesa. Los premios de la subasta benéfica incluían un vale por una operación de cirugía estética para “añadir un poco de picante a su esposa”, un té con el gobernador del Banco de Inglaterra y una comida con el ministro de Exteriores, Boris Johnson.
De momento, el escándalo ha provocado el cierre de la organización benéfica que montaba el sarao desde hace 33 años; la dimisión de un cargo del Ministerio de Educación que ostentaba la copresidencia de la organización, y un clamor para que el secretario de Estado de Infancia y Familia, que acudió a la cena, haga lo propio. Dos hospitales infantiles han devuelto el dinero que recibieron de la subasta, y el Gobierno ha anunciado una revisión de las cláusulas de confidencialidad.
El movimiento global contra el acoso y el sexismo, desatado tras el escándalo del productor cinematográfico y depredador sexual Harvey Weinstein, ha sacudido los pilares de la vida pública británica. Que un diputado envíe a su asistenta a comprarle juguetes eróticos, o que altos ejecutivos de la City se diviertan metiendo mano a camareras, habla de una aceptación institucional del acoso y el sexismo. Disparates como la Cena de los Presidentes, denuncian los críticos, ponen de manifiesto la persistencia de una decadente cultura de club de caballeros que no ayuda a la paridad en los círculos del poder, por mucho que una mujer ostente el más alto cargo político del país.
“Pensaba que este tipo de actitud de cosificación de la mujer era algo del pasado”, dijo la primera ministra, Theresa May, tras el escándalo. “Lamentablemente, lo que muestra ese evento es que sigue habiendo mucho por hacer. Yo continuaré trabajando, como he hecho durante todo mi tiempo en la política, para que realmente podamos decir que las mujeres son respetadas, aceptadas y tratadas como iguales”.
Gracias al persistente trabajo de la diputada laborista Harriet Harman, para el próximo mes de abril todas las empresas británicas con más de 250 empleados deberán hacer públicas sus diferencias salariales entre hombres y mujeres. Algunas lo han hecho ya -655 de un total de cerca de 9.000- y el resultado no es excesivamente alentador. En Virgin Money, por ejemplo, las mujeres cobran de media un 32,5% menos que los hombres; en Easyjet, un 51,7% menos. Los dos principales partidos, por su parte, aún no han hecho públicas sus cifras.
En 2018 se cumplen cien años desde que las mujeres tienen derecho a voto y a presentarse a elecciones al Parlamento en Reino Unido. En 2016 se cosechó una victoria que supo a derrota: el total de mujeres elegidas a lo largo de la historia para la Cámara de los Comunes llegó a 455. El mismo número de diputados varones que se sentaban en la cámara solo en esa legislatura.
De Thatcher a May
En 1979 Reino Unido tuvo por primera vez una mujer como primera ministra, Margaret Thatcher. Pero en sus 11 años en el poder, solo una mujer ocupó una cartera de su Gobierno, y sus rivales fueron todos hombres. Hoy, algunas de los más duros políticos con los que debe despachar Theresa May, la segunda inquilina mujer de Downing Street, son mujeres. Es el caso de Nicola Sturgeon, ministra principal escocesa, y Arlene Foster, líder de los unionistas norirlandeses. Entre los posibles sucesores de May al frente del Partido Conservador, están la ministra Amber Rudd y la líder tory en Escocia Ruth Davidson. El Partido Laborista, por su parte, nunca ha tenido una líder, al margen de dirigentes interinas. Pero Jeremy Corbyn ha nombrado un Gabinete a la sombra paritario.
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