Gina Miller, la mujer que intentó parar el Brexit
La abogada obligó a Theresa May a pasar por el Parlamento para activar la salida de la UE. Ahora tiene que llevar escolta
La han amenazado con pegarle un tiro y meterla en un cubo de basura. Le han llamado “orangután” y “puta”. El periódico The Sun se refirió a ella como “una millonaria nacida en el extranjero” que trata de subvertir la democracia británica. Y los jueces que le dieron la razón son, según el Daily Mail, “enemigos del pueblo”. Al menos tres personas han sido detenidas y otras 12 han sido investigadas por amenazas serias contra ella. Ahora debe llevar escolta y se ha visto obligada a modificar sus rutinas, incluida la de utilizar el transporte público.
La propia Gina Miller, que decidió cuestionar ante los tribunales la autoridad del Gobierno para iniciar el Brexit y ganó, se mostró asombrada por “el nivel de abusos personales” que ha recibido “solo por plantear una pregunta legítima”. Pero siguió adelante. Y lo que sus atacantes no comprenden es que lo hizo precisamente por las amenazas. Fueron estas, ha reconocido, las que la hacían más fuerte y le convencían de que no debía abandonar.
Los abusos no son algo nuevo para Gina Miller, nacida hace 51 años en una familia acomodada de lo que fue la Guyana británica. Cuando tenía 10 años, sus padres la enviaron con su hermano a un internado en el sur de Inglaterra, para ahorrarles la complicada situación política que atravesaba su país. Su madre le dio un frasco de su perfume favorito (L’Air du Temps, de Nina Ricci) para que lo oliera cuando sintiera nostalgia. Pero el primer fin de semana sus compañeras de internado vaciaron el frasco y lo llenaron de agua. Fue el inicio de una rutina de acoso escolar que padeció.
A los 13 años el dinero dejó de llegar. Las circunstancias políticas en Guyana le impedían a los padres seguir enviando giros. Así que Gina y su hermano, dos años mayor, se trasladaron a un piso que años atrás había adquirido su madre cerca de sus colegios. Gina empezó a trabajar, después de clase y los fines de semana, como limpiadora en hoteles y restaurantes. Sabedora de que, hasta que su hermano cumpliera 16 años, sería ilegal vivir sin supervisión adulta, Gina salía cada mañana a la calle vestida con trajes y tacones, adquiridos en tiendas de beneficencia, para aparentar más edad. En una gasolinera que había de camino, los cambiaba por el uniforme escolar.
Terminado el colegio se matriculó en Derecho en una universidad londinense pero abandonó antes de las exámenes finales, por una dolorosa circunstancia personal que no ha hecho pública. A los 21 años se casó y se quedó embarazada de su primer hijo, que sufrió daños cerebrales al nacer. A los 23, ya separada de su primer marido, Miller vivía en un piso del este de Londres, madre soltera de un hijo con discapacidad, trabajando de camarera en el Pizza Express y repartiendo en la calle octavillas con ofertas de telefonía móvil.
Hoy Miller es cofundadora de una firma de inversión privada de la City y vive con su tercer esposo y sus hijos en una casa de siete millones de libras en el exclusivo barrio de Chelsea. Pero su pasado convierte en particularmente ofensivas las descalificaciones que la retratan como un ejemplar prototípico de esa élite londinense alejada de un pueblo cuyo mandato, expresado en el referéndum del 23 de junio, desprecia y osa cuestionar.
La política y la ley están en su ADN, cortesía de un padre, fallecido en 2013, que luchó contra el régimen guyanés de Forbes Burnham, antes de convertirse en fiscal general. En 2012, Gina Miller creó con su tercer marido, millonario gestor de fondos, una ONG que puso en marcha una campaña por una mayor transparencia en el sector financiero. Su intromisión en los intereses de la City le valió, entre los ejecutivos de la milla cuadrada, el sobrenombre de “la viuda negra”. De nuevo, lejos de dejarse intimidar por los ataques, los abusos del sistema bancario vuelven a estar en su punto de mira, según anunció en The Times.
Votante laborista —“estoy haciendo el trabajo que deberían hacer ellos, es vergonzoso”—, Miller se implicó en la campaña por la permanencia en la UE y estudió a conciencia el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que establece el mecanismo para la salida de un Estado miembro de la UE. La noche del referéndum, se encontraba en casa con su marido y sus hijos. El resto de la familia se acostó pero ella siguió pegada a la televisión. Cuando su hijo de 11 años se levantó de la cama llorando, dice Miller que sintió la necesidad de actuar.
Cuatro días después pronunció una conferencia sobre diversidad en la City. Charlando con uno de los socios de la firma de abogados organizadora del evento, se dio cuenta de que no era la única que pensaba que la legislación constitucional británica no permitía a la primera ministra actuar en virtud de la prerrogativa real sin consentimiento del Parlamento. También comprendió que si ella no lo hacía, no lo haría nadie. Se pasó el verano leyendo jurisprudencia. “En una habitación llena de hombres”, explicó en The Times, “tengo que saber más que ellos”.
El resto, valga el lugar común, es historia. La que hizo Gina Miller al ganar en el Supremo su causa contra el Gobierno y obligarle a contar con la autorización del Parlamento para activar el Brexit. Como se ha visto esta semana, en la que los diputados aprobaron por amplia mayoría la activación del artículo 50, la victoria de Miller no detendrá el proceso. Pero esa —se ha cansado de decirlo— no era su intención. Lo que planteó, insiste, es “un tema legal, no político”. Pero no por ello es menos trascendente.
La norma más fundamental del ordenamiento constitucional británico es la soberanía del Parlamento. En el contexto del auge del populismo, sostiene Miller, defender el proceso legal es importante. “Principios fundamentales de nuestra Constitución, como el imperio de la ley y la separación de poderes, proporcionan el marco en el que el populismo puede expresarse y florecer”, escribía en un artículo en New Statesman dirigido a estudiantes de Derecho. “Pero populismo no es anarquía y, aunque es fácil comprender por qué muchos desean pegar una patada al sistema, es menos claro qué cambios a mejor están proponiendo. Para estudiantes y políticos, la lección es clara: la política no existe en el vacío y nuestra Constitución es el pegamento que mantiene a nuestra sociedad junta”.
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