Merkel, el astro que desafía la ley de gravedad política
Aunque debilitada, la canciller resiste. Su desideologización y sintonía con el espíritu de los tiempos ofrecen lecciones para la estabilidad política en el inestable siglo XXI
Desde que asumió el poder en 2005, Angela Merkel ha trabajado con tres presidentes estadounidenses, cuatro franceses, cuatro primeros ministros británicos y seis italianos. La longevidad política de la canciller es ya extraordinaria bajo cualquier prisma histórico, pero lo es aún más si se considera el tiempo en el que se desarrolla. El siglo XXI es una época con rasgos formidablemente desafiantes para los líderes: la aceleración de los ritmos de la política y de la vida reclama respuestas cada vez más rápidas. A la vez, la tecnología, los medios y las redes sociales configuran una peligrosa (para ellos) sobreexposición de los dirigentes. El riesgo de tropezar está detrás de cada esquina, es más frecuente que nunca. Sobre ese horizonte, Merkel parece un astro que desafía la ley de gravedad política. Aunque debilitada por un claro retroceso con respecto a las elecciones de 2013, resiste. De su trayectoria, un Maquiavelo contemporáneo podría extraer numerosas lecciones. A continuación, algunas de las más evidentes.
It’s the economy, stupid. El lema de la campaña de Bill Clinton es la clave de bóveda de la estabilidad. La canciller tuvo la inmensa suerte de asumir el liderazgo del país después de que su antecesor, Gerhard Schroeder, hubiese aprobado un duro paquete de reformas económicas. Aunque parezca ahora increíble, hace dos décadas Alemania era definida como el ‘enfermo de Europa’. En el cuatrienio previo a la entronización de Merkel, Alemania creció a un raquítico promedio anual del 0.2%. Las reformas de Schroeder le costaron a él la vida política, pero representaron un impulso extraordinario para la economía germana, que desde entonces ha entrado en un círculo virtuoso de crecimiento. En el primer año de Merkel, el PIB subió un 3,8%. Esa ola económica que viene de antes es la fuerza motriz de su reinado. La economía es el pilar.
Desideologización. A diferencia de otros muchos grandes alemanes -desde Lutero a Hegel, Kant o Marx- Merkel, quizá vacunada por la historia de la Alemania del Este donde creció, no ha tenido nunca pretensiones sistémicas o rigidez ideológica. No es abanderada de un gran proyecto, sino una gestora que busca soluciones a los problemas. A veces con éxito, otras no, pero su proceso de toma de decisiones es un mecanismo que no provoca rechazos frontales. La desideologización como colágeno.
Zeitgeist. Merkel parece haber buscado con constancia estar en sintonía con el espíritu dominante del tiempo en su sociedad. Secundar más que liderar. Ha mantenido una actitud firme en la gestión de la crisis de la zona euro como reclamaba la enorme mayoría de sus conciudadanos; ha abandonado la energía nuclear en medio de la conmoción por la catástrofe de Fukushima; ha permitido que a las puertas de la campaña electoral se legalizara el matrimonio homosexual pese a su oposición personal; e incluso la principal decisión por la que probablemente será recordada, abrir las puertas a la ola de refugiados procedentes de Siria, fue una medida con respaldo popular. Aunque luego se enturbiaron las aguas, en ese momento es probable que ella detectara que un segmento importante de la sociedad apoyaba una actitud compasiva. Recordemos la Wilkommen kultur, los voluntarios alemanes acogiendo en las estaciones a los refugiados. Cuando posteriormente el clima social cambió, Merkel buscó el polémico acuerdo con Turquía para parar el flujo. En definitiva, ha sabido permanecer en línea con el zeitgeist, el espíritu del tiempo, y divisar la senda central en medio de la asombrosa polifonía y policromía de las sociedades ultratecnológicas.
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