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Columna
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Optimista en sus justas proporciones

En Colombia, hay muchas razones para el optimismo y, por lo tanto, más desafíos

Diana Calderón

Entrada ya la primera quincena de enero resulta obligado el aterrizaje a la realidad para mirar si hay razones para el optimismo en 2018 o si las bajas temperaturas, la nieve en el Sáhara, los vientos en el Caribe y especialmente las aves de mal agüero, son un mal presagio.

Para empezar, en 2018 hay elecciones en seis países de América Latina: Costa Rica, Paraguay, Colombia, México, Venezuela y Brasil, algunos de los que, para Donald Trump, junto con El Salvador y Haití, son los cagaderos del mundo o los agujeros de mierda, según el gusto de quien haga la traducción.

No hay razones para ser optimistas en relación con el mandatario norteamericano al que en buena hora los contrapesos institucionales y la realidad mundial han logrado tener semiatado. Creo que tampoco sobre la situación apocalíptica del clima hay mayores alternativas, pero sí las hay en la oportunidad que representan esos procesos electorales que, a excepción de Venezuela, nos recuerdan que en nuestros países hay democracias y ciudadanía.

Y sobre esas ciudadanías está basada la razón de mi optimismo. Son las nuevas generaciones, más libres y más informadas. Un estudio del Pew Research Center en 38 países concluye que los jóvenes se informan ahora mucho más que antes, rechazan los sesgos políticos y lo hacen preferiblemente en línea. El acceso a la información reduce las brechas de conocimiento y a su vez convierte a quien tiene acceso en un escrutador de la función periodística y pública.

En torno a esa ciudadanía joven tengo esperanzas. Son ellos los defensores de la tolerancia y la solidaridad como principios de las relaciones humanas. Las amenazas para ellos son muchas y casi todas relacionadas con las adicciones a los videojuegos y a las drogas y como siempre a la búsqueda del dinero fácil que casi siempre los deja muertos, pero creo que son más y más los que saben de su poder para lograr los cambios.

En Colombia, hay muchas razones para el optimismo y, por lo tanto, más desafíos. Y aunque la campaña electoral aprovecha desde ya la polarización y las redes sociales para acumular seguidores, militantes y fanáticos en lo negativo, hay hechos que vale la pena repetir una y otra vez para contagiarnos de un ánimo colectivo que permita ver los horizontes que abre la paz.

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La paz, y entiéndase ésta como el desarme de las FARC y los 3.000 muertos menos producto de ese acuerdo que dividió al país en dos, es la mejor oportunidad para llevar el Estado a donde no ha estado y con el dinero para que sea irreversible y su presencia se convierta en una verdadera muralla que impida el accionar de los delincuentes de las zonas de Tumaco en el Pacífico y el Catatumbo en la frontera con Venezuela, siempre interesados en reciclar las guerras de las que se alimenta el narcotráfico.

Si 1.3 millones de colombianos lograron superar la pobreza rural y si los acuerdos de la Habana se cumplen, en 15 años deberán nivelarse para siempre los indicadores sociales entre campo y ciudad. Si en Colombia por fin “Ser Pilo Paga”, porque la educación logró llegar por reconocimiento a los de menores recursos, si siguen llegando empresas extranjeras a invertir (mil nuevas desde 2010 y más de US 13 mil millones en inversión directa a 2016) y si como plantea el NY Times somos el segundo lugar del mundo para visitar, la cifra de turistas deberá superar los 6 millones que vinieron en 2017.

Aunque Standard and Poor´s redujo la calificación crediticia a Colombia en diciembre pasado a BBB-, el Banco Mundial estima una expansión de 2.9 por ciento para 2018.

Pero los desafíos en medio de la mirada optimista son enormes y los riesgos colosales si no entendemos que las elecciones tanto parlamentarias de marzo como las presidenciales de mayo y junio, de haber segunda vuelta, son los escenarios para que los ciudadanos le cierren las puertas a los corruptos y para castigar a quienes han burlado la confianza de las más altas investiduras, para escoger entre las por ahora esquivas alianzas de centro izquierda o de derecha, según las respetables preferencias ideológicas de cada cual.

El que resulte privilegiado tiene la obligación de reconocer que en Colombia el sistema judicial quedó herido de muerte por el conocido Cartel de la Toga y que una parte del mundo empresarial entregado a sobornos del tamaño de su ambición y que el sistema político que le permitirá salir elegido presidente es el primero que tiene que llegar a cambiar.

Así también y pese a que la inflación logró bajar y las expectativas son de un mayor crecimiento, no se pueden desconocer las dificultades del recaudo tributario y el desfinanciamiento en las áreas que como ciencia y tecnología y el agro, nos están negando la única apuesta sensata que es una sociedad que privilegie el conocimiento y la tecnología para producir. Si hoy frutas, carne y flores colombianas llegan a 23 nuevos países según datos del Gobierno actual, el potencial exportador de calidad sería infinito, previo cumplimiento de las metas de infraestructura de garantizar para tal fin puertos modernos.

Pero si él o la elegida llegan a soportar su gobernabilidad en los mismos negociantes con asiento parlamentario, entonces los optimistas de estos días de inicio del año, seremos los pesimistas informados de siempre y la teoría de que una cosa es la percepción y otra la realidad terminará por dejarnos como el país que siempre resulta calificado como el más feliz del mundo pero que en las encuestas es igualmente el más pesimista. ¡La bipolaridad no es una condición conveniente para enfrentar con seriedad la oportunidad que tenemos!

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