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Rusia se muestra favorable al envío de cascos azules al este de Ucrania

La propuesta de Putin abre nuevas perspectivas para abordar el conflicto con los secesionistas

Pilar Bonet
Militantes de las fuerzas de la autodenominada República Popular de Lugansk en unos ejercicios militares conjuntos con militares separatistas de Donetsk el 15 de septiembre en Donetsk.
Militantes de las fuerzas de la autodenominada República Popular de Lugansk en unos ejercicios militares conjuntos con militares separatistas de Donetsk el 15 de septiembre en Donetsk.REUTERS

Los cascos azules de la ONU podrían aparecer en el este de Ucrania y propiciar una nueva fase en el conflicto entre Kiev y los secesionistas apoyados por Rusia. Las condiciones para comenzar a debatir el envío de un contingente pacificador de Naciones Unidas a las provincias de Donetsk y Lugansk surgieron por primera vez este mes cuando, desde China, el presidente ruso Vladímir Putin, se mostró favorable a su despliegue. Después, el 11 de septiembre, en una conversación telefónica con la canciller alemana, Ángela Merkel, el dirigente ruso expresó su “disposición” a apoyar una resolución del Consejo de Seguridad al efecto y reveló que ya existe una iniciativa rusa para formar “una misión de la ONU”.

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Según lo difundido, la idea de Putin es “garantizar la seguridad” de los observadores de la OSCE (Organización de Seguridad y Cooperación en Europa) sobre el terreno ya en Ucrania. La misión de la ONU, según el líder ruso, podría desplegarse no solo en la “línea de contacto” entre la zona controlada por Kiev y la controlada por los insurgentes, sino también “en otros lugares donde la OSCE realiza sus inspecciones territoriales”. De momento, la iniciativa rusa no da respuesta a la preocupación clave de Kiev, que es la vigilancia del tramo fronterizo con Rusia, controlado por los secesionistas. No obstante, la actitud del Kremlin contrasta con sus negativas anteriores a aceptar misiones pacificadoras bajo la égida de la ONU en Ucrania y abre la puerta a negociaciones.

En Kiev la desconfianza es grande, pero la opinión imperante es que, pese al miedo a “caer en una trampa”, hay que explorar hasta donde está dispuesta a llegar Rusia para desbloquear las atascadas negociaciones de Minsk y la labor del llamado “grupo de contacto” (Ucrania, Rusia y los insurgentes) que se reúne de forma regular bajo la égida de la OSCE en la capital de Bielorrusia. Medios informados en Kiev afirmaron que EE UU presiona al Ejecutivo ucranio para que tantee la propuesta rusa. En el este de Ucrania no hay un “conflicto congelado”, sino “una guerra dura”, en la que cada dos o tres días muere un soldado ucranio, dijo el nuevo representante estadounidense para Ucrania, Kurt Volker. “Vale la pena explorar” la “interesante” propuesta rusa, afirmó.

Desde 2014, el presidente de Ucrania, Petró Poroshenko, ha solicitado reiteradamente el envío de un contingente pacificador internacional al Este, pero no ha encontrado eco ni en la Unión Europea ni en la OSCE, organización ésta que no está en disposición de afrontar esta tarea y que tiene ella misma problemas de seguridad en Ucrania, como lo demostró la muerte de un observador en abril a resultas de la explosión de una mina en Lugansk. Poroshenko expondrá esta semana en la Asamblea General de las Naciones Unidas sus propias ideas sobre el contingente pacificador. En la conferencia anual La Estrategia Europea de Yalta (YES, en sus siglas en inglés), el pasado jueves en Kiev, el presidente reiteró que su iniciativa incluye la vigilancia de las fronteras con Rusia “para frenar el paso de armas” y afirmó que el “mandato del Consejo de Seguridad es extraordinariamente importante”.

El regateo ha comenzado. Los tiroteos regulares, las transgresiones de las treguas y el incremento de víctimas entre civiles, exige “enfoques radicalmente nuevos para garantizar la seguridad” en la zona, señaló a este periódico Víctor Medvedchuk, uno de los dirigentes de la delegación ucrania en las negociaciones de Minsk y el mejor informado sobre la posición del Kremlin. La misión de pacificadores puede garantizar el alto el fuego y el cese de los tiroteos, pero solo puede comenzar a actuar “después de que se hayan separado las partes en conflicto y se hayan retirado las armas pesadas”, afirmó. Una misión de la ONU podría lograr lo que “no conseguimos desde hace ya más de dos años y medio”, afirmaba el negociador, a saber “un alto el fuego sostenido, que permita pasar a un diálogo constructivo” para debatir los acuerdos firmados en Minsk en febrero de 2015, incluida la parte “política”.

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Hasta ahora, Ucrania ha justificado su demora en adoptar las decisiones políticas firmadas en Minsk (reforma constitucional, estatuto especial del territorio, amnistía, autogobierno y elecciones) alegando que no se puede pasar a la parte política sin condiciones de seguridad. “Ucrania debe cumplir las obligaciones contraídas”, subrayaba Medvedchuk, según el cual “sin resolver las cuestiones políticas y jurídicas no podemos establecer una paz firme en el este de Ucrania incluso en el caso de que sea eficaz el trabajo de una misión pacificadora”. Un alto el fuego posibilitado por un contingente de la ONU será el “fundamento” para realizar los acuerdos de Minsk y para “ulteriores transformaciones en el país y entonces aparecerá una posibilidad real de “acabar con el bloqueo que socava la economía Ucrania” y “devolver Donbás [región formada por Donetsk y Lugansk] a Ucrania y Ucrania a Donbás”.

La legislación que Ucrania se comprometió a aprobar en Minsk está congelada desde hace años ya en la Rada Suprema (parlamento ucranio), pues para completar su aprobación y aplicación se requiere una voluntad política que Poroshenko, con una tasa de popularidad muy baja, no ha mostrado hasta ahora. En el Este han perecido más de 10.000 personas. Por su parte, Andréi Kortunov, director del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia, aconsejó a Ucrania“no rechazar la propuesta de pacificadores” efectuada por Moscú. “Hay que ir por fases, ampliar su contenido y no enterrarla”, afirmó.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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