Día de Muertos: homenaje a los difuntos entre calaveras, dulces y flores cempasúchil
Gracias al rodaje de la película de James Bond ‘Spectre’ hace dos años, un gran desfile festivo ha dado mayor popularidad en todo el mundo a la celebración
El Día de Muertos es la tradición más representativa de la cultura mexicana, hasta el punto de que la Unesco declaró en 2003 la festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La celebración se lleva a cabo en dos días: el 1 de noviembre es dedicado al alma de los niños y el 2 de noviembre a la de los adultos.
Sin embargo, la muerte en México, tan celebrada como tabú en otros países, aquí tiene sabor a pan de muertos, olor a cempasúchil y la imagen de una calavera conocida como Catrina. Todo es fiesta y alegría a pesar de ser un asunto en apariencia tan doloroso, triste y hasta temeroso.
Por si fuera poco, a principios de 2015, la película de James Bond ‘Spectre’ apostó en el rodaje por un desfile del Día de Muertos en México y, desde ese momento, las autoridades no dejaron pasar la oportunidad de aprovechar ese escaparate para impulsar la celebración, hasta entonces más familiar, con un desfile multitudinario y de apariencia carnavalera que este año ha cumplido su segunda edición con miles de participantes y visitantes.
Este año, además, la muerte en México tiene rostros y nombres concretos por los dos terremotos que sacudieron el país el pasado mes de septiembre y que dejaron más de 500 personas fallecidas. Por este motivo, el altar monumental ubicado en la plaza del Zócalo, al final del desfile de un recorrido de siete kilómetros, permanecerá abierto al público en hasta el día 2 como homenaje a las poblaciones afectadas por los seísmos.
Los orígenes de la celebración del Día de Muertos en México son anteriores a la llegada de los españoles. Hay constancia de celebraciones en las etnias mexica, maya purépecha y totonaca, y entre los pueblos prehispánicos era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Hay cinco aspectos que contiene esta celebración tan arraigada en la tradición cultural de México como es el Día de Muertos: las ofrendas de bienvenida, ya que a los difuntos se les recibe en día con su comida y bebida favoritas, fruta y juguetes para los niños; las velas, que las familias colocan sobre las tumbas como una forma de iluminar el camino de las almas en su regreso a casa; las calaveras, que son el elemento central de la fiesta, y que son de dulce pero también literarias, que
consisten en versos rimados que ironizan situaciones de personajes populares e impopulares usando el tema de la muerte con una intención humorística; la Catrina, una calavera popularizada por el grabador y caricaturista José Guadalupe Posadas, que porta la vestimenta de una mujer de la alta sociedad como muestra de que la muerte nos afecta a todos; y el pan de muerto, cubierto de azúcar blanca o roja y con tiras que simulan huesitos, aunque también los hay con formas de esqueletos o animales.
Unida a estos elementos está la inseparable flor de cempasúchil, utilizada tradicionalmente en la ofrenda del Día de Muertos por su característico amarillo, el color de la muerte en el México prehispánico por la creencia de que ilumina el camino de las almas de los difuntos, aunque también se habla de que es su olor el que los guía para visitar a sus seres queridos ese día. El caso es que más de 15.000 toneladas de esta flor se venden estos días en el país azteca para honrar a los seres
queridos con una planta, endémica de México, de la que recogerán este año más de un millón de ejemplares en todo el territorio.
Los altares del Día de Muertos son la máxima representación de esta festividad mexicana, ya que aglutina todos los elementos de la tradición. Se hacen para realizar ofrendas y recordar el espíritu de los seres queridos y se organizan por niveles. Así, dependiendo del nivel -los hay de 2, 3 y 7 niveles-, se colocan diferentes objetos simbólicos.
La primera versión, de dos niveles, representa el cielo y la tierra y se colocan objetos de ambos mundos en cada sección; la segunda representa el cielo, la tierra y el inframundo y, como en el anterior, los objetos que representan cada uno son colocados en su apartado. El tercer tipo de altar, de siete niveles, es un poco más complejo, y representa los siete niveles por los que tiene que pasar el alma para poder descansar según la creencia mexica.
Esta antiquísima tradición del Día de Muertos cuenta, sin embargo, con algunas variaciones dependiendo del estado al que nos refiramos: en Oaxaca, por ejemplo, se decoran los sepulcros con flores, además de que se come junto a ellos y se habla con los amigos. Durante esta festividad puede asistirse a innumerables representaciones y exhibiciones de manteles, velas, criptas y altares.
En Mixquic, al sureste de Ciudad de México, en cada casa ponen una estrella para comenzar a guiar a los difuntos desde mediados de octubre, se limpian las casas y los sepulcros, se colocan ofrendas y se elabora una cruz y cadenas de papel morado y amarillo que significan la unión entre la vida y la muerte.
Cualquier actividad, originaria u original, que forme parte de la tradición o sea adaptada, sirve para honrar, con una gran normalidad y siempre con alegría y buen humor, a los difuntos a través de sus almas en México. Y es que el Día de Muertos está muy vivo en la cultura de los mexicanos.
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