Irán se pronuncia sobre su apertura al mundo en las presidenciales
El candidato ultra capitaliza el descontento de quienes no se han beneficiado de las reformas de Rohaní
Irán vota nuevo presidente el próximo viernes. Dada la selección previa de los candidatos por parte del régimen resulta tentador desestimar los comicios como una farsa. Sin embargo, la campaña ha vuelto a poner de relieve las profundas divisiones del sistema surgido de la revolución de 1979. Para los iraníes, la alternativa entre volver a confiar en el moderado Hasan Rohaní o respaldar al ultra Ebrahim Raisí significa elegir entre seguir abriéndose al resto del mundo o volver a replegarse sobre sí mismos, con las consecuencias que ello implica para las relaciones exteriores, la economía y las libertades civiles.
Entonces, ¿no va a ganar Rohaní? Todo apunta a que sí. Nunca antes un presidente ha fallado en la reelección para un segundo mandato en la República Islámica y las encuestas oficiosas (no están permitidos los sondeos) indican que el hombre que apostó por el acuerdo nuclear lidera la intención de voto de los iraníes. Pero siempre puede haber sorpresas. De hecho, las elecciones iraníes se han convertido en una fuente de ellas. Desde el inesperado triunfo de Mohamed Jatamí en 1997 hasta el del propio Rohaní en 2013, pasando por el de un desconocido Mahmud Ahmadineyad en 2005.
Esos giros inesperados son tanto fruto de la competencia entre facciones dentro del régimen como del empeño de este de legitimarse con una alta participación. Movilizar al mayor número de iraníes exige convencer de la utilidad de votar no sólo a quienes aceptan la República Islámica, sino también a los desencantados. De ahí que en la oficina de campaña de Rohaní en la plaza de Vali Asr, sobre el tapete morado (el color con el que se identifican sus partidarios) haya lazos verdes (el color de los reformistas apartados del juego político tras las protestas de 2009).
La competición se ha acentuado en esta convocatoria porque los candidatos tienen en su punto de mira no sólo la presidencia sino la máxima autoridad política y religiosa del país. El ayatolá Ali Jamenei es el líder supremo desde 1989, pero a sus 78 años y pesar de su razonable buena salud, es ley de vida su relevo. Quien presida el país llegado ese momento tendrá instrumentos para influir en la elección del sucesor e incluso, dado que los dos contendientes actuales son clérigos, aspirar a esa dignidad.
De hecho, desde que el año pasado Jamenei nombró a Raisí rector del Mausoleo del Imam Reza, el más importante centro de peregrinación chií, se especulaba con que le estaba preparando como delfín. De ahí que a muchos observadores les sorprendiera que se presentara a las presidenciales. O sabe que va a ganar, o se arriesga a una humillación innecesaria, elucubran algunos analistas intrigados por su falta de carisma.
“No tenemos ni idea de cuál es su nivel de popularidad fuera de Teherán”, admite un diplomático occidental tras advertir de lo inexacto de muchas de las etiquetas que, a falta de partidos políticos, se utilizan para catalogar a los candidatos. De acuerdo con los medios iraníes, el discurso conservador de Raisí encuentra eco en los sectores religiosos y fuera de las grandes ciudades, que se han sentido abandonados por un Rohaní demasiado volcado en la política exterior y la macroeconomía.
Con un visado de cinco días y la obligación de obtener un permiso para salir de la capital, resulta imposible calibrar el alcance real de esa divisoria. Como alternativa, EL PAÍS ha pasado una mañana en la universidad pública Allameh Tabatabai, donde convergen cerca de 16.000 estudiantes de todo el país. En su moderno campus del noroeste de Teherán encontramos algunas claves de la popularidad de Raisí.
“Sólo los ricos y las clases altas van a votar a Rohaní; no tienen en cuenta que este país es islámico y que algunas de sus promesas son irrealizables”, afirma Kosar, estudiante de Psicología de 19 años. “Sólo las élites entienden qué ha hecho en los cuatro años que ha estado al frente del Gobierno; la gente normal no entiende esos cambios ni él ha hecho lo suficiente para explicarlos”, añade Samira, de 20 años y que cursa Pedagogía.
Ambas, como las otras tres amigas que apoyan su razonamiento, proceden de la región del Caspio, de localidades donde predominan los tradicionalistas religiosos y pesan tanto las credenciales caritativas de Raisí al frente del Mausoleo del Imam Reza como su promesa de un subsidio equivalente a 60 euros mensuales en efectivo. Del mismo modo, el compromiso de crear un millón de empleos atrae a las clases trabajadoras de la periferia de las ciudades aunque no haya explicado cómo va a lograrlo si a la vez defiende la autarquía económica.
“A Rohaní”, responden sin dudar Hashyar, Sarah y Farzane, tres alumnos de segundo de comercio. “Ha cambiado la imagen del país, eso nos ha permitido tener acceso a medicamentos que antes no podíamos importar y ha mejorado la velocidad de Internet. Si no fuera por él seríamos un país aislado”, contestan a una. Los tres proceden de barrios de clase media de Teherán. Pero su opinión no se limita a los jóvenes de la capital.
En la Facultad de Psicología, la Asociación Islámica de Estudiantes Progresistas ha colocado un tablón en el que anima a los estudiantes a que peguen la imagen de su candidato y escriban el motivo de su elección. A mediodía del martes, el resultado era Rohaní 47, Raisí 9. Pero a diferencia de quienes se inclinan por Rohaní, los simpatizantes de Raisí no lo proclaman en alto, sólo se desprende de sus críticas al presidente. Eso convierte su potencial de voto en un enigma.
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