Los señores de la guerra siria
Uniformados regulares, insurrectos y comerciantes amasan fortunas gracias al contrabando de productos básicos entre fronteras y en los cercos de la guerra
Siete años son los que lleva consumiéndose la economía siria bajo el peso de la guerra. El Banco Mundial cifra en 243.000 millones de euros las pérdidas derivadas del conflicto. Y sin embargo, de entre los pliegues de una economía marchita surgen los señores de la guerra. Tanto soldados regulares, paramilitares, milicianos insurrectos como comerciantes amasan pequeñas fortunas en las fronteras, los cercos, e incluso los cruces subterráneos con el contrabando de productos básicos, medicamentos y del tráfico humano. Enriquecidos a costa de la miseria ajena, los nuevos señores de la guerra desdeñan la paz con tal de perpetuar una lucrativa contienda.
“Si un kilo de arroz cuesta un euro en Damasco, en Duma pagamos 25”, protesta Rima Hamid, quien logró escapar dos años atrás del cerco en la periferia noreste de Damasco para ser hoy refugiada en Líbano. Al igual que muchas de sus vecinas enviudadas en guerra, Hamid tuvo que malvender las pocas alhajas de oro de que disponía para alimentar a sus pequeños. El comerciante que aquel día llevó arroz de Damasco pagó un primer soborno en el control regular y un segundo en el rebelde. De ahí sumó un 30% de beneficios y Hamid pagó la factura. A las pocas horas, ese mismo comerciante revendía el oro de la viuda en los mercados de Damasco por el doble. Negocio redondo.
Más de un millón de personas se encuentran atrapadas en los 39 cercos del país. El Institute of the Middle East responsabiliza a las tropas regulares sirias del 78% de los asedios, del 3% a los grupos armados y del 19% restante al ISIS. El caso más representativo de la economía de cercos lo encarna el paso de Wafidin, bautizado como el paso del millón, y única entrada en 2014 a la asediada Ghouta, en la periferia occidental de Damasco. El doble reten leal-insurrecto se hacía con hasta un millón de liras sirias por hora (5.000 euros al cambio de entonces) en sobornos, hasta 1.000 euros por camión.
El 60% de la población activa de preguerra ha perdido sus empleos y son víctimas de la desorbitada inflación, por lo que la supervivencia de las familias depende cada vez más de las remesas. Unos influjos estimados en 1.438 millones de euros en 2015 por el Banco Mundial. De nuevo, al extinguido sistema bancario en zonas insurrectas le reemplazan avispados comerciantes reconvertidos a prestamistas. “Mi hermano en Estambul recibe el dinero de Occidente vía Western Unión. Una vez me da el ok, yo entrego aquí a las familias el equivalente en liras sirias por una comisión del 5%. Otros cobran hasta el 20%”, dice a modo de escusa y al teléfono Jaled, prestamista en la periferia sur de Alepo.
“Aunque son cifras muy generales, la economía informal cuenta por el 50% en Siria”, estima en una conversación vía correo electrónico Ferdinand Arslanian, Investigador de la Universidad de St Andrews de Escocia. De entre todos los negocios, la reventa de electrodomésticos es el menos lucrativo ya que la falta de electricidad los ha convertido en cacharos inútiles. Frigoríficos, lavadoras, o calentadores eléctricos se apilan en los mercadillos de Damasco detrás de una gran variedad de mobiliario. “!Bitfaresh (hacerse con muebles, neologismo en árabe) es el nuevo verbo creado durante la guerra para cuando miembros de la Defensa Nacional (paramilitares pagados por el Gobierno) se entregan al pillaje de las ciudades recién liberadas!”, se indigna al teléfono y desde Damasco Meriam, ama de casa. Pillaje que protagonizan los armados en zona insurrecta.
