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Las fronteras (¿y límites?) del feminismo

Dos tribunas han desatado en Francia un acalorado debate sobre el feminismo y la frontera entre la libertad a molestar y el derecho a no ser molestado

Silvia Ayuso
Deneuve.
Deneuve.GREGOR FISCHER (AFP)

Era quizás un choque inevitable. En Francia, el país que lo debate todo, que discute sobre todo y que cuestiona casi todo, solo era cuestión de tiempo que el movimiento internacional feminista #MeToo, surgido tras el tsunami del escándalo Weinstein que también ha provocado un maremoto nacional incluso con hashtag propio, #balancetonporc (denuncia a tu cerdo), fuera puesto en duda desde las propias filas del feminismo o, cuanto menos, por mujeres.

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Dos tribunas han dejado patente esta semana que no hay un movimiento feminista monolítico y, sobre todo, que no existe consenso pleno ni siquiera en cuestiones básicas como los límites entre la seducción y la agresión sexual. Desde el Gobierno, en las leyes, la frontera es precisa: “Toda mujer debe tener derecho a no consentir”, subrayaba en una reciente entrevista con EL PAÍS y otros medios europeos la secretaria de Estado para la Igualdad Hombre-Mujer, Marlène Schiappa. Y hay poco consentimiento en el hecho de que un hombre frote su sexo contra una mujer en el metro o en el autobús, o le ponga una mano en el culo, o intente besarla en su puesto de trabajo. En Francia, la agresión sexual está tipificada como delito desde hace tiempo. Schiappa trabaja además, antes aún del caso Weinstein, en una ley que penalizará con multas el acoso sexual en la calle. Pero para el centenar de intelectuales y artistas como Catherine Deneuve que firmaron el lunes una tribuna en Le Monde crítica con la a su juicio ola “puritana” del #MeToo y en defensa del “derecho a importunar” como elemento “indispensable para la libertad sexual”, sí, “la violación es un crimen”. Sin embargo, sostienen, “la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. Ya lo decía Schiappa, que Francia tiene un problema con el concepto mismo de seducción, que algunos creen que es “algo casi inscrito en el patrimonio cultural francés”.

La furibunda respuesta de una treintena de feministas en una rápida tribuna de réplica, así como de otras políticas, intelectuales e historiadoras (y también hombres) durante toda la semana, tanto dentro como fuera de las fronteras francesas, ha puesto de relieve que no todos, más bien al contrario, piensan como las cien del manifiesto. Al fin y al cabo, la libertad para decidir sobre el propio cuerpo ha sido un principio fundamental del feminismo que el manifiesto cuestiona cuando defiende el derecho de los hombres a molestar sin contraponer al menos el derecho de las mujeres a no ser importunadas y trivializa además el impacto en tantas mujeres del acoso sexual.

Pero la lluvia de críticas que ha provocado lo que muchos consideran un desprecio del movimiento feminista mismo ha apagado otra denuncia del manifiesto que incluso algunos de los que no sostienen sus postulados consideran que, cuanto menos, merece una reflexión: el miedo, como insistía el viernes en un nuevo artículo la psicóloga e instigadora de la polémica tribuna inicial, Sarah Chiche, de que “un cierto feminismo se ponga al servicio del revisionismo cultural” y se produzca una “nueva censura, insidiosa” que coarte la libertad de creación artística y pretenda “reescribir la literatura y refilmar el cine”. O la ópera, como con la polémica versión de la ópera Carmen de Bizet recién estrenada en Florencia en la que la protagonista mata a su maltratador.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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