Macron relanza la imagen de Francia tras años de pesimismo
El momento francés puede ser efímero si el nuevo presidente acaba defraudando las expectativas
Francia, después de años de pesimismo, vuelve a gustar, y a gustarse. Quizá sea pasajero: a fin de cuentas este es el momento de las primeras impresiones, forzosamente leves y superficiales. Pero la llegada al poder de Emmanuel Macron —un hombre joven para el cargo, casi novato en la política y con un programa europeísta y liberal— rompe inercias y sacude muchas cosas. También la imagen de su país. Francia, la patria del estancamiento económico, de las fracturas identitarias, de la versión más antipática del extremismo populista, se encuentra de nuevo ante los focos, y no por los viejos motivos. Vuelve a estar en boga. Es cool.
Los primeros pasos de Macron en la política internacional, en las cumbres de la OTAN en Bruselas y del G-7 en Sicilia, le han dado la oportunidad de proyectarse como un líder nuevo, una alternativa cosmopolita e intelectual al nacionalismo impulsivo del presidente estadounidense, Donald Trump.
La mera presencia de Macron en estos foros —el hecho de ser él el representante francés y no su oponente derrotada en las presidenciales del 7 de mayo, la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen— era su activo más poderoso. Pero había más. La mano izquierda en el trato con el impulsivo Trump, que se declaró impresionado por su victoria electoral. O la gestualidad, el dominio escénico que ya demostró desde la noche electoral ante el palacio del Louvre, y que repitió en su apretón de manos con Trump, acostumbrado a intimidar a sus interlocutores al saludarles estirándoles violentamente del brazo. Macron no cedió, al contrario.
“Hay que mostrar que no haremos pequeñas concesiones, incluso simbólicamente, sin mediatizarlo con exceso tampoco”, dijo el presidente francés al dominical Le Journal du dimanche para explicar su tenso saludo con el magnate neoyorquino.
El lunes el presidente francés se reunirá en Versalles con el ruso Vladímir Putin, el otro macho alfa del nacionalismo global. Otro líder que, como Trump, prefería a la candidata Le Pen.
“Da la impresión de que, intuitivamente, hace lo adecuado en el momento adecuado”, dice el politólogo Dominique Moïsi, consejero del laboratorio de ideas Instituto Montaigne. “El apretón de manos con Trump parece una cosa ridícula, pero al mismo tiempo ha creado un efecto en el imaginario americano: he aquí alguien que se pone en el campo de Trump, y resiste”.
Macron ocupa con Merkel un espacio que Trump ha dejado vacío —el de la de defensa del orden liberal— y el gesto afirma esta presencia. Es el hombre del momento. Por su edad: 39 años. Por su atípica trayectoria profesional y personal: exbanquero, casado con su profesora de teatro. Por sus ideas a contracorriente de la ola populista. Por haber impedido que la internacional trumpista lograse con Le Pen una victoria decisiva en el corazón de Europa.
Tras la llegada al poder de Tony Blair en los años noventa se habló de la cool Britannia, la Gran Bretaña guay, un sentimiento de satisfacción general, un instante de ebullición incluso en el ámbito cultural. Ocurrió algo similar con la obamamanía que rodeó la victoria de Barack Obama en 2008. Aquellos momentos fueron efímeros. Y este esta es la dificultad para el nuevo presidente francés, limitado por la potencia declinante de Francia, Europa y el mismo Occidente, y por las resistencias internas a sus reformas económicas
En dos semanas, desde que sucedió a François Hollande en el cargo, ya ha cambiado algo. “Tuvimos una presidencia arrogante con Nicolas Sarkozy y una presidencia mediocre con François Hollande”, dice el ensayista Frédéric Martel, autor entre otros libros de Smart. Internet(s): una investigación y Cultura mainstream. “Con Emmanuel Macron, y aunque todo esté por escribir, por fin tenemos algo que a la vez es serio y glamuroso. Pragmático y eficaz, y con un pequeño toque cool.”
¿Veinte años después de cool Britannia, cool France? Es pura imagen por ahora, pura superficie, pero en política los gestos son mensajes, y el soft power —el poder blando, no militar— a veces es tan o más eficaz que el poder duro tradicional. Como dice Martel, “‘el soft power es esto, no es tener euros y soldados detrás, es tener una capacidad de imagen, una capacidad cultural, una capacidad de influencia”.
Moïsi explica que hace unos días, en una entrevista con la CNN, la entrevistadora le comentó que veía a los franceses más optimistas, una cierta ligereza en el aire. “Yo le dije que sí”, continúa Moïsi. “Es el clima que dominó en Francia tras la victoria en el Mundial de fútbol de 1998. Un clima de esperanza. ¿Es profundo? ¿Es superficial? ¿Se detendrá brutalmente? Todo dependerá el propio Macron y de los resultados”.
El contexto le ayuda. Primero, el mencionado contraste con Trump. Y segundo, la progresiva recuperación económica en Europa. También un hartazgo del pesimismo, como decía durante la campaña el filósofo Marcel Gauchet, el cansancio del cansancio: “Los franceses están hartos de su propio inmovilismo”.
En su ensayo La geopolítica de las emociones, Moïsi describió el mundo occidental como el de la cultura del miedo por contraste con la cultura de la esperanza asiática y la de la humillación en el mundo árabe y musulmán. Ahora ve en Francia una posible mutación del miedo hacia la esperanza.
“Desde hace un tiempo nos sentimos mejor”, constata Moïsi. Y añade, usando una palabra española: “Es la movida francesa”.
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