De las aspirinas a las anfetaminas
El sector farmacéutico sirio ha acabado sucumbiendo a la guerra. En 2010, Siria se autoabastecía en un 90% con la producción local e incluso exportaba en la región. Entrados en el séptimo año de conflicto, los sirios han de curarse la bronquitis con aspirinas ante la falta de amoxicilina. “Entre el embargo internacional y la destrucción de las fábricas hemos agotado las reservas ”, contaba en Damasco a este diario la farmacéutica Rania el pasado mes de enero.
Más acuciante se antoja el caso de los enfermos crónicos que acusados de diabetes o cáncer fallecen por falta de tratamiento. Combinado a la escasez de médicos, especialmente en zonas bajo control insurrecto donde los hospitales se han convertido en objetivo de guerra, la ausencia de fármacos condena a los más frágiles. Tras los primeros cuatro años de conflicto, los sirios perdieron ocho años de esperanza de vida pasando de 76 años en 2010 a 64 en 2014, según cifras del Centro Sirio para la Investigación Política.
Sin embargo, las fábricas farmacéuticas en zona insurrecta siguen activas y ello bajo la supervisión de los armados. Con una fórmula fácil y unos químicos asequibles, éstos han incrementado desde 2013 la producción de captagón: conocida anfetamina cuya gragea se vende a entre cuatro y 18 euros la unidad. Nada asequible para la paupérrima economía siria, sus consumidores predilectos se encuentran en el Golfo. Si bien la producción de captagón en Líbano ha descendido en un 90% tras la guerra siria, los efectivos de la Unidad Antidrogas libanesa siguen atareados y han llegado a requisar en su frontera alijos por valor de más de 100 millones de euros.
Con el recrudecimiento de los combates, el paso del millón quedó sellado y los milicianos optaron por cavar túneles a través de los cuales aprovisionarse en armas. Atraídos por el botín, los diferentes grupos armados trasladaron su guerra intestina al subsuelo para hacerse con el monopolio de los túneles y por ende con el suculento contrabando de alimentos y productos. Algo que ha provocado más de una protesta ciudadana, hastiados de que de entre su miseria germinen nuevos ricos. “Cuando hay tregua, los precios bajan. Cuando se reinicia los combates, suben. Pase lo que pase, seguimos muriendo de hambre y ellos siguen haciendo caja”, añade en mensajes de voz Rula, la hermana de Hamid aun atrapada en Duma.
Contrabando de fronteras
Tanto Líbano como Jordania han echado el cerrojo a sus fronteras, mientras que ISIS controla la de Irak. Hoy, son los contrabandistas apostados en la frontera norte y noreste con Turquía quienes hacen fortuna con la guerra. En Idlib, última provincia a manos insurrectas y fronteriza con Turquía, los salafistas de Ahrar el Sham y los yihadistas de Fatá al Sham (antigua filial de Al Qaeda), están al mando. Según voluntarios y activistas locales son ellos quienes gestionan la ayuda humanitaria que entra, haciendo una distribución desigual a favor de familiares y amigos.
Amparados por el caos, vuelven a la orden del día los secuestros exprés y las mafias que controlan los generadores privados a las que ni los Comités Locales de Oposición logran controlar. “Compran los generadores en Turquía por 2.000 euros y luego nos cobran entre dos y cuatro euros por amperio”, musita vía Whatsapp la desplazada Nisrine, madre de dos, que se deja el 30% de sus ingresos mensuales para costear seis horas diarias de electricidad.
Si bien llegan camiones de Turquía, no sale un solo refugiado. Algo que favorece a los traficantes que se embolsan entre 400 y 1.200 euros por cruce ilegal por persona. Sí que salieron por esta frontera ya hace tiempo los empresarios y trabajadores sirios arrastrando consigo maquinaria y equipos. Según cifras del Fondo Monetario Internacional, los sirios daban cuenta en 2014 del 26% de los nuevos negocios registrados en Turquía. Lo que explica que las exportaciones turcas hacia Siria hayan recuperado el nivel de preguerra superando los 1.600 millones de euros anuales.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.