Codigoro o la trinchera de las dos Italias
La alcaldesa de la localidad, de centroizquierda, causa una tormenta política al ceder a la presión de parte de la población y limitar por decreto el número de inmigrantes
Adormecido en el bochorno de agosto, Codigoro no parece la trinchera de un combate que se disputa cada día en Italia. De un lado alcaldes, asociaciones, curas, particulares que abren sus casas a inmigrantes llegados de Libia; del otro, administradores, ciudadanos, políticos que se niegan a aceptar personas que Bruselas no quiere ver y a Roma le cuesta colocar. Después de los rescates, los desembarcos y las identificaciones, hay que dar un techo a hombres, mujeres y niños que esperan tramitar su petición de asilo.
Este pueblo de 12.000 habitantes en el delta del río Po se convirtió en la primera línea de este enfrentamiento la semana pasada, cuando su alcaldesa, Alice Zanardi, del Partido Democrático (PD), ordenó controles sanitarios y fiscales para todas las organizaciones que acogen a refugiados, e incluso planteó la posibilidad de subirles los impuestos municipales. El objetivo, dijo a un diario local, es “limitar el número de inmigrantes” porque “si todo codigorese abre sus puertas, ¿qué va a pasar? ¿Nos los mandarán todos aquí?”.
“Tenemos los permisos en regla. Esperamos los controles con los brazos abiertos”, responde Angelo Bruno, médico de 66 años y simpatizante de la derecha, que con su cooperativa social gestiona cuatro pisos donde viven 18 muchachas del cuerno de África. Bruno cuenta que su empresa solía trabajar con ancianos, pero el 23 octubre de 2016 todo cambió.
“Sobre las 22.00 me llamaron los alcaldes de Codigoro, Comacchio y Ferrara. Iban buscando a alguien que acogiera a 11 mujeres y 8 niños rechazados en Goro”. El episodio al que se refiere tuvo mucho eco: los ciudadanos de un Ayuntamiento cercano, Goro, organizaron barricadas para negar el paso a un autobús con extranjeros que iban a ser alojados en un palacete vacío. En plena noche hubo que encontrar una alternativa. “Dije que sí, que tenía sitio para cuatro”, recuerda Bruno.
En comparación con el Ayuntamiento vecino, Codigoro se reveló como gran símbolo de humanidad (o de estupidez, según el bando). En los meses siguientes se juntaron 72 refugiados en una decena de infraestructuras privadas autorizadas por la delegación de Gobierno. Hace una semana, las autoridades enviaron a otros 40 a una casa gestionada por la cooperativa social de Bruno. “Si a 12.000 litros de leche le añadimos 100 litros de Colacao la diferencia no se nota”, dice el médico.
Aplauso de la Liga Norte
Pero Codigoro sí lo ha notado. Aunque los recién llegados casi no salgan de su nuevo hogar, la alcaldesa Zanardi dijo haber recibido muchas quejas y enseguida firmó el polémico decreto. El PD (centroizquierda) mostró su enfado; la xenófoba Liga Norte, en cambio, le abrió los brazos, como Fuerza Nueva (extrema derecha); periodistas nacionales sitiaron el municipio, antes de abandonar la localidad hacia otro lugar candente. Por ejemplo a Bondeno, a unos kilómetros y definido por su alcalde, de la Liga Norte, como un “lugar libre de refugiados”. O a Ventimiglia, en la frontera con Francia, donde las autoridades cerraron un centro de acogida parroquial por las protestas de los vecinos.
“Hemos transformado una cuestión manejable en una emergencia constante —dice Chiara Saraceno, socióloga de la Universidad de Turín—. Italia está atrapada en un discurso público irracional. Liga Norte y Movimiento 5 Estrellas, profesionales de la ansiedad, hacen su trabajo de maravilla. La izquierda durante años negó las dificultades y no ha construido un sistema sólido para la integración. Al revés, ahora se ha puesto a imitar la derecha”.
“Los administradores [públicos] estamos entre dos fuegos: la necesidad de activarnos frente a un fenómeno histórico y el miedo de los ciudadanos. El pueblo siempre elige lo más rápido”, opina Luigi Vitiello, del PD de Ferrara, quien condenó las palabras de Zanardi. “No hay que ceder al populismo”, añade Matteo Biffoni, alcalde del PD en Prato.
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