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‘Monsieur’ Schulz ya es ‘Herr’ Schulz

El presidente de la Eurocámara vuelve a la política alemana con la pretensión de disputarle el poder a Merkel

Claudi Pérez
Costhanzo

El Edén viene a ser una metáfora de un mundo idóneo. El concepto de Purgatorio, en cambio, no es una metáfora de nada, sino un equivalente político bastante fiel de la Europa de hoy, en la que años de austeridad germánica iban a servir para expiar viejos pecados y a dar paso a una nueva era de radiantes colores que no acaba de llegar. El socialdemócrata alemán Martin Schulz lleva años predicando que hay que acabar con las guerras de religión económica en el continente, que han abierto una brecha entre Norte y Sur, entre acreedores y deudores; entre Alemania y el resto. “La austeridad debe corregirse si no queremos perder a la gente. Por primera vez desde la posguerra, el fracaso de la UE es un escenario realista”, avisa. El terrible destino de los socialistas europeos suele ser clamar desde la oposición y recortar desde el poder, pero Schulz siempre ha defendido esas ideas: esgrime que desde los noventa “la Comisión Europea ha impulsado una agenda neoliberal”, y dispara incluso hacia casa cuando admite que “las tesis neoliberales también han sido asumidas por los socialdemócratas”. No debe haber sido fácil mantener ese discurso en Bruselas.

Schulz, que dejará en breve la presidencia del Parlamento Europeo y acaba de anunciar su salto a la política alemana, se enfrenta al más difícil todavía: defender eso en Berlín, con Merkel al mando, el eurófobo Alternativa para Alemania (AfD) al alza y su partido, como casi todos los partidos socialdemócratas del continente, sumido en un desconcierto ideológico que lo deja en tierra de nadie.

La extrema derecha le detesta y los medios le consideran un soplo de aire fresco para el SPD

Los viajes discurren siempre por dentro de uno mismo. El de Schulz (Hehlrath, 1955) está lleno de meandros hasta llegar a esa última curva, desde la que emprende el camino de regreso hacia la política nacional. Hijo de policía local, iba camino de ser futbolista profesional hasta que un chasquido en la rodilla lo convirtió en juguete roto. Dejó los estudios sin acabar el bachillerato. Pasó una época oscura y salió de ella como vendedor de enciclopedias. Acabó regentando su propia librería en la pequeña ciudad de Würselen, a un paso de la frontera alemana con Holanda y Bélgica. Un librero que entró pronto en política —en el SPD de Gerhard Schröder y del gran Helmut Schmidt—, llegó a alcalde con solo 31 años y de ahí saltó a la Eurocámara, donde se ha labrado un perfil marcado por su verbo directo, su estilo vehemente y sus firmes convicciones en las dos últimas décadas.

No es sencillo definir los populismos, pero más allá de las ideologías los partidos antiestablishment coinciden en su ojo clínico para identificar a sus adversarios: “Schulz personaliza el fiasco de la UE como ningún otro alemán”; “Merkel y Schulz, juntos, encarnan el declive de Alemania”, ha dicho la lenguaraz Frauke Petry, líder de AfD. Schulz, en fin, ya tiene cartel en su tierra: la extrema derecha le detesta y los medios le consideran un soplo de aire fresco para el SPD, a más de 10 puntos de los conservadores en las encuestas. Con Schulz, esos datos mejoran respecto a los que obtiene su amigo (o ex amigo) el vicecanciller Sigmar Gabriel, a quien podría disputarle el liderazgo de cara a las próximas elecciones, en otoño de 2017.

Ataca la austeridad cuando entra en campaña, pero apoyó el Pacto Fiscal y firmó una alianza con Juncker

A pesar de la cocina demoscópica, su futuro es aún difuso. Se sabe que quería repetir al frente del Parlamento Europeo pero no tenía apoyos para ello. Se sabe que siempre quiso ser presidente de la Comisión Europea, pero perdió las elecciones de 2014. Y que irá como cabeza de cartel del SPD por Renania del Norte-Westfalia. Y a partir de ahí acaba lo que se sabe y aparecen las ambiciones: quiere suceder a Frank-Walter Steinmeier como ministro de Exteriores, para acabar de darse a conocer al gran público. Y su apetito va aún más allá: pretende encabezar las listas y disputarle la cancillería a la imbatible Merkel. Pero nada de eso se puede dar por seguro.

Casado y con dos hijos, Schulz es un apasionado de la historia y de la literatura, conoce Europa de Helsinki hasta Cádiz, habla con fluidez cinco idiomas —chapurrea, además, el español y es buen amigo del novelista Jaume Cabré— y en el fondo sigue siendo un librero con buen olfato para las historias, que anota con fruición en un diario que lleva desde adolescente.

En un viaje de Barcelona a Viena acompañado por este periódico, en la campaña electoral para las europeas de 2014, contaba cómo los viejos demonios del siglo XX europeo –racismo, nacionalismo, antisemitismo— empiezan a salir del armario: “Mire lo que sucede en Hungría: cuentan que en Budapest un grupo de estudiantes ha pintado la puerta de uno de sus profesores zsidó (judío en húngaro). Dicen que el húngaro es el único idioma del mundo que, según las malas lenguas, respeta el diablo. Pero por amor de dios, son estudiantes, no hooligans. Se suponía que hicimos la Unión Europea para acabar con eso”.

Sus colaboradores subrayan que Schulz ha puesto en órbita al Parlamento Europeo y que en los últimos años ha intentado jugar un papel de mediador entre Merkel y François Hollande; no hubo química. Sus adversarios destacan su carácter colérico, que le dejó en posiciones muy incómodas con la Grecia de Alexis Tsipras, por ejemplo, a quien casi invitó a salir del euro. El eurodiputado socialista Ramón Jáuregui destaca “sus convicciones profundas, su europeísmo a flor de piel”, y apunta que “ha sabido ser pragmático y maniobrar en momentos muy delicados de la policrisis europea”.

Ese pragmatismo tiene también su lado oscuro: ataca la austeridad cada vez que entra en campaña, pero votó a favor del Pacto Fiscal; firmó una alianza con el democristiano Jean-Claude Juncker, que le ha llevado a salvarle el cuello al presidente de la Comisión en escándalos como Luxleaks, los acuerdos que han permitido eludir el pago de impuestos a centenares de multinacionales.

A pesar de todo, hasta sus adversarios tienen buenas palabras para sus cinco años al frente de la Eurocámara: “Es uno de los políticos de mayor talla en Europa. Le ha dado su carácter a la institución. Le vamos a echar de menos; la prueba es que su marcha ha abierto una etapa de inestabilidad”, dice el vicepresidente del PPE, Esteban González Pons, en referencia a la carrera por sucederle y al baile de sillas que puede haber también en otras instituciones de Bruselas. “Era Schulz o el caos, y quizá sea el caos”, cierra González Pons a apenas unas horas del referéndum italiano, de las elecciones en Austria, del que quizá mañana, en los mercados, sea el enésimo capítulo de una Gran Recesión que es ya una crisis eminentemente política.

Nunca es fácil regresar desde Bruselas a la política nacional. Ese es el próximo reto del librero de Würselen: veremos si Berlín es Edén o Purgatorio para Martin Schulz. Si el pasado puede servir de guía, su SPD ya se presentó con la idea de un Plan Marshall para Europa en las últimas elecciones. El electorado le dio la espalda y le mandó al Purgatorio. A la sombra de Merkel.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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