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Columna
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Los problemas de las democracias contemporáneas

A los vicios autoritarios de Venezuela o Nicaragua se suma en la región la amenaza de la democracia corporativa

Ariel Ávila

“Las democracias no son perfectas”. Esta es tal vez la frase más repetida en las clases de Ciencia Política. Dentro de una línea continua, las sociedades se dividen entre las muy democráticas y las autoritarias. Dahl, uno de los padres de la Ciencia Política, acuñó el concepto de poliarquía, que mostraba como este “gobierno de muchos” es el estado ideal de la democracia. Sin embargo, actualmente las democracias se asemejan más a Gobiernos de élites, en los que se disputan el poder unas con otras. Algunas minorías administran el poder “eficientemente” para mantenerse en el Gobierno.

Me podría dedicar a hablar de Venezuela o de Nicaragua, y sobre los vicios autoritarios de estos Gobiernos. Pero las ilustraciones pululan por todo los medios de comunicación. Más bien, me quiero dedicar a escribir de los problemas profundos en la forma cómo se ejerce y se administra el poder en los regímenes supuestamente democráticos de la región.

Un ejemplo es lo sucedido en el Estado de Veracruz en México. Allí, el exgobernador Javier Duarte habría desfalcado en al menos 2.000 millones de dólares a uno de los Estados más poblados de México. Durante varios años, este fue el Estado más violento para ejercer el periodismo, la libertad de prensa no existía, cualquier asomo de crítica o de investigación periodística era duramente castigado.

Por otra parte, en Colombia, se conoció hace algunas semanas del famoso caso de corrupción de Odebrecht. Esta empresa brasileña habría financiado las campañas presidenciales del año 2014, tanto la del presidente Juan Manuel Santos como la de Oscar Iván Zuluaga, el candidato uribista; a este último la empresa le habría entregado 1,5 millones de dólares para financiar la estrategia de comunicación. Y ni que decir de los casos de Humala y Toledo en Perú. A los dos expresidentes se les investiga por el mismo escándalo.

En los últimos años en México han sido asesinados 35 periodistas, pero solo cuando asesinaron a Javier Valdez en Sinaloa el presidente mexicano le dedicó un comentario en Twitter. La Feadle, entidad encargada de investigar los delitos contra la libertad de prensa, ha logrado tres sentencias tras investigar más de 700 casos. Una entidad a la que su presupuesto le fue reducido fuertemente y que no goza de autonomía. En Colombia, en el año 2016 fueron asesinados 93 líderes sociales de base, la mayoría de izquierda y que representaban fuerzas políticas emergentes que surgían luego del proceso de paz con las FARC. En lo que va de 2017 han sido asesinados cerca de treinta de estos líderes; los últimos dos en el municipio de Tumaco, hace apenas unas horas. Hacer oposición política en Colombia es como tener una patología psiquiátrica, que bien podría llamarse tener “tendencia suicida”. O tal vez es mejor decir que las élites políticas tradicionales utilizan la violencia como mecanismo de competencia política. También en Brasil, hace algunos días, 10 manifestantes sin tierra fueron masacrados en un enfrentamiento con la Policía de la Amazonía.

Todo lo anterior sucede en medio de supuestas democracias fuertes, donde se celebran elecciones regularmente y donde, según la ley, todo ciudadano puede elegir y ser elegido. Pero, en medio de esas democracias nacionales, lo que se da a nivel regional y local son, como lo dijo el profesor Gibson, autoritarismos subregionales. Es decir, estructuras políticas familiares o unipersonales que controlan todos los factores de distribución del poder. Utilizan la violencia o los recursos económicos como estrategia ganadora.

Una campaña al Senado en Colombia puede valer dos o tres millones de dólares y el sueldo en los cuatro años que ocupa la curul cualquier senador llegaría a 500.000 dólares de remuneración. Es decir, ¿de dónde sale el resto de la plata? O mejor, ¿cómo la repone? En México la gobernación de cualquier Estado vale millones de dólares. En fin, para ser elegido o te pones a robar y a empeñar tu administración o utilizas un ejército ilegal privado, pero al final el resultado es el mismo que en cualquier autoritarismo.

Lo que viven Venezuela o Nicaragua son los vicios autoritarios tradicionales, los visibles, pero en otras partes del continente, la amenaza es la democracia corporativa, aquella que es igual de letal que cualquier autoritarismo, pero mucho más disimulada. La democracia no son solo elecciones periódicas, es una forma de vida comunitaria que se encuentra asediada.

Ariel Ávila es subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación.

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